Cuando Charly García suba al escenario del Teatro Colón para ofrecer los conciertos del 23 y el 30 de septiembre, habrá sucedido además otro evento, diferente pero no menos original: estará en librerías Líneas paralelas, algo que en las propias palabras del músico se define como “una ciencia ficción musical by Carlos Alberto García Lange”. Dibujos, bocetos, anécdotas, textos breves manuscritos, arman un contorno para el misterio expectante de lo que sucederá en el Colón. En esta entrevista, Charly García habla sobre música, sobre su propio lugar en el mundo del rock, su último regreso después del último estallido, el papel de las drogas, los psicólogos y la psiquiatría. Una puesta al día, un balance reflexivo de un Charly que, una vez más, se anticipa a lo que digan de él porque vuelve a reinventarse.
› Por Mariano Del Mazo
Chopin, Borges, Carlos Jaime García Lange, Yoko, los psicólogos, los 60, el cine. Siempre el cine. Las marcas, influencias, temas y obsesiones se deslizan en el limbo en el que hoy parece desarrollarse su ex temeraria vida. Hay cuotas importantes de agite, pero el Charly García modelo 2013 da pelea como un boxeador veterano y mañoso desde un punto intermedio, casi un promedio o una síntesis del hippie calmo y tímido de principios de los 70, del rocker desatado y egoinómano de los 90 y del sedado de Luján. Lo que sobrevuela todas las etapas es una cultura y una capacidad de análisis –más o menos vertiginosa, deshilachada o ralentada– sorprendentes. Es un boxeador veterano y mañoso, pero la condición de campeón nunca se pierde. Guste o no, siempre elaboró un discurso entre los pliegues de la obra. Ahora su lucidez arrebatada se disolvió en una inteligencia, si se quiere, mundana. Como la de un pensador pop que cita y recuerda; y es en esas citas y recuerdos por donde pasan Chopin, Borges, su padre...
Ese es el material del que está hecho Líneas paralelas. Artificio imposible, el libro que sale por estos días, “una ciencia ficción musical by Carlos Alberto García Lange”, y que Radar adelanta en estas páginas. Editado por Planeta, es casi como un programa de enrevesado lujo de sus anunciados conciertos del Colón del 23 y 30 de septiembre. Un dispositivo artie de dibujos, bocetos, collages, anécdotas, críticas y textos manuscritos. Un artificio urgente y posible.
El prólogo, que firma Charly, es una declaración del núcleo duro que lo obsesiona por estos días. Si alguna vez intentó un concierto cuadrafónico, si en otro momento quería arrojar muñecos al Río de la Plata desde helicópteros como una puesta en escena de los vuelos de la muerte (idea arrumbada ante la oposición de Hebe de Bonafini), ahora su discurso apunta al número dos: dos líneas paralelas, un acorde sin la tercera nota. Un discurso en que caben desde Jimi Hendrix y Woody Allen hasta la ambulancia que se aleja por la avenida.
“A menos que ignoremos la física, sabemos que las líneas paralelas no se tocan o cruzan y que su destino es andar por siempre cerca, pero no juntas. Una ambulancia aúlla, alguien la escucha y nota que el canto de la sirena empieza a decaer y hacerse más grave sin que haya habido ninguna modificación mecánica y sin haber sido manipulada de cualquier forma. El cielo no es azul. Una broma puede ser una tragedia entre la emisión de una onda sonora, lumínica o lo que sea. Lo que escuchamos en el caso de la ambulancia es algo que atravesó el aire u otros elementos como el agua, gases, etc. y en el trayecto cambió su afinación, su forma, su alma. En el espacio, los universos –o lo que sea que haya ahí afuera– todo es silencio. Hendrix podría estar tocando ‘Voodoo child’ y nadie lo escucharía. Ubiqué las líneas paralelas como las de un tren o pista de lanzamiento de naves espaciales. Estas dos líneas son notas: Sol y Re. Dos notas (número insuficiente para formar un acorde base inamovible de la música que fue, es... y ¿erá?) La tercera define el alma del acorde, ya que si es mayor, transmite alegría. Y ya que si es menor (un semitono abajo), provocará tristeza. En estas palabras introductorias les quiero hacer saber que esto no es una teoría para destruir la música y que todo lo que se ve o se escucha, hay que tomarlo como a una película de Woody Allen, donde algo absurdo o imposible se da por sentado ya que estamos ante un cuento de música-ficción y en el fondo una alegoría sobre los seres humanos. Sobre los que cantan, sobre los que escuchan, y la relación de esas líneas paralelas que se necesitan para existir. Y lo más importante: el espacio. Gracias por venir al estreno de Líneas paralelas (artificio imposible) Les dejo un pensamiento del ya citado Hendrix: ‘La música no son las notas, es el espacio que hay entre ellas’.”
