Dom 21.09.2003
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HISTORIETA

Un indio, un pato y Dios

A comienzos de los ochenta saltó de la nada a dibujar las tapas de Humor y publicar historietas en Fierro. Durante los noventa, cuando desaparecieron los lugares en los que publicar, se refugió en la publicidad y las ilustraciones. Pero, mientras tanto, siguió dibujando historietas para Europa, Estados Unidos y hasta China. Consagrado en Francia con el premio más importante de historieta, ilustrador del New Yorker, colaborador de Art Spiegelman, autor de un Pato marxista heredero de Chandler, de una ópera ilustrada y de una trilogía gauchesca, este fin de semana inauguró muestra y estrena editorial. Carlos Nine está de vuelta.

POR MARTIN PÉREZ

Al lado de los cafés que se enfrían sobre la mesa del bar de Palermo, hay una pila de libros. Son volúmenes de historietas, y algún que otro libro con ilustraciones, que Carlos Nine ha ido editando en los últimos años, principalmente en Europa y también en China y en los Estados Unidos. La mesa está al lado de una de las ventanas del bar, y la gente que pasa por la calle no deja de mirar. Más allá de la inevitable tentación voyeurística que cualquier ventana franca ofrece incluso al peatón más ensimismado, lo que verdaderamente llama la atención a las anónimas miradas son los libros. Sus ojos se clavan en esta pila de libros a todo color, llenos de dibujos. “Ya sabemos dónde tenemos que poner un kiosco”, apunta Nine, que seguramente está orgulloso de que los dibujos sigan llamando la atención de la gente. “Antes al menos se veía a alguien en un colectivo o un tren leyendo El Tony. Pero ahora parece que nadie lee historietas. Sólo las de superhéroes y los mangas japoneses, pero ya no lo hacen por la calle”, apunta este dibujante que se reconoce como un nostálgico. “Pero nostálgico de un tiempo que nunca viví”, aclara con sentido del absurdo, pero también con orgullo.
La descripción de su arte no puede ser más exacta. Porque los trabajos de Nine parecen haber llegado al presente desde un pasado no tan lejano gracias a una máquina del tiempo algo descompuesta, que mezcló caprichosamente en el camino lo de antes con lo de ahora, dando como resultado un mundo imposible, contemporáneo pero de otra época. Allí es donde habitan sus personajes, entre los que están Keko el Mago –que publicó en Fierro–, ese revolucionario de colchón que es el Patito Saubón –su gran éxito en Francia– o el inspector Fantagás. Además del Pato, de la pila de libros que ocupan la mesa del bar asoma un indio, el de la portada del primer volumen de Pampa, una trilogía gauchesca con malón incluido que en sus cargados dibujos lleva cierto regusto a fresco de época. Nine la ideó caminando por La Coruña con el guionista entrerriano Jorge Zentner, con la idea de “venderles algún gaucho a los franceses, que sólo deben haber visto algo parecido con Gardel o con Valentino”.
También se distingue uno más voluminoso que los demás, titulado Gesta Dei, y cuyo dibujo de portada muestra a Dios jugando con su creación. “El título quiere decir Los trabajos de Dios, y está sacado de un texto de Borges sobre Marcel Schwob”, aclara Nine. El libro recopila dibujos de todas sus épocas, ordenándolos como si fuese una enciclopedia muy particular. “Es un álbum de garabatos y bocetos que se editó en Francia en el 2000, y con el que pienso comenzar una pequeña editorial. Mi sueño es editar tres libros por año, y no sólo de mi autoría”, explica Nine, que desde este viernes expone originales de sus últimos libros, los inéditos en Argentina, en el Espacio Historieta del Centro Cultural Recoleta. Y allí promete tener disponible el primer título de su editorial, cuya existencia comenzó a barruntar dos años atrás, pero quedó en el limbo luego de la debacle económica de De la Rúa. “Me dejaron en la lona”, explica con contundencia. Y cuenta que por aquellos meses sus preocupados editores europeos y norteamericanos, conscientes de sus problemas con los bancos, escondían billetes entre las páginas de los libros que le enviaban. “Una locura”, se ríe hoy Nine, recordando una colección de los primeros números de la revista Raw enviada por el mismísimo Art Spiegelman desde Nueva York, con sus páginas llenas de billetes de cien dólares.

