Domingo, 18 de mayo de 2014 | Hoy
MUSICA Desde los años ’70, cuando con su grupo Anagris mezclaba a Pescado Rabioso con Pablo Milanés, Claudia Puyó es un nombre y sobre todo una voz ineludible en el rock argentino. Pero siempre fue más conocida por su trabajo con otros, desde los Redondos hasta Fito Páez, en el ya clásico El amor después del amor. Blusera, improvisadora, cantante desde niña y dueña de una vida llena de iluminaciones y pérdidas, acaba de editar Primavera por un día, un disco ecléctico que da cuenta de su presente, sus influencias y su historia.
Por Sergio Marchi
Año 1977. Noche cerrada y sabatina en Buenos Aires. En lo peor de la última dictadura militar, enfrente de lo que entonces se llamaba ENTel, en pleno microcentro, casi en la esquina de Corrientes y Maipú, unos parlantes emiten canciones desconcertantes, especialmente por su temática. Hablan de unión, de revolución, de socialismo en un tiempo donde arrestaban a un pobre libro de química por llamarse La cuba electrolítica. La música no atrae a una juventud militante sino a transeúntes desprevenidos y sorprendidos por escuchar música en plena calle –algo que desentonaba con el sonido de la época–.
Adentro, un grupito de tres adolescentes entonaba su repertorio que mezclaba canciones de Pablo Milanés, viejos temas de rock nacional como “Dulce 3 nocturno” de Pescado Rabioso, una zamba de Atahualpa Yupanqui y alguna composición propia. Estaban locos. “No nos mataron de pedo”, concluye Claudia Puyó y lanza su indómita carcajada capaz de devolverle el ánimo al más depresivo en el día más triste. Acaba de contar el episodio que reunió la mayor cantidad de público de la historia de Anagris, un grupo que tuvo con el bajista Claudio Triputi y el guitarrista Aníbal Forcada. “¡No sabés el quilombo que armábamos! Triputi era el hijo de un pastor evangelista y nos dejaban cantar en el altar de la iglesia. Hacíamos canciones ultrazurdas cuando a Silvio Rodríguez no lo conocía ni el loro, con parlantes a la calle, en los ‘70, cuando estaba todo prohibido. También hacíamos el ‘Blues de los plomos’ de Aníbal, una canción que después se hizo famosa porque la cantó León Gieco. El padre de Claudio era un pastor protestante que tenía mujer, hijos y había sido amigo del padre Mugica. Era medio freak, medio revolucionario y nos daba este espacio. Como teníamos los parlantes que daban a la calle, la gente venía como loca, gritaba y el lugar se ponía hasta las pelotas. Claro, la gente tenía tanta represión encima que escuchaba eso y enloquecía. Eramos refamosos.” Y Claudia vuelve a reírse.
En todos estos años, Claudia Puyó se convirtió en una de las voces más distinguibles del rock argentino por todo lo que cantó y por todos con los que cantó. Sin embargo, su propio trabajo no es demasiado conocido y mucha gente la recuerda por sus participaciones como invitada en un rango de discos que va desde Gulp!, el primero de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, a El amor después del amor de Fito Páez. A la fecha, lleva editados cinco álbumes propios: Del Oeste (1985), Cuando te vi partir (1994), La razón y la tempestad (2002), El ángel (2009) y el flamante Primavera por un día, un disco ecléctico y carnoso en el que se despliega en todas las direcciones que le indica su impetuoso corazón. Encara un rock con la clase de una Bonnie Raitt, canta con autoridad una zamba o una rumbita, se le anima a Charly García y Led Zeppelin, y puede ser tierna en una balada, dura en un blues o viceversa. La suya es la voz de una mujer que ha vivido intensamente y que le pone a la música un sentimiento que no necesita expresarse por un registro quebrado, alaridos o rugidos estereotipados. La voz de Claudia es clara. La que es ronca es su risa, que remata un sinfín de historias desopilantes que cuenta con mucho humor.
“Fui la cantante de todos y muchas veces no cobré un mango. Yo me iba a todos los BA Rock de 1982 con la viola en el colectivo y me subía a cantar con Pedro y Pablo. Nunca tuve problema. Incluso es el día de hoy que no puedo cobrar los derechos como intérprete de Gulp!, porque no me acuerdo qué crédito pusieron en la tapa.” Hay muchas razones para que Claudia sea una cantante que cualquiera quisiera tener en el escenario. La primera tiene que ver con su voz increíble, la segunda con su capacidad para hacer reír por su carácter divertido y su graciosa asociación libre. Y la tercera, tal vez la más importante, sea que, pese a los rótulos, no es una cantante de blues tradicional. “Yo soy una blusera porque zapo blues como nadie en el mundo. Pero en verdad yo soy una improvisadora: me gusta improvisar. Tengo una formación muy amplia; la gente me ve blusera porque mi espíritu es blusero, además me pasaron tantas cosas bluseras en la vida que ¡cómo no voy a serlo! Yo me debo un disco de blues. Pero lo que más me gusta en la vida es improvisar. Tengo cien canciones improvisadas, sin letra, que están buenísimas. Pero no puedo hacer un disco de improvisaciones que después no se puede reproducir ni en pedo, hechas con el método Roberto Quénedi: canciones cantadas en un inglés de mierda.” Pero Claudia, además, es compañera, seguidora aun en el derrape. A un conocido músico le dijo: “¡Vamos a ver quién es la que de-safina con vos como lo hice yo!”.