Ahora es una noche de calor. Está, como en los viejos tiempos, en el Hotel Faena. La suite Imperial que comparte con su pareja Mecha ostenta un lujo un tanto demodé, con una cínica decoración de billetes gigantes con los rostros del Che Guevara, San Martín, Bolívar y Artigas. Nada ha cambiado: una corte lo sigue a todos lados. Hay cámaras que lo escudriñan hasta en los movimientos mínimos. Parece que existe un documental en marcha. ¿Se puede ser feliz con tanta gente hablando alrededor? “Me molestan los que te avasallan –dice–. Me gustan los fans tímidos.” Por ahí andan, discretos, Renata Schussheim y Jean-François Casanovas, que tienen reuniones casi diarias con Charly para detalles de la puesta. Una fan camuflada de periodista insiste con autógrafos.
Aun con el cotorreo ambiente, la entrevista conserva la pretensión del mano a mano. El aura de Charly, alguien que en esta etapa maneja el arte de la conversación (“¡Volví a escuchar!”), crea una natural área de exclusión. “Me gustó la idea del libro. Algo bien mío. Tuve muchos ofrecimientos para que escribiera una autobiografía... Ni en pedo. Me parece horrible. Sería como asumir que no estoy vivo. El único proyecto que me interesó fue una propuesta de Fito Páez: de una, me dijo que él quería escribir mi vida. Al final la idea quedó ahí.”
Habla mucho del Colón, ese templo legitimador de lo popular. Pero es apenas un pretexto, un disparador. En el momento de la entrevista acaba de decidir no trabajar con Alejandro Terán, que iba a dirigir una sinfónica. Hay una confusión disimulada, que la pregunta más obvia (“¿Cómo va ser el espectáculo?”) desarticula. Como tantas veces, el artificio imposible degenerará en puro posibilismo. Nadie tiene bien en claro cómo van a ser los conciertos, y esa incertidumbre potencia la sensación de pop star que tiene al gran teatro a su arbitrio. Entonces Charly pasa de una orquesta de cincuenta músicos a una de diez, de conflictos operativos con Terán a la repentina epifanía de formar una banda de melotrones. Con el libro a punto de entrar en imprenta, incluye un parte de último momento –un aviso, un deseo– que parece el definitivo. Escribe:
“Queridos aliados:
Quiero explicarles que abandoné la idea de la orquesta sinfónica. Es mucha gente y muchas notas que no están en el plan de las Líneas Paralelas. Escuchando discos de ‘Rock Sinfónico’, me gustaban más cuando los mismos grupos usaban órganos, sintetizadores y contaban una historia interesante (Tommy, Quadrophenia, Dark Side of the Moon). Pero con el tiempo se volvieron pomposos, e hicieron mamotretos como Las 6 mujeres de Enrique VIII, Viaje al centro de la Tierra (un plomo) y esta pretensión digna de cuentos de Merlín, los Caballeros y el Santo Grial, además de música para Hollywood, nos hablaban de caballeros-ángeles, cuando en realidad arrasaban pueblos, violaban y todo en nombre de (Pobre) Dios. Tommy, Quadrophenia, y el lado 2 de Abbey Road, en cambio, son suites con ritmos rockeros bien amalgamados con los Who, los Beatles, por ej. Me incliné a seguir mis reglas:
Minimalismo
Neoclasicismo
Polirritmia
Y donde se pueda, una pátina de ambigüedad. Decidí cambiar las partes de la orquesta con dos cuartetos de cuerdas, voces y algo de metal. No sonaré como Wagner, Mahler, pero se acercará a Sgt. Pepper’s, donde el rock, las baladas y los experimentos musicales (“Un día en la vida”) van construyendo una pieza con noticias de periódicos y la imaginación de John, Paul, George, Ringo y Martin. (...) Si las melodías, armonías, interpretaciones y la amalgama de antigüedad arquitectónica se estrella sacándose, en vez de chispas, pétalos estereofónicos, me sentiré un reciclador de música y si esa música penetra mentes, sentimientos y sonrisas mi misión de unir en un teatro a personas de distintos estratos de esta sociedad seré un hombre-artista feliz.”