SEXO A LA IZQUIERDA
“Si yo dibujo es porque me falló la revolución”, recuerda Carlos Nine que le dijo alguna vez, medio en joda y medio en serio, al dibujante brasileño Ziraldo. Es que, a pesar de sus ocho años en el Bellas Artes, este padre de cuatro hijos aún asegura con orgullo que siempre fue un militante. “Cuando llegó el golpe de Estado, llegué a sacar unos pasajes para irme a Venezuela, pero al final decidí quedarme”, explica. Así fue cómo este dibujante educado de manera clásica peroalejado del circuito de sus colegas cayó en la historieta y el humor gráfico casi totalmente formado, sorprendiendo al medio. “Nine es un clásico argentino, una marca inconfundible”, escribió Juan Sasturain en el prólogo de la edición de Colihue de Keko el Mago (1996). “En realidad ya era un clásico de salida. Cuando apareció fuerte en los medios ya estaba (muy bien) hecho: donde lo pusieran –la ilustración, la caricatura, la historieta, las portadas de libros y revistas– lo suyo siempre fue impecable, maduro y diferente.”
Aunque en realidad lo primero que publicó Carlos fueron una ilustraciones para unos cuentos de Poldy Bird en alguna revista femenina, bien hacia fines de los setenta. “Los firmaba con seudónimo, porque me daba vergüenza. Firmaba como Lucas Yeite. Lucas terminó siendo el nombre de mi primer hijo, y El Yeite Ilustrado es como bauticé a mi editorial.” Su firma de Carlos Nine, con el tiempo, se fue haciendo conocida por sus múltiples trabajos en las revistas de la Editorial La Urraca, donde arrancó en El Péndulo y terminó haciendo las caricaturas de tapa de la revista Humor. “Siempre me interesó la gráfica popular”, dice este fanático de los caricaturistas de Caras y Caretas, legendaria revista humorística que le gustaba comprar a su abuelo. “Me fascinaban los trabajos de Zavattaro y Cao, y no iba al museo a verlos sino que los veía impresos. Así que yo quería que mis trabajos se imprimieran. Mi sueño no era exponer en una galería sino en el quiosco.” Hijo de un zapatero que también formaba parte de una orquesta de tango y de tíos ferroviarios, Nine cuenta con orgullo que esa es la cultura de la que siempre intentó nutrirse. “Aquel mundo de la peluquería del barrio, del cine antiguo, de aquellos bailes bravos en Haedo o Morón a los que acompañaba a mi viejo cuando iba a tocar con su orquesta los fines de semana.” Un mundo hecho de despojos y restos, pero que es un material que está siempre a mano. Y que también le interesa a una mirada ajena. “No puedo dejar de pensar en qué es lo que entenderán los franceses de lo que yo hago. Porque, ¿cuál es la materia que uno exporta? Son un montón de chifladuras. Y ellos las compran y las consumen.”
El salto a Europa de Nine llegó a fines de los ochenta. Recuerda que recortó las páginas de las historietas que publicaba acá y las envió a un editor francés. “Era un pegote que cualquier editor local te devuelve ofendido, pero que allá recibieron y me mandaron de vuelta un contrato”, cuenta. Así fue como se editó en Francia su primer álbum de historietas, Asesinatos y castigos (1991). Le siguió Fantagás (1995) y, finalmente, el que sería su gran éxito: El Patito Saubón (2000), subtitulado en Francia algo así como “El pato que amaba las gallinas”. “Porque allá gallinas se les dice a las prostitutas, y entonces jugaron con ese doble sentido.” La historia de Saubón es la de un militante comunista que se da cuenta de que cada vez es más difícil hacer la revolución, y por lo tanto se dedica a vender artículos puerta a puerta para seducir a las esposas de los burgueses y convertirlas sobre el lecho. “Si le tapás los dibujos es como una novela de Chandler marxista, de tono existencial y confesional”, explica Nine. “Reinventé a la izquierda a través del sexo”, se entusiasma. Con un trazo y unos colores que recuerdan algo a Krazy Kat, el álbum ganó el premio a la mejor obra extranjera en la edición 2001 del Festival de Angouleme, tal vez el más importante del mundo en lo que se refiere a la historieta. Y Nine sueña con editar al Pato después Dios en su Yeite Ilustrado.

