Domingo, 22 de diciembre de 2013 | Hoy
TELEVISION Cuando durante el sepelio de Nelson Mandela un falso intérprete hizo un verdadero desaguisado en la traducción para sordomudos, la lengua de señas adquirió una súbita visibilidad mundial. En la Argentina, la ley de medios propició su uso en la televisión, pero según explica Virginia Domínguez, una de las principales intérpretes oficiales de sordos y creadora del Instituto de Lengua de Señas, los canales suelen evadir su alcance. Aquí, Domínguez traza un panorama del estado de su profesión, explica cómo se pueden evitar los furcios, que los hay, y cómo incluir cada vez a más personas sordas y a quienes los rodean.
Por Juan Pablo Bertazza
A pesar de que el rugby fue el deporte oficial de la unificación, el estadio Soccer City, ubicado en Johannesburgo, resume los grandes acontecimientos de la vida de Nelson Mandela. En ese estadio, que es el más grande de Africa, Mandela dio su histórico discurso de 1990, tras veintisiete años de prisión. Ahí tuvo su última aparición pública y la ovación de una multitud durante la final de la Copa del Mundo 2010, poco después de la trágica muerte de su nieta. Y, en ese mismo estadio, recibió el martes pasado una burla póstuma. Desde ese día hasta hoy, todos hablan del apócrifo intérprete de la lengua de señas, un hombre de treinta y cuatro años, llamado Thamsanqa Jantjie, que actualmente está internado en un psiquiátrico por el supuesto brote que tuvo en medio del velatorio, y quien antes había sido acusado de violación, robos, asaltos a domicilios, secuestro y asesinato.
Todos incendian al intérprete, pero pocos tienen en cuenta la paradoja de que, en el último adiós a un hombre que bregó por la unificación, se levantara un muro contra la población mundial de los sordomudos, un desprecio que, obviamente, no es patrimonio exclusivo del país en el que, hasta comienzos de la década del noventa, se validó el apartheid.
“Yo no creo la versión del brote de esquizofrenia”, afirma Virginia Domínguez, intérprete oficial de sordos y creadora de ILSA (Instituto de Lengua de Señas de Argentina), uno de los más prestigiosos del país.
“En Sudáfrica hay once lenguas de señas y él no hablaba ninguna, tampoco la internacional, era un impostor, sus señas no tenían conexión con lo que se venía diciendo. Lo que pasó tuvo mucha repercusión, y todas las comunidades sordas, sobre todo las sudafricanas, se sintieron muy ofendidas”, explica.
En efecto, la DeafSA, principal organización de sordos de Sudáfrica, manifestó a través de su titular, Bruno Druchen, su condena rotunda a la actuación de ese hombre que contaba con una acreditación de seguridad. “Estaba gesticulando. No seguía ninguna regla gramatical ni la estructura del lenguaje, inventaba los signos conforme avanzaba, por supuesto que tampoco tradujo los abucheos y silbidos que recibía el presidente del país, Jacob Zuma, cada vez que lo mencionaban. Tuvo una eficacia del cero por ciento. Ni siquiera seguía los criterios básicos, ni siquiera decía ‘gracias’”, aseguró Delphin Hlungwane, intérprete de la lengua de signos de la DeafSA.
Por su parte, el ministro de Arte y Cultura sudafricano, Paul Mashatile, pidió disculpas “al colectivo de sordos y a todos los sudafricanos por cualquier ofensa que hayan podido sufrir” y lanzó, al mismo tiempo, una promesa: “Esperamos empezar a regular la profesión, a principios de 2014, a través de la Ley del Consejo de Intérpretes de Sudáfrica, para que este incidente no vuelva a ocurrir jamás”.
