Domingo, 25 de agosto de 2013 | Hoy
TENDENCIAS> EL AUGE DE LAS ORQUESTAS JóVENES DE MúSICA TROPICAL
Suena en recitales y fiestas del fin de semana, en reductos rockeros y en Tecnópolis. La cumbia está entre nosotros desde hace medio siglo, pero recién ahora se la empezó a reconocer como propia o al menos se la disfruta sin mayores culpas. Cada vez más, orquestas jóvenes se meten con el género desde un abordaje “de autor” y parece haber un nuevo público para la llamada “cumbia emergente”. Cómo son las bandas de un circuito que, signo de los tiempos, arman un under cumbiero que también es popular.
Por José Totah
Hace bastante poco que la cumbia dejó de ser eso que pasaban al final de los casamientos, pegado al carnaval carioca y la mesa dulce, esa licencia para ponerse la corbata de vincha y hacer trencito con Riki Maravilla, Gilda, Pocho La Pantera y el resto de la pandilla tropical. Es difícil encontrar un género que haya sido tan estigmatizado y puesto en ridículo como la cumbia, casi siempre reducida a un lugar entre bizarro y marginal, sin calidad musical y visualmente atrapada en los primeros planos bombacheriles de bailarinas de Pasión de Sábado. De ese barro de etiquetas, prejuicios y lugares comunes se desprendió una vanguardia de orquestas jóvenes que reivindicaron la cumbia que se canta y se baila en este país desde mediados del siglo pasado, sumadas a varios grupos que hicieron un camino personal en ese terreno y son furor en el circuito de fiestas y recitales del fin de semana. Tan es así que los viejos reductos del circuito rockero hoy tienen ciclos de cumbia “curada”, que también retumba en el patiecito cool del Centro Cultural Konex y en las gradas de Tecnópolis.
Algunos llaman a la cumbia la “emperatriz de América” y la reivindican como la madre de todas las músicas del continente. Para otros se trata de un género menor, que nunca podrá ser tomado realmente en serio. Pero lo cierto es que la música tropical es masiva en la Argentina desde los años sesenta, con grupos fundacionales como Los Wawancó y El Cuarteto Imperial, e influencias de la cumbia colombiana (con acordeón) y peruana (con guitarra). Muchos recuerdan también la nouvelle vague cumbiera de los ’90, con la explosión de Gilda, Riki Maravilla, Pocho La Pantera, Alcides y el pelotón de bandas de hair cumbia, con los pelilargos de Ráfaga, Comanche y Sombras al frente. Otros tantos se quedaron con la cumbia villera del 2001, las letras tumberas, aquello de “vos llevás la marca de la gorra” o “nosotros tomamos el control, somos los dueños del pabellón”, que disparaba Pablo Lescano con Damas Gratis.
Todos hemos sido oyentes pasivos de cumbia, porque –nos guste o no– la música tropical suena muy en el fondito de nuestras vidas desde antes mismo de que empezáramos a consumir discos de rock, jazz, funk o lo que anduviera dando vueltas en casa. Lo que parece estar sucediendo es que se le está dando un reconocimiento al género. O al menos hay un nuevo público que se permite disfrutarlo. “Es un veranito de la clase media ilustrada”, se ríe un conocido productor de fiestas de cumbia en pleno Barrio Norte. Pero también es mucho más que eso.
“En cierto modo es una legitimación, como si ahora existiera la posibilidad de consumir y, sobre todo, producir cumbia desde un lugar diferente al circuito de la bailanta”, entiende Oscar Benítez, integrante del colectivo Cultura Cumbia, que en estos días estuvo a cargo de organizar un ciclo cumbiero en Tecnópolis. “No sólo es la clase media la que quiere dialogar con lo popular sino que lo popular se pregunta qué está pasando con esta cumbia emergente. Tal vez por eso Tecnópolis es un gran punto de encuentro”, afirma. Al igual que lo es el Konex casi todos los fines de semana, con fiestas como las del Club de la Cumbia, fundadas por el músico y productor Carli Arístide.
El diálogo al que se refiere Benítez ya tiene una avanzada de orquestas del under cumbiero. Las más importantes son Sonora Marta la Reina, La Delio Valdez, Todopoderoso Popular Marcial, Orkesta Popular San Bomba, Cumbia Club La Maribel y La Cresta de la Olga; o los fundacionales Guaia Mestiza, un grupo de colombianos que viven en la Argentina y cultivan su amor por los sonidos tradicionales de las costas del país andino. Pero también hay muchos grupos nuevos de cumbia “de autor”, como Los Labios, Fantasma, Tita Print, Cumbia Hasta el Lunes, Los Cheremeques, Somáticos o las chicas de Cumbia Queers.
