Mariana Enriquez recuerda que, en febrero de 2001, “las señales de la debacle económica argentina eran muy evidentes pero yo estaba inmersa en otro dilema: si gastar mis únicos dólares en ver a mi banda favorita, los galeses Manic Street Preachers, en su histórico concierto en Cuba. Decidí viajar sin pensarlo mucho. Antes, ofrecí la crónica para Radar: todavía era colaboradora de Página/12 y mi sección ‘fija’ no era el suplemento, sino Espectáculos. Radar dijo OK. Viajé, estuve en el Teatro Carlos Marx con la banda y con Fidel Castro, me sorprendí y divertí, me fastidié con la burocracia de la isla, investigué y reporteé noche y día y hasta festejé con Los Manics después del show, todos borrachos, en el Hotel Nacional, junto a por lo menos veinte periodistas europeos. Las fotos para la nota fueron un lío, porque viajé por mi cuenta y con mi camarita que, en 2001, aún no era digital. Pero entre mis tomas mediocres había algunas imágenes valiosas. Ahora, quince años después, me doy cuenta de que presencié la rendija de la apertura actual de Cuba y un evento sociocultural contradictorio, fascinante, ingenuo, profunda y poderosamente político y alegremente juvenil.”