Domingo, 17 de noviembre de 2013 | Hoy
FOTOGRAFIA El año pasado, Victoria Gesualdi ganó el Premio de la Feria del Libro de Fotos de Autor con La traza, su ensayo sobre esa tierra arrasada que la dictadura despejó para la nunca construida autopista Central, la AU3. Las fotos, focalizadas en la codiciada zona norte de la Ciudad, son también un mapa de la desidia del Estado, la especulación de grupos inmobiliarios y los modos de acceder a la vivienda. Pero fundamentalmente, gracias a las entrevistas con los habitantes de estas casas, los que se resistieron al desalojo y los que se fueron, es un testimonio de la historia política y social de Buenos Aires.
Por Angel Berlanga
El Cristo se abre la túnica roja y puede verse sobre el pecho un corazón dizque sagrado, herido, con una cintura de espinas, que en simultáneo irradia energía y sostiene una fogata. El marco modesto que contiene a esta imagen acusa el trabajo de la humedad sobre los materiales, los desprendimientos que los hongos producen en la cal, el hierro, los azulejos. Cuelga de una pared de la casa de Rosa, que se resiste al desalojo; vive ahí, en Donado y La Pampa, desde 1986, y eso implica buena parte de su historia: “La casa es un útero”, le dijo a la fotógrafa Victoria Gesualdi, mientras le contaba de esa época. En otra foto, la imagen del presidente de entonces, Raúl Alfonsín, puede verse tumbada entre los escombros y la escena de desmonte de otra casa cercana, en la que Miguel Angel vivió 32 años: las dos herraduras que todavía colgaban de la pared no alcanzaron a conjurar la suerte de la vivienda, que fue demolida luego de que sus ocupantes aceptaran un subsidio habitacional. Las fotografías son parte de La traza, el flamante libro con el que la editorial La Luminosa pone a circular este ensayo de Gesualdi, con el que ganó este año el 1er Premio Felifa Dot en el marco de la Feria del Libro de Fotos de Autor.
Durante la última dictadura, el brigadier Osvaldo Cacciatore, intendente de Buenos Aires, craneó el proyecto de una serie de nueve autopistas: alcanzó a construir la 25 de Mayo (AU1) y la Perito Moreno (AU6) y a encarar una serie de expropiaciones y demoliciones en la que iba a llamarse la Central (AU3), una prolongación de la Panamericana que correría en paralelo a unos cinco kilómetros de la costa y terminaría desembocando, ya en zona sur, en el Puente Uriburu. Las topadoras empezaron el “despeje” desde el norte y tenían lista la traza para construir en el barrio de Saavedra; en lo que iba a ser la continuación, en Belgrano R y Coghlan, el arrase quedó irregular e inconcluso con la suspensión de las obras a mediados de 1981, porque las cuentas del Proceso ya excedían el descalabro. Sobre esta última zona, denominada Sector 5, se concentraron cerca de la mitad de las expropiaciones a 900 familias; sobre esta zona se centró Gesualdi para su visión de La traza. “Cientos de casas y edificios fueron demolidos y otros tantos quedaron a la deriva de la necesidad de vivienda de sectores populares que desde entonces los ocuparon, recuperaron y habitaron –escribe–. Aunque también de especuladores que convirtieron la desidia estatal en un botín de ladrillos de oro para hacer negocios y pagar favores políticos. Rodeado por trenes, plazas, escuelas y hospitales, se trata de un destino de privilegio impensado para quienes no pueden pagar la tierra más costosa de la Ciudad, y un objeto de deseo para los que describen el espacio urbano según el valor del metro cuadrado.”
“Trabajé muchos años en prensa, en fotoperiodismo, y el tema de la vivienda aparecía seguido, era un emergente que siempre explota por algo, tomas, desalojos, marchas en las villas –explica Gesualdi en el bar El Faro, Constituyentes y La Pampa–. De la traza conocía un poco de la historia; me empecé a acercar como transeúnte para conocer el espacio, porque el contraste urbano es muy fuerte: en medio de uno de los barrios privilegiados de la Ciudad, con edificaciones muy imponentes, está desde hace mucho tiempo esta franja muy deteriorada. Y nadie sabe muy bien qué fue esa historia, quién está detrás de los graffiti en las calles, en las casas que se ven medio tapiadas. De a poco fui conociendo a la gente, y en el proceso fue emergiendo otro sentido. Es un tema tremendamente complejo porque tiene treinta años de historia política y social de la Ciudad, que comenzó en la dictadura y abarcó a todos los gobiernos desde entonces, con muchas leyes que lo atravesaron y muchos cambios, también, en la forma en que los ocupantes fueron tratados desde el Estado: fueron inquilinos de la Ciudad, luego los amenazaron con desalojos, después otra ley los protegió, y otra vez quisieron desalojarlos. El tema de la ocupación de vivienda es muy interesante, con muchas contradicciones que, creo, nos enfrenta a todos con un montón de preguntas. En el proceso fui tratando de entender qué pensaba sobre el tema, qué habían vivido esas familias para estar ahí, cuál era el derecho que tenían y ejercían.”
