Domingo, 14 de junio de 2015 | Hoy
Miguel Angel Tobar, El Niño, pertenecía a la Mara Salvatrucha, una de las pandillas más brutales de El Salvador. Negoció su situación con la policía a cambio de reconocer sus crímenes y de traicionar a sus compañeros. Fue asesinado por dos sicarios el 21 de noviembre de 2014.
Por Oscar Martínez
Ahora, el Niño y yo nos alejamos para conversar. De algunas cosas, sólo habla lejos de su mujer. Casi siempre empieza recordando algunos de sus asesinatos. Es un testigo muy eficiente. La mayoría de los pandilleros a los que delata fueron cómplices suyos en algún homicidio. Hablar con El Niño sobre muertos es como hablar con un goleador del fútbol sobre sus mejores anotaciones. Cuando una vez le pregunté a cuantas personas había matado, respondió, como si todos los hombres tuviéramos respuesta a esa pregunta, con una naturalidad abrumadora. Levantó los ojos, movió los dedos al compás de sus labios, que murmuraban algo inaudible, y dijo:
–Me he quebrado... me he quebrado 56. Como 6 mujeres y 50 hombres. Entre los hombres incluyo los culeros (gay), porque he matado dos culeros.
Una vez me contó que había asesinado a un viejo, un conocido homosexual que merodeaba por las cantinas de Atiquizaya, donde El Niño solía pasar las noches entre tragos de aguardiente y puros de marihuana. Una de esas noches, el hombre se fijó en El Niño y le preguntó si no quería ir a un barranco, a tomar y fumar. El Niño entendió las intenciones, y aceptó. Ya en el barranco le dijo: “Ponete, pues”. El hombre se bajó los pantalones y se puso de culo, listo para ser penetrado. El Niño, en lugar de penetrarlo, le partió la cabeza con un enorme leño, le robó el dinero, la marihuana y se largó a seguir su noche. En 2003, Chepe Furia le ordenó asesinar a una prostituta. Era una mujer gorda, con una camiseta ajustadísima a sus enormes tetas y desbordada por su panza. Quién sabe cómo era el rostro, porque en la fotografía del expediente policial sus brazos se lo cubren, en aquella postura desparramada en la que quedó luego de que El Niño le disparara en el pecho. El Niño nunca supo por qué Chepe Furia la quería matar, sólo siguió órdenes. Después, tuvo pesadillas.
–Soñaba con mujeres que se me aparecían en los sueños, y con el recuerdo del bombazo que le pegué en las tetas. La puta bien vio cuando entré en el prostíbulo, y sólo se tapó la cara con los brazos. Cabalito me dejó el pecho libre. Poke, poke. Y salí como venado por toda la línea del tren, y corrí como cinco kilómetros para esconderme en un potrero un par de días. Pero ahí soñaba mierdas, y decidí ya no matar mujeres: porque pues sí... Si son tan lindas las mujeres, para qué andar matándolas.
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