El afán por improvisar la llevó por caminos que desembocaron en su primer disco, que sólo podía llamarse Del Oeste; nació en Flores, vivió desde los cuatro años en Ramos Mejía, y de grande regresó a Flores. “El Sarmiento me rige por el resto de mi vida: es una pesadilla, vivo enfrente, es el tren que me persigue pero igual lo quiero”, dice mirando las vías y el playón de estacionamiento que le construyeron delante. A ese primer disco llegó por despiste, cuando se había separado su grupo Anagris. Aníbal Forcada era plomo de León Gieco y estaba siempre de gira; Claudio Triputi se fue a estudiar a Berkeley. Y la Puyó trabajaba en bancos; primero en la asesoría legal (herencia de su padre abogado) y luego atendiendo a los depositantes de plazo fijo. “Me la pasaba todo el tiempo escribiendo poesía. Quedé medio en bolas, sin saber qué hacer de mi vida, con la banda separada, y empecé a ir a Jazz & Pop a zapar. Allí conocí al ciego Horacio Larumbe y a Rodolfo García, el baterista de Almendra y Aquelarre. El le habló de mí a Oscar López, un productor que un día me llamó y me dijo que quería hacer un disco conmigo. Pero nunca me había escuchado. Años más tarde supe que él tenía en su agencia a Celeste Carballo, que se había ido a la de Daniel Grinbank, entonces me quería para reemplazarla y para competirle a Grinbank. Lo que no quería eran mis temas. Me puso a trabajar con Miguel Mateos, muy lejos de lo que es mi estilo, pero después pasé a manos de Daniel Freiberg, que había trabajado con Alejandro Lerner. Y él lo convenció de dejarme poner algunas canciones propias.” Una de ellas es la emotiva “Creo que tengo que decirte algo”, uno de sus pocos clásicos. Otra es una que le regaló nada menos que Luis Alberto Spinetta, “Viento del lugar”, a quien conoció a través de su primer marido, Gustavo Noya, productor de Radio del Plata.
En esa primera mitad de los ’80, el rock argentino desfallecía por encontrar una “Janis Joplin argentina”. Celeste se desmarcó rápido y Claudia Puyó quedó como candidata. Sólo que ella no era muy fan de la Joplin. “Canto desde los cinco años, cuando comencé a escuchar música clásica con mi papá; cantaba arriba de las óperas, del Oratorio de Pascua de Bach. Pero a los ocho me cayó en las manos un compilado de Los Beatles y La revancha de Chunga de Frank Zappa. Y me fui con el rock. Pero yo no fui fanática de Janis Joplin; recién la escuché cuando me empezaron a internar con que me parecía a ella. Y la vi por primera vez a los 33 años cuando volví de España; una nena fan mía de Casilda, Santa Fe, me regaló un VHS de Janis y cuando la vi dije ‘mierda, me parezco’. Igual me gustan más Carole King, Bonnie Raitt y Joni Mitchell.”
“Estaba buscando una negra o a vos”, le dijo Fito Páez cuando la vio en Madrid, en el backstage de un show de Los Rodríguez. Quería una voz con ese feeling para una canción de su nuevo disco y citó a Claudia en el estudio a las dos de la mañana del día siguiente. La Puyó volvió a lo que llama “su infierno”, que era la habitación que compartía con Ollie Halsall, un gran guitarrista británico radicado en España, que fue músico de Kevin Ayers, fundador de Soft Machine y colaborador de Syd Barrett, Brian Eno, Mike Oldfield, Andy Summers y Elton John, entre otros. “Hice una gira por toda Europa con Kevin Ayers –revela Claudia–, con veintitrés conciertos en treinta días. Yo tocaba teclados y en Londres me subí a tocar con la remera de Acariciando lo áspero de Divididos.” Esos eran los buenos tiempos, que duraron hasta que la adicción de su novio Ollie a la heroína se agudizó. Mientras, Claudia hizo de todo en España, a la que llegó con Tito Fargo, ex Redonditos de Ricota en 1988, con la idea de hacer una banda llamada Los Románticos de Artane. “Vendí publicidad para un periódico, hice de cocinera en una pizzería, toqué en el metro”, recuerda sin nostalgia. Y en el medio, puso su inoxidable registro en El amor después del amor. “Me acuerdo que fui al estudio y cuando entré me emocioné porque Fito estaba cantando ‘Tumbas de la gloria’, que es una canción muy difícil. Fito para mí no es un gran cantante, pero en ese momento estaba cantando muy bien.” Lo que más disfrutó Claudia, aparte de darle rienda suelta a su voz, fue volver a pronunciar en argentino. “Estaba harta de la ‘ll’. Una SHAve por otra SHAve, de hecho creo que las exageré de la desesperación de no poder usar esa pronunciación en España.”
