Domingo, 7 de septiembre de 2014 | Hoy
Por Cecilia González
La única vez que vi en persona a los Soda Stereo me costó mucho ser profesional. Había ido como periodista extranjera a la presentación de la gira Me verás volver, que hicieron una tarde de septiembre de 2007 en el Museum de San Telmo, pero cuando salieron a un pequeño escenario y, sin más preámbulos, cantaron “Sobredosis de TV” y “En la ciudad de la furia” casi me puse a llorar. Me emocioné un montón. Desde la primera fila me trasladé de inmediato a la época de los ’90, en la que mis amigos y yo bailábamos, cantábamos sus canciones en México, hasta el amanecer. Su música, su ropa, su estilo, la belleza de Cerati, marcaron a mi generación. Es un código que compartimos, porque “Persiana americana”, “De música ligera” y “Nada personal” musicalizaron nuestra transición hacia eso que se llama la adultez.
Los Soda se habían hecho famosos en México con “Cuando pase el temblor”, que se convirtió en un himno después del terremoto del ’85, el peor de todos, el que nos dejó miles de muertos. Todavía hoy, cada vez que tiembla en el DF, lo que pasa muy seguido, empieza a sonar por todas partes el “Yo, caminaré entre las piedras...”.
Con todos esos recuerdos encima, el día de la presentación de Me verás volver les pregunté a Cerati, a Charly Alberti y Zeta Bosio qué representaba México para ellos. “México fue uno de los últimos países a los que llegamos, por cuestiones geográficas, pero fue muy importante, una especie de despertar algo que ya estaba ahí”, me respondió Gustavo, al recordar que habían ido por primera vez a México a mediados de los ’80, justo después del terremoto. Los tres se hicieron amigos de representantes del rock mexicano, que estaba muy vapuleado por las prohibiciones, y empezaron a moverse para poder tocar. Al principio, los Soda se presentaron sólo en las afueras del DF porque en la capital no se podía, pero luego todo eso quedó atrás con el auge del famoso “rock en tu idioma”, la movida comercial que difundió a artistas de México, España y Argentina y que tuvo mucho éxito. Miguel Mateos y Enanitos Verdes, por ejemplo, siguen siendo ídolos en México, pero no alcanzaron el nivel mítico que tiene Soda Stereo.
Anoche, cuando volví del velorio en la Legislatura, le pregunté a mi amigo Gerardo por qué estábamos tan tristes, por qué había pegado tan duro en México la muerte de Cerati.
“Por su contenido poético, por crear un nuevo código de identidad para los chavos que en aquel entonces, carentes de redes sociales, no teníamos alcance a los referentes británicos como The Cure, The Smiths. Porque nos hicieron sentir que un grupo de latinos podía competir con las leyendas. Porque se la creyeron”, me respondió desde México este amigo que hace casi 20 años me hizo escuchar a Soda por primera vez.
Terminada la rueda de prensa de la gira-reencuentro del grupo, me asumí como fan y fui con dos amigas mexicanas al primero de los recitales que dieron en River, que se agotaron bien rápido, me acuerdo. Tanta era la expectativa. Para nosotras era la primera vez, porque a México no habían ido tanto a tocar. Nos emocionamos, recordamos aventuras no tan lejanas y cantamos y bailamos todo lo que pudimos. Para nosotras, que nos habíamos enamorado hacía muchos años de ellos en México, fue mágico poder verlos en Buenos Aires. Un privilegio jamás planeado, uno de los tantos que he vivido en Argentina.
Luego vino la tristeza de ese lunes de mediados de mayo de 2010, cuando a todos nos sorprendieron los rumores sobre la internación de Cerati en Venezuela y la impresión de saber que estaba en estado de coma. La información sobre su estado de salud fue prioridad para los medios mexicanos, lo que derivó en una presión noticiosa que yo, como corresponsal, sólo había sufrido en el caso de Maradona. Así de importante era Cerati para nosotros. Siento que muchos de sus fans vivimos una especie de duelo en esos primeros y agitados días de su traslado a Buenos Aires, de su no despertar. Por eso anoche, en la fila de 20 cuadras poca gente lloraba. Estaban tristes, pero no sorprendidos, no era una muerte inesperada. El llanto afloró horas más tarde, al pasar por el cajón cerrado y constatar que Cerati, ahora sí, ya no va a despertar.
Cecilia González es mexicana, autora de Narcosur. La sombra del narcotráfico mexicano en la Argentina (Marea) y desde 2002 es corresponsal de la Agencia Notimex en Argentina.
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