Lo que sucedió en el velatorio de Mandela fue recibido, en nuestro país, entre carcajadas y dedos acusadores, y habría que ver si, en rigor, estamos tan distantes de ese papelón. A diferencia de lo que sucede en Sudáfrica, en nuestro país existe una sola lengua de señas, mientras que en Brasil, por ejemplo, existen tres: “Cada país tiene su propio idioma, algunos son muy distintos, otros no. Pero el idioma de nuestro país se parece mucho al de Uruguay y al de otros países de Latinoamérica porque las primeras escuelas en Sudamérica eran argentinas y casi todos venían a aprender acá. Claro que dentro de nuestra única lengua pueden existir algunos regionalismos, como por ejemplo para señalar la caña de azúcar de Tucumán”, explica Virginia Domínguez, que, además de tener una vasta trayectoria como intérprete en televisión (hoy se desempeña en CN23), tiene el privilegio de haber sido la primera en trabajar en tele, hace veintidós años, en el resumen de noticias de América.
“Fue una buena experiencia. Lo único malo es que era a las 12 de la noche. Después estuvimos en CVN y después nos llamaron de Canal 26, pero sólo nos pagaban el remise. Yo lo quise hacer igual porque mis padres son sordos y conozco la necesidad que existe. Además estaba bueno porque era horario central, de 19 a 21. Pero, con el tiempo, me fui quedando sola y se complicó mucho nuestra presencia. Recién ahora muchos nos volvimos a reincorporar, con la nueva ley de medios que pide, como mínimo, cinco horas de transmisión: dos horas de noticiero, una de un magazine y dos horas de programación infantil. A partir de eso, por lo menos, mejoró un poco el aspecto económico. Sin embargo, lo que hace la mayoría de los canales es ridículo, porque lo pasan en horarios marginales como de 1 a 6 de la mañana”, cuenta Virginia.
A pesar de que se trata de una población en permanente aumento, que ya constituye aproximadamente el uno por ciento de la población total, y a pesar de que existe una ley que reclama su inclusión a partir de la presencia de los intérpretes, muchas señales no obedecen la ley, o aprovechan sus resquicios para acatarla con otra ley: la del menor esfuerzo.
“Son pocos lo que consideran a los sordos, y mucho menos lo hace Ibope, que no está presente en ninguna casa de un sordo para medir el rating. Y no es solo una persona, tenés también a sus amigos, familiares, compañeros y muchísima gente que se moviliza alrededor de él, y que también requieren el servicio del intérprete. Sucede que lo que no mide en televisión no sirve, y es un círculo vicioso porque los aparatos están muy mal distribuidos. En uno de los canales líderes, de hecho, me llamaron para hacer una licitación y me pidieron intérpretes lindas. Era más importante lo estético que su preparación”, recuerda Domínguez.
¿Qué se puede hacer para que haya mayor inclusión?
–En los canales tendría que haber alguien que evaluara las interpretaciones, controlar no solo que se entienda sino que coincida con lo que dice el locutor, alguien que pueda escuchar y una persona sorda, un equipo que mire todos los programas y marque qué se entiende y qué no. Que no contraten al que pase el presupuesto más bajo... y después están los horarios, la ley tendría que contemplar que el horario no sea marginal.
¿Los ponen en horarios marginales porque es más barato?
–¡No! Para no molestar la pantalla, y te juro que no es una molestia: al 80 por ciento de la gente, por lo menos, le encanta que esté el wiper con el intérprete. Hace mucho, el gerente de un canal me dijo que por la imitación que había hecho Gasalla en el sketch del pastor, no querían más interpretaciones en lengua de señas. De eso pasaron veinte años y nadie se acuerda.
Una de las máximas dificultades que tienen quienes se inician en lengua de señas es seguirles el tren a las personas sordomudas, que tienen en las manos una expresividad mucho mayor. Virginia Domínguez nunca tuvo ese problema porque se crió con padres sordos. Su mamá hablaba muy bien y su padre, que a pesar de tener un resto auditivo importante nunca quiso usar audífonos, es el fundador de Cades (la Confederación Argentina Deportiva de Sordos), para la cual ahora trabaja Virginia, y donde a raíz de distintos viajes puede ejercitar la lengua internacional de señas, que es una especie de esperanto, pero mucho más usado y eficaz.