La mayoría de las orquestas porteñas del momento basa su repertorio en algunos de los grandes conjuntos tropicales de los ’50 y ’60, como la de Lucho Bermúdez, Tony Camargo o la de Benny More, en México. “Tocamos porros, cumbias, vallenatos, guaranias y chamamés, pero también temas de acá con arreglos de big band”, explica Juan Pablo de Mendonça, de Sonora Marta la Reina, en la que participan varios músicos conocidos del jazz local, como el trombonista Juan Canosa. “La cumbia que se toca en la Argentina es un caos. Nadie te va a decir qué está bien o qué está mal, ni cuál es su origen. Es como el rock. ¿Quién sabe realmente de dónde viene?”, sostiene el acordeonista. También Matías Jalil, director y compositor de San Bomba –acaba de presentar su segundo disco, El Conjuro, en La Trastienda, otro reducto del hemisferio rockero– se amiga con esta idea del caos. Quizá por eso San Bomba mezcla un poco de todo en su repertorio: una versión cumbianchera del tema “Salando las heridas”, de los Redonditos, o un coqueteo serio con la música electrónica (que, quién lo hubiera dicho, se lleva muy bien con la cadencia del güiro).
Por otra parte, el boom de la cumbia no es patrimonio porteño ni mucho menos. La música tropical está de moda en todo el mundo y, particularmente en Europa, es furor. De eso puede dar cuenta Luciano Choque Ramos, músico y productor de ritmos latinoamericanos revisitados, que viene de girar por Francia, Sudáfrica e India con un DJ que se hace llamar El Hijo de la Cumbia, con lleno total en cada una de las ciudades en las que se presentaron. “En Francia la cumbia es una tendencia que se instaló tanto en el under como en la superficie”, explica el músico, y da su versión sobre lo que está sucediendo en la Argentina. “Yo creo que la divulgación de la cumbia colombiana y peruana entre las clases media y alta tiene que ver en parte con que hay muchísima inmigración de esos países, de gente que viene a estudiar y trabajar, y hace circular su música en bares, universidades y oficinas”, argumenta Choque Ramos, que aquí dirige Todopoderoso Popular Marcial, una convocante orquesta de cumbia tropipunk, con un costado querible de combat rock. Este grupo, que hace una versión en clave de fanfarria del tema “Should I stay or should I go”, de The Clash, es la prueba de que muchos de los músicos que hoy tocan cumbia vienen del mundo del rock, el reggae y el ska.
En sintonía, son muchos los músicos consagrados que pusieron sus fichas en este terreno. Es el caso de Hugo Lobo, trompetista y alma mater de Dancing Mood, que organiza una fiesta llamada El Club del Lobo, en la que sólo tocan bandas de cumbia. El músico arma estos bailongos junto a dos referentes históricos del género en la zona norte de la provincia de Buenos Aires. Ellos se apodan El Yankee y DJ Tazz, los dos productores que descubrieron y lanzaron al éxito a Damas Gratis. Un hito para destacar en este sentido es que hace pocas semanas se cumplió el aniversario de Tropitango, un clásico boliche de música tropical de zona norte, y que a la fiesta fueron invitadas las chicas de Cumbia Club La Maribel, una de las orquestas abanderadas de la cumbia emergente. Y, dicen quienes estuvieron ahí, nadie las miró como si fueran extraterrestres.
El mejor ejemplo para entender el cruce de públicos que se está dando con la cumbia son las fiestas de La Mágica, que se hacen todos los viernes en Palermo, y cruzan a los héroes de la cumbia villera post 2001 –Damas Gratis, Mala Fama, Supermerk2, Metaguacha, Pibes Chorros– con las nuevas orquestas. Los realizadores de esta movida, Ariel Fligman y Martín “Fanta” Roisi, dicen que lo que suena en La Mágica es “cumbia de autor, seleccionada y curada en forma artística y caprichosa, que no tiene nada que ver con lo comercial”. “Estas fiestas muestran que el prejuicio sobre el género se terminó de caer”, opina Roisi, músico, escritor y cumbiólogo autorizado (escribió el libro Familias musicales y está rodando el primer largometraje sobre la cumbia villera en la Argentina).
Lo más curioso de La Mágica es el público: desde punkies con cresta hasta rockers de barrio; desde rugbiers y princesitas de Barrio Norte hasta floggers bonaerenses o intelectuales con remerita de David Bowie y licencia para divertirse. Lo que queda claro, en todo caso, es que no se trata de la misma licencia etílica que se tomaba uno para hacer trencito con Riki Maravilla a las seis de la mañana, en el casorio de aquella prima lejana. Porque la cumbia que suena ahora, que no es tan distinta de la que hacían Riki y sus colegas tropicales, estará siempre ahí. Sólo faltaba tomársela un poco en serio para divertirse.
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