La mañana del 31 de mayo de 1992, Claudia regresó al infierno cotidiano y las llamas alcanzaron el punto máximo: encontró a su novio muerto de una sobredosis de heroína. “Ollie, además de ser mi pareja, tenía un talento infernal. Yo jamás me enganché con la heroína y le tengo un odio profundo. Porque si te enganchás con el caballo, lo más probable es que no puedas salir de ahí. Y los que salen quedan bastante heridos de la cabeza. Es una droga peligrosa y muy triste porque es una anestesia del alma. Hay muchas personas maravillosas perdidas por la heroína. Luca Prodan me decía que era como una madre que te mecía. Es verdad: es cálida, no sentís dolor, no necesitás nada. Sólo más heroína. O sea: todo mal. Ollie murió a fines de mayo y dos meses después recibí un llamado para sumarme a la banda de Fito. Yo venía muy para atrás, muy angustiada, tomándome hasta el agua del pajarito; como John Wayne que cuando se quería sacar una bala se tomaba un whisky. Así estaba. Mi vida era como la frase: ‘Yo quería ahogar las penas en alcohol, pero las hijas de puta aprendieron a nadar’.”
Claudia nunca le tuvo miedo al agua, por eso salió adelante. Nadó y remó simultáneamente. Estar en una banda como la de Fito, que atravesaba su tiempo de mayor popularidad, era un buen estímulo. “Esa experiencia fue muy buena, muy larga y muy loca. Había una exaltación general en el país; yo venía de tocar en el metro de Madrid, y de repente pasaba a tocar en un estadio con cincuenta mil monos. Pero si supieras lo triste que estaba por dentro... Es como una película que no sé si la viví o no. Hay momentos donde me pregunto si ocurrió de verdad. Era un momento donde estaba feliz, porque cantaba y dejaba mi vida sobre el escenario, en lugares de la puta madre, con buen sonido, orquesta, caños, todo estaba bien. Pero por otro lado después tenía que volver a casa con mi horror. Y era una época de descontrol. Igual nunca me apomelé demasiado.”
Reconoce que le quedó un sabor amargo de todo eso porque Fito volvió a convocarla para la gira que celebraba los veinte años de El amor después del amor. Y las cosas no eran como antes. “No quiero ni tocar el tema”, dice y ya no hay carcajada en ella. La cosa terminó en un escándalo mediático y, para espanto de Claudia, con su voz en todos los medios, ya que de alguna manera se filtró el audio que fue reproducido en radio, televisión y portales de Internet.
Primavera por un día es el primer disco de la Puyó en cinco años. Abrazada a la independencia de su sello Kadorna Records, el disco intenta dar cuenta de su actualidad, pero como ella misma dice, “a los independientes nos cuesta tanto editar que cuando el disco sale para nosotros es viejo. Lo presentamos en el ND Teatro y fue una fiesta: vinieron Fabiana Cantilo, Guille Arrom, Miguel Zavaleta y Ariel Leyra”. Pero pese a la fugacidad a la que alude el título, cada vez que Claudia canta lo hace como si fuera para siempre. “En estos últimos años hemos perdido muchos amigos, desde Luis Alberto Spinetta, al Polaco Riedel, Pilo, Santiago Feliú, Oski Amante. El disco habla de eso; la alegría puede durar un día, es sobre la fragilidad de la vida, y en este momento de la mía, vivo hoy la primavera. Nunca tuve tanta conciencia de la fragilidad pese a que me tocó vivir desde chiquita cosas oscuras, relacionadas con la pérdida. Creo que uno toma conciencia de esto un poco más grande.”
Como buena lectora de Castaneda, Claudia Puyó aprendió temprano que un guerrero no detiene jamás su marcha. Y eso la mantiene en pie, sacándole el jugo a la vida, desafiando la melancolía a pura carcajada y a puro rock and roll. “Siempre hay una canción nueva para cantar; siempre hay algo que tenés que grabar, siempre hay alguien con quien te encontrás y compartís, siempre aparece un músico que te sorprende”, concluye Puyó. Es que, como decía Litto Nebbia, sólo se trata de vivir. Y, en el caso específico de Claudia, también de cantar.
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