¿Sentiste durante tu infancia discriminación hacia tus padres?
–Mi vida con ellos fue absolutamente normal y eso que, por entonces, no existían los avances tecnológicos de hoy, como los detectores de sonidos con luces que se prenden cuando el bebé se pone a llorar. Antes mi mamá se ataba a mí con un hilito y cuando me pasaba algo se despertaba. Mis padres se adaptaron muy bien a la sociedad, ambos eran profesionales, mamá profesora de corte y confección en un colegio de sordos y mi papá mecánico dental. Pero había discriminación, sí, y yo la sentía de una manera muy extraña. Hablaba mucho lenguaje de señas y mamá, que hablaba muy bien y no parecía sorda, me contestaba oralmente y escuchaba cuando decían “pobrecita la sorda”. Claro, lo decían por mí, y a mí me dolía por interpósita persona, porque pensaba que ese acto de discriminación estaba dirigido a ellos.
Uno de los aspectos más interesantes al interiorizarse un poco en la lengua de señas es pensar los juegos de sinécdoque (figura retórica que implica tomar la parte por el todo) que se dan a la hora de nombrar a figuras célebres. Convenciones que, lejos de la arbitrariedad característica de las palabras, implican cierta observación: “Cuando hablo de Néstor Kirchner la seña es la K, la de Alfonsín es su clásico saludo. Por ahí se inventan hasta diez convenciones y el uso termina decidiendo cuál usar porque ésa es la más clara, la más distintiva. Cristina es una mano en el pelo, Menem las patillas, Capitanich todavía no tiene, pero ya va a aparecer, por ahora tengo que decir jefe de ministros”, explica Domínguez, y esa convención por supuesto la determina la Confederación de Sordos.
¿Es posible traducir todo el sentido con la lengua de señas?
–Claro que sí, porque es un idioma como cualquier otro, que tiene una gramática propia, y así como existen las vocales y consonantes, hay cinco elementos que componen una seña: la configuración, la forma en que pongo la mano, el movimiento (adelante es futuro, atrás es pasado), el lugar en el espacio, la velocidad y, el más importante, los elementos no manuales, la cara y el cuerpo. Si hablan dos personas, yo las sitúo espacialmente con el cuerpo, me corro de un lado a otro. Con un gesto de mi cara te puedo marcar afirmación, interrogación o enojo. Cuando el que habla se enoja, mi cara refleja esa bronca, por eso no somos traductoras sino intérpretes.
¿Tienen furcios los intérpretes?
–Sí, si me equivoco lo digo. El secreto pasa por atrasarse y nunca adelantarse, que es un riesgo cuando el locutor habla muy despacio. Si piden, por ejemplo, tomar precauciones, tengo que tener cuidado de no confundirme con el verbo “tomar” en la acepción de “beber”, es decir, prestar atención a lo que viene inmediatamente después.
¿Cuál es la mejor forma de aprendizaje?
–Hay tres lenguas interdependientes: la lengua de señas, la lengua escrita y la lengua oral. La más rápida es la de señas que, además da el sustrato semántico, el contenido, a las otras dos; después viene la escrita porque es visual y después, por último, la lengua oral. Yo no estoy de acuerdo con la educación sólo oral, es decir, la lectura de labios sin lengua de señas. Ahora pasó de moda, pero antes obligaban a los chicos a no usar las manos para comunicarse. En una de las escuelas donde trabajé, un padre me pidió que le enseñara a su hijo a decirle “te quiero”, y eso me pegó mucho. Años después me tocó interpretar un acto en una escuela que se enorgullecía de enseñar sólo lectura de labios. Y en la ceremonia una de mis alumnas pregunta cuánto tiempo tardan los alumnos en aprender a decir “te quiero”. La respuesta de la directora fue “siete años a partir del ingreso escolar” y yo, con mi mejor sonrisa, tenía que interpretar esa respuesta, que me parecía totalmente injusta porque yo “te quiero” te lo enseño a decir en segundos.
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