Domingo, 22 de diciembre de 2013 | Hoy
MUSICA En los últimos años surgieron bandas y solistas que escriben música para chicos desde un lugar poco convencional, alejándose de costumbres televisivas y esquivando las fórmulas más comerciales, que buscan ser sólo pegadizas. De Luis Pescetti y Los Musiqueros a bandas como Vuelta Canela o El Resorte, muchos de estos autores hablan de género, duelos, amores no correspondidos o miedos, tienen mucho humor e incorporan ritmos latinoamericanos como reggaetones, huaynos, vallenatos y cumbias. Aquí, un repaso por estas nuevas tendencias y los referentes actuales de la música infantil.
Por José Totah
Hay que aclararlo de antemano, para evitar problemas: en esta nota nadie va a sentenciar que la música para chicos que suena en el circuito comercial es repetitiva, machacona y que piensa a los niños como esponjas o máquinas de bailar gangnam style. Tampoco cuestionaremos a las voluptuosas animadoras de la tevé, con su séquito de Barnies y peluches de estación. Menos aún nos referiremos a una supuesta “vanguardia” de la canción infantil sino, apenas, a una forma novedosa de componer música y letra para pibes, a salvo del mercantilismo y los hits de la televisión. “A lo sumo es una puesta al día”, dirá el cantautor Luis Pescetti. En los últimos tiempos, arrancando por el propio Pescetti, Los Musiqueros o Caracachumba, pasando por Madgalena Fleitas y Mariana Baggio, hasta llegar a bandas como Vuelta Canela o El Resorte, las canciones para niños sufrieron una metamorfosis: comenzaron a indagar temas poco visitados por el género, como los duelos, el amor no correspondido o los miedos. Y también incorporaron una fuerte tonada latinoamericana, con ritmos como vallenatos, reggaetones, huaynos y cumbias. Pero, sobre todo, se empezaron a contar historias reales para chicos reales –no para un supuesto ideal de niñez–, que sufren, ríen, se angustian y saben matarse de risa con chistes inteligentes e ironías bien calibradas.
La escena es curiosa y transcurre en el Hard Rock Café del Buenos Aires Design. En el escenario, mientras las pantallas muestran videos de Axl Rose revoleando melena, toca un trío que se llama Vuelta Canela. El público, un pelotón de nenes con sus mamás, tarda un rato en aflojarse (al principio parece que fueran críticos de rock malhumorados), pero al tercer tema ya son todos groupies de la primera hora. Si los Stones estuvieran rockeando en la sala, no habría tanto lío. Hasta las mozas se asustan y ponen las botellas a resguardo.
Y aquí el primer dilema: lograr que un chico se enganche con una canción, que la cante y la baile, no es tan fácil como parece. Pero una vez que se cruza el umbral sutil y finísimo de la aceptación, la entrega a la música, si llega, es completa. “Un niño escucha y entiende los climas mucho mejor que un adulto”, opina Santiago Reyes, que integra Vuelta Canela junto a Nina Lenze y Laura Asensio. El grupo, que tiene un disco editado –Viaje al compás, y está lanzando el segundo–, navega chacareras, murga uruguaya, son cubano y también algunos jazzes y valsecitos.
La prueba del enganche que tienen los pibes con los climas se siente, esa tarde en el Hard Rock, cuando la banda toca una canción tradicional armenia muy melancólica. “Planchamos un acorde y Laura canta un largo rato a capella, en armenio. Al principio pensábamos que no era para chicos, que quizá se iban a poner a llorar, pero la verdad es que se quedan fascinados”, explica Reyes, músico y profesor, que además integra un dúo de tango llamado Diez de Centolla.
Muchas veces se suele pensar aquello de que “esto no es para chicos” y sucede todo lo contrario. El grupo El Resorte, por ejemplo, que comandan Sebastián Díaz y Alejandra Villanueva, canta (en su disco Barcos en la niebla) el Himno a la Bandera en formato de ska o cuenta la historia de un chancho que usaba Movicom y quería jugar en la Selección Nacional. “Buceamos en lo más luminoso, lo más gracioso y honesto que nos sale, siempre con respeto hacia los niños y hacia nosotros mismos como compositores”, afirman. “Tratamos de no dar consejos en las letras; hablamos de las cosas que nos rodean, del barrio, la vecina, la abuela, y buscamos que si el adulto fue a ver el show con su hijo, que los dos la pasen bien”, agrega Díaz, que dirige las bandas de música del colegio Labardén.
