› Por Miguel Angel Molfino
Ahora que han entrado los carruajes de la muerte, brutales, buscándolo, entre latigazos y gritos goyescos, es bueno saber que no lo han encontrado. Y que jamás lo hallarán.
Eduardo Galeano, una vez más, ha pasado a la clandestinidad y se ha refugiado en cada uno de nosotros, para siempre.
En una ocasión me preguntaron en qué consistía el exilio. Lo tuve que pensar. Y terminé respondiendo: el exilio es una foto.
Recordé que yo conservaba en mi celda una foto de mi mamá y mis hermanos. La escena: un día de violento sol chaqueño, sonriendo, bajo el chivato que crecía en la vereda de casa y de fondo, el polvo dorado que levantaba el viento norte.
Meses después, casi un año después, recibí en una carta otra foto en la que mamá y mis hermanos, casi en la misma pose, en el mismo orden, sonreían desde un paisaje nevado y bajo un cartel en el que se leía: Rue des Fêtes. Aquello era París.
El exilio es la foto de una amputación.
La historia viene a cuento porque con mi entonces compañero de celda, un militante de las Ligas Agrarias santafesinas, hablábamos de Las venas abiertas... (el libro estaba prohibido en las cárceles) y en especial de las políticas de despojos a las que fuimos sometidos los latinoamericanos. Y habíamos concluido que uno de los peores saqueos que puede sufrir un hombre es aquel que te extirpa de tu patria.
Era una dicha saber que Eduardo Galeano, sin que los guardiacárceles se avivaran, siguiera dando vueltas por las celdas, los pabellones, tomando mate y charlando con nosotros.
Muchos hablarán más y mejor de cada uno de sus libros. No soy bueno para las reseñas y se me dan mejor el recuerdo o las asociaciones.
Eduardo Galeano es un pensador vasto que jamás necesitó una babel de ensayos para divulgar el simple arte de su enorme saber. Lo digo con el respeto que me merecen las obras más copiosas.
Digo que sus textos, breves como parpadeos de sabiduría, poseen la belleza y la profundidad instantánea del haiku.
Es mi opinión: Eduardo Galeano fue un hacedor de haikus de la memoria.
Hasta su forma de recitarlos parece el suave deslizarse de un cisne sobre un estanque.
Pero es, en esencia, una literatura urgente, que sirve de trinchera, de militancia; es una obra que llama a la acción, a abrir cabezas y conciencias, a levantar brazos y puños, banderas y pancartas, que trabaja contra el olvido.
Cada mañana, cada uno de nosotros, sin saberlo, salimos a las calles, con nuestro haiku cotidiano, con Galeano en los sacos, en los zapatos y las camisas, así de simple, así nos acompañamos.
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