Gesualdi tomó las fotografías que componen La traza entre 2010 y 2012. Cuando empezó, había en la zona unas 400 familias; ella conoció a unas 50, entrevistó en profundidad a 20 y retrató a 14. Su trabajo es extraordinario por varias razones: artísticas, urbanísticas, sociales, testimoniales. En sus fotos está el registro de la megalomanía dictatorial, con esos muros seccionados, esos interiores de casas despanzurradas, y también están las personas que buscaron refugio allí, en esas viviendas rotas y/o abandonadas, materiales castigados y también resignificados de sentidos y vida. “Donde algunos vieron ruinas o negocios inmobiliarios, cientos de familias crearon casas –plantea Gesualdi–, y se apropiaron de un espacio arrasado para convertirlo en suyo.” Cuando Mauricio Macri llegó al gobierno le echó el ojo al sitio: primero desalojó compulsivamente a unas 70 familias, luego intentó crear una corporación y finalmente la Legislatura aprobó una ley para vender los terrenos del sector para construir “edificios de alta categoría”, en lo que pasó a llamarse Barrio Parque Donado Holmberg. La mitad de los afectados aceptaron un subsidio y se fueron; otros quedaron a la espera de unas viviendas sociales que proyectaba la ley; un grupo de ocho familias encaró una construcción cooperativa; algunos, los menos, se proponen resistir. Además del registro fotográfico, Gesualdi incluyó un puñado de textos que narran historias, contextualizan, retratan las traumáticas y amorosas relaciones de estas personas con las casas, el barrio. Maricel entre los escombros, poco después de irse, donde alcanzó a escribir con aerosol: “Hasta acá llegué, doblada pero jamás vencida”. Stella y Manuel, que viven ahí desde hace veinte años; él dice: “Las topadoras van a tener que pasarme por encima”. La historia de Marcela, que llegó con tres hijos y tuvo en el barrio quince más; Virginia, la segunda en nacer cuando llegaron allí, que está a punto de recibirse de maestra mayor de obras y quiere ser arquitecta, cuenta que su casa es como un imán, que muchos chicos del barrio se reúnen ahí.
Gesualdi nació en Buenos Aires en 1980. Sus trabajos como fotoperiodista se vienen exponiendo desde 2007 en las muestras anuales de la Asociación de Reporteros Gráficos. El último dato que aparece en su semblanza biográfica apunta que en abril de este año nació su primera hija, Vera. “El premio llegó unas semanas después que ella, y entonces el libro tuvo una nueva vida –dice–. El embarazo fue el tiempo del armado, en donde todas las piezas que venía juntando, pensando y anotando en mil papeles y fotos de prueba comenzaron a tomar forma, a crear un cuerpo visible, comunicable a otros, disponible para ser compartido, criticado, mirado. Creo que esa instancia productiva estuvo atravesada por lo que sucedía en mi propio cuerpo.” Cita a Gaston Bachelard, inicio de La traza: “Y siempre, en nuestros sueños, la casa es una gran cuna. La vida empieza bien, empieza encerrada, protegida, toda tibia en el regazo de una casa”. “El objetivo principal fue, siempre, hacer un ensayo fotográfico –dice Gesualdi–. Pero al hacer las entrevistas supe que era necesario que las voces estuvieran también presentes. Porque todas las historias confluían en lo que habían pasado y lo que les costaba sostener estos lugares, arreglarlos, defenderlos. Las casas a primera vista podían ser precarias, o ser malas para vivienda, pero el amor con el que se referían a ellas me hizo sentir que la relación iba muy por arriba de toda esa complejidad política y legal. Están sus historias de vida, ahí.”
Se consigue en laluminosaeditorial.tumblr.com y en la sede de ARGRA, Venezuela 1433.
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