El libro, entonces, como una medición minuto a minuto de la previa al Colón. Y más: viñetas que incluyen su relación con Yoko Ono, párrafos didácticos (el increíble: “¿Sabés algo de atonalidad?”), letras insospechadas como la de “No te dejes desanimar” (tal vez el tema más Sui Generis de toda La Máquina de Hacer Pájaros) y hasta una historia con Diego Armando Maradona. En una ocasión Charly hizo un dibujo de un gol y le pidió a Maradona que en un partido lo hiciera exactamente como lo había imaginado... “Le dije que era una prueba de la amistad. El partido se jugaba en la cancha de Boca, y Diego pudo haber marcado otros goles. Pero no los hizo. Esperó tranquilo para hacer exactamente el que yo había dibujado.”
Aparece Alejandro Pont Lezica, amigo multipista, y le pregunta: “¿Te quedás a dormir acá?”. Charly dice que sí. Se puede pensar que el Faena es otra de sus invenciones conceptuales. Se estira y espera las preguntas con un cigarrillo y un vasito de whisky (“No creo que el cigarrillo, la bebida o las drogas hagan mal o sean peores que el teléfono celular, los porteros de las discos o ir al banco”). Pese a la negación de sucumbir a la autobiografía o a la retrospectiva, una de las novedades del discurso que orbita las líneas paralelas es la valoración de aspectos de su pasado. La figura de su padre, por caso, es rescatada con una ternura inédita, inversamente proporcional a las menciones destempladas a su madre y a algunos de sus hermanos.
En el medio traza un arco que va de los años 60 y el descubrimiento de los Beatles –o tal vez antes, su ruptura con un destino configurado como pianista de música clásica– a las internaciones de los 90, y reflexiona sobre locura y arte. Hay algo liberador en su estilo compulsivo y disperso. Las palabras se le amontonan en la boca antes de salir; su mente es mucho más rápida que los enunciados, algo que también se percibía en Borges. “Mirá –dice, su mirada recupera una intensidad antigua–: lo más difícil es mantenerte fiel a lo que querés ser. Es lo único que garpa. A mí me internaron y me hicieron de todo... ¿Alguien puede creer realmente que yo soy un drogadicto o un alcohólico? ¿O que estoy loco? ¿A vos te parece que un loco puede hacer Clics modernos? Yo tomé mucha droga, a veces para experimentar, a veces porque sí. Pero casi nunca afectó mi música. El loco y el artista se parecen, pero el artista tiene la posibilidad de hacer una obra. Eso lo salva. Excepto que se considere loco a alguien porque no le interesa el dinero o no sabe su número de teléfono, como yo. Lo que me cagó la vida fue la psicología y la psiquiatría.
¿Por qué?
–Yo tenía un problema: yo no me gustaba a mí mismo, lo que me gustaba era lo que hacía, mi obra. Por eso un clásico era la gente que se hacía amiga mía –“mi entorrrrno”– y después me empezaba a imitar... El que se comporta como yo me aburre soberanamente. Los psicólogos encontraron esto como una aberración. Y me decían: no se puede vivir de la asociación libre. Yo me reía: si toda mi vida hice asociación libre, ¡si gano guita con la asociación libre! Los psicólogos me empezaron a rodear, como una secta. Y como son unos buchones me internaron. No me curé por los psicólogos o por la jueza. No sólo no me curé... ellos fueron los que me enfermaron. No quiero entrar en el tema de la droga, pero al fin y al cabo la cocaína la inventó Freud para usarla como anestesia. Después empezó a darse unos saques tremendos y a escribir. Ahora el mismo tipo que te psicoanaliza te manda la policía. Para mí no es seria la psicología: es pura superchería, no es una ciencia. No conozco a nadie que vaya al psicólogo que se haya curado de algo. Yo me hago el boludo pero no olvido: me encerraron, me sacaron todos los departamentos... y nunca hice nada malo. Salí gracias a Palito, y a mí. Si no todavía estaría cavando zanjas en granjas de rehabilitación.
