Domingo, 1 de septiembre de 2013 | Hoy
PERSONAJES > SOFíA VIOLA: LA CANTANTE DE 24 AñOS DE LA QUE TODOS HABLAN TIENE NUEVO DISCO, JúBILO
Por Micaela Ortelli
El viernes pasado Sofía Viola presentó su último disco, Júbilo. El CAFF –club social y cultural fundado por la Orquesta Típica Fernández Fierro– estaba lleno: mesas, gradas y paredes ocupadas. Los discos en la entrada se vendían como el vino y las empanadas adentro. Nada más ajeno a Sofía que la solemnidad, pero cuando salió al escenario y empezó a cantar “Muna Munanqui”, acompañándose apenas con el charangón, taconeando por momentos para marcar el ritmo, hubo quienes apagaron los celulares. Usó un vestido floreado muy corto, zuecos que abandonó al poco rato, el pelo azabache volado hacia algún costado. Cuando terminó la canción, miró para adelante y, encantadora (eso descubrían los que sólo estaban al tanto de su alucinante voz), dijo algo como: “Los saludaría uno por uno, ¡pero son un montón!”. Levantó la copa e inició un brindis general que no fue el único de la noche: los vasos del público –de amplio rango generacional– cruzaban de mesa.
Así es Sofía Viola en vivo: tan desenvuelta como si estuviera zapando entre amigos; tan distendida se la ve, como si estuviera cantando mientras cocina o se ocupa de las plantas –sus actividades preferidas después de cantar–. No se pone nerviosa ni necesita paz y tranquilidad en el camarín. Sólo dormir bien la noche anterior; aunque si está cansada, se repone ahí arriba, dice: “Para mí salir a tocar es natural y energético”.
Sofía es tan joven que acaba de cumplir 24 años. Se crió en Remedios de Escalada, en una casa donde todo el tiempo sonaba música y televisión, siempre transitada por muchos familiares y amigos, entre ellos: mamá (madraza abierta y liberal), papá (el Pollo Viola, reconocido trompetista), abuela (le hizo escuchar a Tita Merello a los ocho), tío (fundador del Parakultural). Su hermano, Víctor, es trabajador ferroviario, adorador del barrio y poeta sin pulir. Con él compuso “La ópera de un hombre corriente (Stracqualursi)”, que en vivo canta con una máscara de V de Vendetta, y es uno de los momentos más divertidos del show. Con la ayuda de su cuñada, que nació en Paraguay, escribió en guaraní “Guayaba y un cuchillo” e “Itavyraiáicha”. Con el primo, una de sus canciones más conmovedoras, “Me han robado el mar”, un diálogo entre Bolivia y la luna. Hace un tiempo empezó a sentir una molestia en el pecho al cantarla; “es la emoción”, pensaba. Pero no: se estaba lastimando la garganta. Ahora su profesora de canto, una señora de más de 80 años que la entrena hace poco, no quiere que la haga más: “¿Pero justo hoy no la voy a hacer?”, dijo el viernes.
Los shows de Sofía son emocionantes y muy divertidos; ella es muy divertida, una performer con todas las letras. Y tiene con qué: a los 11 aparecía en televisión, en Medios locos, el programa de Adolfo Castelo, Mex Urtizberea y Gillespi. Hacía de “La supuesta hija de Perón” y tocaba la trompeta, el segundo instrumento que intentó aprender (el primero fue el violín, aunque el padre insistía con que tenía que ser la viola). Ella nunca se sintió muy cómoda en ambientes institucionalizados. Su gran espacio de socialización fue el teatro-bar Ludovico, en Temperley, donde surgió su primera banda –o colectivo artístico–, los Mahatma Dandys. Con ellos viajó a Cabo Polonio y Córdoba; todos siguieron camino y ella se quedó viviendo en San Marcos Sierras, en una casa ecológica donde grabó su primer disco, Parmi (2009).
Dejó el colegio para dedicarse de lleno a componer y cantar. Y callejear. Hubo un segundo viaje largo (a Perú y Bolivia) y mucho conurbano. Trenes, colectivos, gitaneo en casas de amigos. Mucha noche: peñas, teatros, conciertos de jazz, rock en su momento. Nada de boliches, nunca le gustaron. Lanzó un segundo álbum: Munanakunanchej (2010), “Tenemos que querernos en el camino Arco Iris” en quechua. Ahí es tan ecléctica como para renegar de la mala alimentación en una cancioneta estilo francés: “Mi primer alimento fue leche materna, me enchufaron Nesquik como cosa buena. Yogures Petit me compraba mi abuela, Serenito, Yimmy, postrecitos de mierda”; o de la cocaína en una auténtica cumbia: “No me des merca, amor, no me des merca, que eso te trae delirio de grandeza. Me pongo terca, amor, me pongo terca. Con ese polvo ensucias bien tus venas”.
A fines de 2011 Sofía tenía acumulada una pila de cuadernos con letras y algunos acordes. Una pila que sumaba casi cien canciones. Tenía miedo de olvidárselas y pidió ayuda a Ezequiel Borra (era y es fanática de su música y él de la suya). Durante todo el año pasado se juntaron a grabarlas, todas: 96 canciones. El la hizo disciplinar: que intentara cantar la misma canción dos veces igual, que estudiara guitarra para tener más recursos... Eligieron once para el nuevo disco; Ezequiel hizo todos los arreglos y participaron muchos invitados (Alejandro Franov, Axel Krygier, entre ellos). El resultado es bellísimo y, además, tiene el sabor de haberse gestado con amor y naturalidad.
“Después de grabar todo eso me quedé en cero, no volví a componer; ahora tengo que volver a acumular experiencia”, dice Sofía, que últimamente está hogareña (se mudó a Núñez), despuntando la creatividad en la cocina, admirándose de su jardín de balcón, de un trébol rojo que la maravilla. Anda en bicicleta por la ciudad y se cruza con menos personajes para sus canciones. Pero está radiante y tranquila, tomando sol, cargándose de energía para todas las juventudes que le quedan.
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