LA FAMA DEL QUIOSCO
Allá, en su casa de Olivos, Carlos Nine cuenta que todos los viernes recibe a los chicos que vienen con sus carpetas. Dibujantes que recién empiezan, que van a mostrar lo suyo, a buscar una opinión, a pedir consejos. “En Fierro lo hacíamos todos los miércoles”, recuerda. “Algunos de los chicos que vienen son buenísimos. Y uno no tienemucho que decirles, porque desde que cerró Fierro acá no hay dónde publicar. Pero no deja de sorprenderme que, con toda la maquinaria que hay para que te desalientes y no hagas nada, los chicos van y dibujan igual”, asegura Nine, que tira un par de nombres por los que es capaz de jugarse. “Seguro que no escuchaste hablar nunca de Vladimiro Moreno, pero un día lo va a conocer todo el mundo”, dice. Tan sorprendente y prolífico es el semillero de dibujantes que hay por estos lares, que Nine asegura haber estado hace poco en una fiesta en París donde unos brasileños le reconocieron que la escuela argentina sin dudas era superior. “Los tipos tenían una teoría: decían que la clave estaba en la inmigración italiana, una sangre que siempre dio grandes artistas. Una idea ridícula, pero que sirve para confirmar lo convencidos que están de que acá salen los mejores dibujantes del mundo.”
Además de insistir con la historieta durante los noventa, incluso cuando no había ninguna revista local donde publicar sus trabajos, Nine no dejó nunca de hacer ilustraciones para diarios y revistas, así como algunos trabajos para publicidad. “Una vez hice unos bocetos sin terminar para una publicidad de gaseosas, y me los pagaron una fortuna. No podía creer que por algo que era apenas un boceto me pagaran tanto, pero que por lo que yo considero mi mejor trabajo apenas me diesen unas monedas.” Además de tener en su currículum sus ilustraciones para el New Yorker y una colaboración para un volumen editado por Art Spiegelman –en el que está acompañado por Basil Wolverton, Kaz, Gahan Wilson y Neil Gaiman y Patrick McDonell, entre otros–, Nine calcula que trabaja en cuatro álbumes de historieta por año. Además de la saga de Pampa, actualmente está dibujando un álbum para ese increíble fenómeno de ventas que es la serie de La Mazmorra, de Joann Sfar y Lewis Trondheim. “A Trondheim lo conocí hace diez años en Treviso, cuando aún tenía pelo”, precisa. Sus próximos trabajos serán la edición de Estampas del Oeste, aquella serie que publicaba en Fierro, y una ópera ilustrada llamada Vacas locas y argentinas.
“Tengo fama de francotirador y rompepelotas, y la quiero mantener”, asegura. No en vano su álbum europeo más interesante tal vez sea una alegoría política titulada Oh, mierda, los conejos (2002). Cuenta que a las grandes potencias continentales europeas se las denomina como Las Liebres, que aparecen personificadas como unos conejos que ocupan un muelle y no dejan que nadie se suba a él. “Una traducción posible del título sería Lo mismo de siempre, y cuando se publicó se armó un poco de polémica”, cuenta Nine, que además desliza que en España no lo quisieron editar porque ellos aparecen también en la historia. Y no salen muy bien parados. “Como tengo una formación académica, cuando arranqué los historietistas me hacían quilombo porque descubrían que era un infiltrado. Pero los pintores también me echaban del ghetto, porque descubrían que lo que quería era contar historias. El primero que me entendió cuando empecé con lo mío fue el viejo Breccia. Conocerlo a él fue como reencontrarme con mi viejo. Y fijate que terminó exponiendo su obra en galerías de Europa. No me extraña que cuando el Viejo hacía expresionismo y trabajaba con papeles y trapos, el que estaba haciendo justamente lo mismo entonces era Berni, tal vez el gran artista plástico local que tienen para presentar quienes defienden esa rama del arte”, dice Nine, el dibujante que eligió el quiosco antes que la galería. Y nunca se arrepintió.

Los libros de Carlos Nine inauguró este viernes y continúa hasta el 12 de octubre en el Espacio Historieta del Centro Cultural Recoleta (Junín 1930).

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