CASOS > GLEE TRAS LA MUERTE DE CORY MONTEITH
› Por Natali Schejtman
Fue un final trágico para el protagonista de una comedia cuyo tema principal es el dilema de ser o no ser un perdedor. El 13 de julio pasado Cory Monteith, canadiense de treinta y un años, apareció muerto en un hotel de Vancouver. Estaba solo y se murió porque no resistió una furiosa mezcla de heroína y alcohol. Poco tiempo atrás, había salido de un tratamiento de rehabilitación, tratamiento anunciado por él mismo y celebrado institucionalmente por el equipo de la serie Glee y por su novia (Lea Michele, coprotagonista) en las redes sociales.
En Glee, Cory interpretaba a Finn, un joven popular según los parámetros de las escuelas secundarias yanquis (novia porrista, futbolista, musculoso) con una debilidad escondida bajo las hombreras: una hermosa voz. El profesor del coro quiere acopiar talentos y los busca más en el territorio de los buliados que en el de los buliadores. Pero a Cory/Finn lo encuentra de casualidad, mientras se está duchando después del entrenamiento y hace en la ducha eso que nos iguala a todos los seres humanos, estrellas o satélites: canta en soledad. A medida que pasan las temporadas Cory crece y se convierte en el líder del coro, sin abandonar la lucha por no ser menospreciados ni desfinanciados por las autoridades, que a veces prefieren darles visibilidad a los éxitos deportivos, entre otras cosas.
Desde sus inicios, Glee siempre se ha valido –y con énfasis y con gracia– de muchos de los clichés de la cultura popular norteamericana como el deporte, los armarios, los concursos regionales de canto, la comedia musical y mucho, mucho más, incluso ampliando la lista de estos lugares comunes para el lado de los márgenes e involucrando a personajes en sillas de ruedas o excedidos de peso. Ahora tienen otro desafío: cómo llevar a este registro la muerte del protagonista. Recién, el equipo de producción acaba de anunciar que harán un tributo a Monteith abordando de alguna manera la problemática de las drogas.
Se podría pensar que en el oficializado ingreso a rehabilitación de Cory, los guionistas de la vida y la muerte de las personas famosas parecían augurar una historia de la redención de aquel chico de adolescencia problemática y mirada triste que encontró en el éxito, en principio, al amor de su vida, con quien quería tener hijos y una vida feliz, así como los chicos de Glee encontraron un nuevo sentido cuando entraron al coro. Si bien Cory más de una vez fue explícito respecto de su pasado de adicción, siempre estuvo visualmente asociado al flúo de la serie –aunque vale la pena recordar la amargura de algunas de sus interpretaciones, como “Losing my Religion”, de REM (“Ese soy yo en la esquina / Ese soy yo en el foco de la atención”)–. Esto, a diferencia de la crueldad con la que se estigmatiza a otros famosos-con-problemas como Britney Spears pelada (la imagen del descontrol), Lindsay Lohan en juicio (la imagen del desbarranco) o Michael Jackson a punto de tirar accidentalmente a su bebé por el balcón (la imagen del descuido).
Lamentablemente, la historia de Cory Monteith –sobredosis en un hotel– lo corre del edulcorante de la comedia adolescente. Pero veremos en septiembre cómo la industria del showbizz utiliza esta materia prima para crear, a partir de una muerte tan solitaria, un producto de masas.
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