¿Te molesta ese murmullo, casi una discusión de bar, de si ahora estás mejor que antes o no?
–¿En dónde se discute? ¿En el bar Acá sí que no se coge? (risas). La gente común, la gente careta no sabe lo difícil que es todo. No se entendió que estuviera gordo... ¡Cómo no iba a estar gordo si me daban mil pastillas! Es muy complicado meterse el ego en el culo y hacer lo que te dicen para seguir vivo. Y bueno, engordé... ¿y? Hay que tener mucho huevo, loco. Estoy eternamente agradecido a Palito, pero en definitiva salís solo. Te ponés las pilas solo, adelgazás solo... A mí me quedaron las manos artríticas, no podía tocar el piano. Ahora lo puedo decir: era desesperante. Fue todo lento, pasito por pasito. Por eso, y vuelvo a mi familia, me gusta diferenciar lo que fue mi viejo y lo que es mi madre.
¿Por qué?
–¡Es que fue la familia la que me mandó en cana! Mi madre, mis hermanos. El camino está lleno de buenas intenciones, pero son muy burros. Además me sacaron las propiedades, lo cual no es muy agradable. Cuando murió mi hermano Enrique, mi mamá me dijo: “Suerte que se murió él y no vos...”. ¿Eso es una madre? Para una Navidad yo me había comprado una motito. El mismo 24 de diciembre se me quedó cerca de las doce de la noche en la Avenida Belgrano... No había nadie en la calle. Lo pasé solo, y fui el tipo más feliz del mundo. Yo soy fan de mi papá, que lamentablemente murió. Mi papá y mi hermano murieron con una semana de diferencia. Yo justo estaba grabando “Inconsciente colectivo” con Mercedes Sosa y Milton Nascimento.
¿Por qué decís que sos fan de tu padre?
–Porque era un señor. Tenía una fábrica de fórmica. Cuando a mí me agarraron los 60 no me asombró tanto, porque estaba en una familia donde mi padre descollaba: hacía obras de teatro, se disfrazaba, montaba unipersonales. El arte estaba bien visto en mi casa. Cuando se ponía en pedo mi viejo tocaba tangos en la guitarra... Es más, él me enseñó en guitarra la primera música que toqué. Era físico y químico, y escribió un libro muy bueno, que todavía se usa como libro de texto del secundario... ¡Cómprense el libro de Carlos Jaime García Lange! Yo en el colegio odiaba la matemática, la química y la física porque me la enseñaron mal. Pero la matemática es bella. Yo veo una partitura de Mozart y me gusta como si fuera un cuadro... Y es matemática pura.
Tal vez Charly García volvió a ser, ampliamente, lo que siempre fue artísticamente: un mix entre pasado y futuro, tradición y ruptura, vintage y moderno. En ese sentido, no aparece contradictorio que mientras manipula un melotrón en su iPad exprese con énfasis talibán que espera ansiosamente el día que se “derrumbe Internet” y se vuelvan a escuchar los vinilos. “Es que el pasado es el futuro”, dirá. Lo del Colón marca también una elipsis, un regreso a sus orígenes de prodigio del piano. Aunque admita una añeja pasión por la música clásica, dice que es letra muerta, “con conceptos fascistoides”. En tren de analogías que saltan en el tiempo, define a Chopin como un artista pop y a Beethoven como un heavy metal.
Entre la ópera rock y la comunión de George Martin con los Beatles, es posible que en su espesura Líneas paralelas reduzca a la etapa Say No More al mero estado alterado de un músico que eligió capas y capas de sonido para sepultar la canción. “Muchos me preguntan por qué no hago más canciones. La respuesta es: porque estoy harto de la canción. Porque ya compuse cinco mil, y todas buenísimas. Después de los Beatles, cualquiera puede escribir una canción. Le ponés un chumbo en la cabeza a un tipo y te escribe una canción. Lo que no se compra es la gracia, el buen gusto. Los críticos dicen rock alternativo y no sé qué. Y simplemente hay cosas bien hechas y cosas mal hechas. El arte es una habitación blanca: si tenés la pretensión de hacer algo interesante, es necesario tomar elementos, reciclar y combinar. Si no es puro ego. Stravinsky decía que un buen compositor no pide prestado, roba. No cualquiera sabe. El rock ya me rompe un poco las bolas, no me interesa... Lo mejor ya fue y ocurrió entre 1965 y algún momento de mediados de los 70.