En cierto modo, grupos como Vuelta Canela, El Resorte, Naranja Dulce, Bigolates de Chocote, Dúo Karma, La Banda de las Corbatas, Koufequin, Hugo Figueras, Banda Calabaza, La Perinola y La Carreta (de Córdoba) son una nouvelle vague que tomó mucho de la experimentación que hicieron Magdalena Fleitas, Mariana Baggio, Piojos y Piojitos –y Mariana Cincunegui–, Cielo Arriba, Papando Moscas, Sebastián Monk y Al Tun Tun. Este segundo pelotón, a su vez, ya venía influenciado por Luis Pescetti, Musiqueros, Ruidos y Ruiditos, Caracachumba, Palavra Cantada (Brasil) y Rita del Prado (Cuba). Y allá arriba, en el panteón de los grandes, estaban, intocables, María Elena Walsh, Pipo Pescador, Walter Yonsky, Margarito Tereré, Hugo Midón y Carlos Gianni, María Teresa Corral y Promúsica de Rosario.
Con tantas herencias y experimentación, muchas cosas se fueron modificando a la hora de componer una canción infantil. “Antes se hablaba de situaciones y valores ideales. Lo que pasó –y es una movida en la que yo me identifiqué– es que entra en escena el niño real, no como una entidad. Ya no hablás de ‘los niños’ sino de tal anécdota que le pasó a tal chico y sin una bajada de línea”, entiende Pescetti. Y aclara que “si no sos eficaz comunicando lo que querés contar, entonces se distraen o directamente no te escuchan”.
Si algo sucede en los shows de Pescetti, es que los adultos se ríen a la par de sus hijos. Y esto es porque no se piensa el humor como aplicado a una franja etaria, como un “humor infantil”. En este sentido, es muy gracioso cuando Pescetti presenta a su baterista en pleno recital y dice: “El era un niño tan buenito que les decía a sus papás: ‘Salgan porque la pareja se desdibujó tanto al criarme a mí’”.
Para Magdalena Fleitas, que dirige el jardín de infantes Risas de la Tierra, basado en la educación artística-musical, las canciones actuales “incluyen más la realidad cotidiana y la complejidad de la vida. A veces se idealiza la infancia como una etapa toda color de rosa, y si mirás bien no es tan rosa. Los chicos tienen inseguridades, necesitan ser queridos y aceptados. Y por eso, porque les pasan cosas muy intensas, es importante incluirlas en la literatura, en la música”, sostiene.
En su último disco, Risas del agua, Fleitas incursiona “en leyendas latinoamericanas que tienen que ver con nuestros orígenes” y dedica muchísimo espacio a la improvisación de los chicos. También se adentra en un par de temas bastante complejos. Por ejemplo, en la canción “Lo feo”, con letra de Teresita Fernández, canta: “Así quiero que en mi muerte me lleven al cementerio”. Según Fleitas, esto tiene que ver con aquello que decía Pescetti de cantar cosas reales para chicos reales. “Las canciones incluyen lo que les pasa a los chicos, el no querer prestar, no querer ir al jardín y, por supuesto, hablar de los duelos les permite ahondar en su mundo más íntimo lo que es la pérdida de alguien querido”, asegura.
Otros temas difíciles, como el amor no correspondido, también pueden ser patrimonio de los chicos. Lo recita Vuelta Canela en la canción “La Vecinita”: “Ay, me estoy enamorando de la vecina de al lado... Pero, ay, no me da bola, cuando le digo hola”.
De paso, Fleitas desgrana su propio manual a la hora de componer: “Si uno encuentra su voz a través de la investigación, eso también trae una verdad para los niños. Es un adulto que está creando algo verdadero, con riqueza tímbrica e instrumentos reales, y no un producto para engancharlos desde el baile, por ejemplo. Los estás estimulando para que ellos también busquen su propia voz”.
Por último, el modo en que se conciben y luego se distribuyen los discos de estas bandas también esquiva los circuitos comerciales. Más allá de que existe un sello independiente (Gobi Music) que se especializa en editar la música infantil “alternativa”, en muchos casos son los grupos mismos los que van a jugueterías especializadas y bibliotecas a dejar su material. “A mí cada disco me lleva dos años de trabajo”, comenta Mariana Baggio, que trabaja con el talentoso arreglador Martín Telechansky, asiduo colaborador de Pescetti. “Es un proceso de mucha búsqueda, de encontrar una identidad, una sensibilidad genuina, una manera personal de acercarme a los chicos”, justifica.
Tal vez se trate sólo de eso (y no es poco): tanto los cantautores como los chicos están buscando una voz distinta para decir las cosas. Para ellos, ser la banda nueva, como decían Los Redondos, no es lo que más vale.
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