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Domingo, 1 de diciembre de 2013

LA VIDA Y NADA MÁS

CINE Una segunda oportunidad, de la directora Nicole Holofcener, es la encantadora historia de una pareja de cuarentones que se encuentran cuando ya no lo esperan y coinciden tanto que les da miedo. Pero es sobre todo el encuentro de dos notables actores: Julia Louis-Dreyfus (la inolvidable Elaine de Seinfeld) y James Gandolfini, en una de sus actuaciones póstumas, haciendo aquí un personaje opuesto al famoso Tony Soprano.

 Por Mariano Kairuz

“Todos deberíamos llevar un cartel en la frente con la lista de nuestros defectos”, dice Albert y se ríe. “¿Me das el teléfono de tu ex?”, le pide Eva. Es la primera cita de ambos y casi todo esto que se dicen lo dicen entre bromas y risas, pero también un poco en serio, pensando en cuánto tiempo y cuántas penurias se ahorraría uno si supiera a qué se enfrenta al comienzo de una relación. Ambos han pasado por experiencias frustrantes, ambos salieron dañados en al menos una ocasión, y a los cuarenta y largos no creen tener la fuerza necesaria para hacer frente a otra decepción. Para peor, todo arranca demasiado, sospechosamente bien entre ellos, entre estos dos que creen ya no poder entenderse con casi nadie, y que sin embargo ahí están, comprendiéndose el uno al otro, su humor, sus frustraciones y miedos, la segunda vez que se ven, como si se conocieran de toda la vida.

El dirige un archivo de televisión norteamericana y asegura –y le creemos– que realmente le gusta su trabajo, así como la televisión clásica (y desdeña buena parte de lo que se hizo en los últimos veinte años). Ella es una masajista profesional, a domicilio, que hace su trabajo con dedicación, tolerando los pequeños incordios que provienen a veces de tener que lidiar con extraños en semejante proximidad física. Ambos encaran con ansiedad e incertidumbre el futuro próximo: llevan años divorciados y relaciones poco amistosas con sus ex y sus respectivas hijas están a punto de dejar el hogar para ir a la universidad. Los acecha la idea de la soledad, la posibilidad de que ya no queden sorpresas en sus vidas. Y entonces, en una fiesta en la que ninguno de los dos parece querer estar, se conocen.

Las cosas, por supuesto, están condenadas a complicarse en este idilio de Albert y Eva que propone Una segunda oportunidad (título local de Enough Said, “Está todo dicho”, estreno de esta semana), y es en la extraordinaria ligereza con que la directora Nicole Holofcener consigue meternos en sus alegrías y encantos, torpezas y prejuicios y miserias –y las de quienes los rodean– que se produce ese raro milagro que es hoy una película hollywoodense adulta. Que esto no se malentienda: no se trata de pararse en contra de las superproducciones de verano de los estudios, de desdeñar al cachivache de superhéroes de la temporada, el tanque animado o la undécima secuela porque todas cumplen una función muy clara dentro de la oferta más masiva de la industria, y a menudo son muy divertidas, pero no está muy claro por qué personajes como Albert y Eva ya casi no se ven en las películas (no en las que llegan al cine al menos) y no hay ninguna razón obvia para esto, ni para que no puedan convivir perfectamente con Thor y su martillo y las lluvias de hamburguesas.

De hecho, ésta es la quinta película de Holofcener y con la excepción de Amigos con dinero –que contaba con varias estrellas, como Jennifer Aniston– su filmografía previa casi no se vio en cine por acá. Esto es, aunque se trata de películas perfectamente accesibles, que se caracterizan por la puesta en escena de diálogos de una total autenticidad y naturalidad. Su retrato de personajes, de taras y prejuicios ordinarios fluye distendidamente, nunca es pretencioso ni sermonea; encuentra y examina los detalles más simples que nos vuelven tan complejos, pero nunca pretende estar dictando sentencia sobre la condición humana, ni descender a esa misantropía profunda que a veces pasa por agudeza en las películas de Woody Allen (con quien se ha comparado a Holofcener, inevitablemente). La compañía productora detrás de Una segunda oportunidad es una joven empresa indie llamada Likley Story (“Historia probable”) y el nombre define muy bien lo que esta película consigue: no realismo (sus diálogos son, por supuesto, bastante más ingeniosos de lo que suelen escucharse un día cualquiera: las partes aburridas están editadas) sino un enorme efecto de verdad. Sin adelantar las vueltas del guión, se puede decir que, tentada por esa fantasía con la que juegan ella y Albert como vacuna contra las nuevas decepciones sentimentales –la idea de un cartel con la lista de nuestros defectos; o el teléfono de un/una ex que nos advierta a tiempo–, en determinado momento Eva mete la pata, y la mete hasta el fondo. Y como Holofcener sabe cómo hacer que nos encariñemos con sus personajes, asistimos a esta pequeña catástrofe divertidos y sufriendo a la vez por ellos.

Pero, finalmente, hay que decir que el verdadero secreto de Una segunda oportunidad reside en sus dos actores protagónicos. Primero, Julia Louis-Dreyfus (Eva) que está tremendamente atractiva. Siempre fue muy atractiva, pero durante los nueve años en que fue Elaine Benes en Seinfeld, ese atractivo quedaba un poco oculto detrás de un personaje demasiado gracioso. También siguió siendo atractiva y graciosa en las sitcoms The New Adventures of Old Christine y Veep (que probaron, cuando Seinfeld terminó, que esta vieja alumna de Saturday Night Live era lo más vivo que tenía la sitcom del comediante neoyorquino), pero la madurez le sienta demasiado bien. “Estoy cansada de ser graciosa”, dice finalmente en Una segunda oportunidad, como diciendo: si sos demasiado gracioso, llega un punto en que nadie te toma en serio. Y a veces es necesario que a uno lo tomen en serio, que se tomen en serio tus problemas y ansiedades.

Mientras que la presencia de James Gandolfini –en el primero de dos trabajos póstumos, los films que acababa de hacer cuando murió sorpresivamente de un ataque al corazón a mediados de este año– se vuelve especialmente potente; acá es donde deja salir, como ya lo había hecho antes, pero más y más sensiblemente que nunca, el oso tierno y abrazable que siempre llevó dentro.

La crítica del sitio IndieWire definió a su Albert como el opuesto exacto del Tony Soprano que hizo famoso a Gandolfini: “Entre las razones que volvieron icónico a Tony, se destacaba su habilidad para sugerir el costado más suave de un criminal, acechando bajo su exterior; Albert es un verdadero blando por fuera, que oculta sus demonios personales en su afabilidad. En él, Gandolfini prueba su enorme rango en su forma más pura”. Además de que su enormidad física es una de las características que definen a su personaje –y uno no puede dejar de pensar que, a los 51, era demasiado joven para morir de un ataque al corazón–, su actuación es tan buena, encantadora y convincente, y tan distinta de lo que hizo en los últimos tiempos, que Una segunda oportunidad nos hace lamentar más y más su pérdida, pensando en todos los otros personajes que hubieran podido ser, pero ya no.

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