¿Por qué no te interesa el rock?
–El rock que se hace acá me parece una garcha atómica. Ya no te hablo de música, te hablo de ideología. No tiene ideología. Y no me refiero a peronistas o comunistas. Me refiero a otra cosa. Yo le dije pelotudo a Lanata cuando nadie le decía nada. Y ahora, cuando le faltan varias materias para recibirse de Tinelli, cualquier gil lo critica. Yo no quiero llenar el Colón de rockeros o de punks. Quiero que la música cumpla la función que tiene que cumplir, que no es incendiar un boliche con bengalas, que no es manifestarse como en una cancha de fútbol, que no es que la banda siga a la gente...
¿Cuál es la función de la música?
–La música sirve para curar.
Habla Charly. Del terapeuta británico Ken Lawton, del pianista de Genesis Tony Banks, de los cineastas Ken Russell y Stanley Kubrick, de la película Amadeus, de Salieri y de dos encuentros: uno fugaz y otro, parece, trascendente. “A Borges me lo crucé en Nueva York. Estábamos en un hotel y él iba a tomar el ascensor, pero demoraba o no andaba. De pronto le dice a un asistente una frase maravillosa: ‘Vamos por la escalera, que está totalmente inventada’”. El otro encuentro fue con Yoko Ono, en Buenos Aires. Pero antes cuenta una historia alucinada que utiliza como prólogo de su relación con la viuda de Lennon, y tal vez, como origen de esta catedral barroca llamada Líneas paralelas. “Estaba durmiendo en mi cama a lo ancho, no a lo largo, en Coronel Díaz. La pared de enfrente tenía el logo de Say No More pintado por mí, con aerosol. Un amigo me despierta y me dice que está Yoko en Buenos Aires. Ahí sentí que me salían dos rayos de la mano y que pegaban en las patas de la ‘M’ de Say No More. No te pido que me creas –avisa–. Quizás lo imaginé. Con esa idea en la cabeza fui a buscar a Yoko... Pensé: ¿cómo me acerco a ella? Tenía que seducirla. Supuse que estaría harta de andar rodeada de intelectuales y compré una pirámide y un obelisco de plástico para regalarle. Así le entré: charlamos mucho, de plata, de arte, de instalaciones, de pirámides, de la antimateria. Yoko me cambió la vida... Sentí que es una persona que entiende cómo funciona el mundo. ¡A los cinco minutos de estar juntos me hizo sentir John Lennon!”
Hay señas de desalojar la sala. Las señas chocan contra la buena disposición y el ímpetu de Charly, que se lo ve feliz en su verba de cigarro y vasito. Uno se pregunta por qué es tan querible este hombre que le pone el pecho al paso del tiempo y a las heridas del cuerpo y el alma como un titán o un genio. Como escribió Martín Zariello en su notable libro Sobre el rock (Puente Aéreo Ediciones): “García siempre vuelve porque, sencillamente, nadie le ata los cordones. Y cuando nos encontramos otra vez con él entendemos que nunca se fue, que los idos éramos nosotros fijándonos si estaba gordo o flaco, si tomaba merca o rivotril, si se bajaba los pantalones o se le caían”.
Es mucho más elegante la idea de resistencia que la del aguante. Lo de este hombre de 61 años es pura resistencia, un “constant concept” de reformulación, alguien que sabe dinamitar sus puentes para construir otros. Articula más conceptos, y sigue hablando del aniquilamiento del acorde, de los micrófonos ocultos en la araña del Colón, de su banda The Prostitution, de tramas sonoras. Cuando ya parece que no queda nada para decir, el punk más aristócrata de la historia de la música argentina se para, mete sus manos de uñas pintadas en los bolsillos y masculla: “Hay que venir. Va a ser histórico. La idea es tan buena que se destruye a sí misma”.
Lo escribió en su libro, como quien revela una fórmula: “Donde se pueda, una pátina de ambigüedad”.
La condición de campeón nunca se pierde.
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