22.4.12
POR JUAN IGNACIO BOIDO Y MARIANO DEL MAZO
Después de su último tratamiento de rehabilitación –que incluyó una etapa en la casa de fin de semana de Palito Ortega– Charly García volvió a tocar y coronó la nueva etapa con una caja llamada 60 x 60 que reunía en tres partes, en cd y dvd, un show del año anterior, 2011, en el Gran Rex. Había decidido presentar la caja en Radar: la entrevista, inusualmente extensa, ocupó seis páginas.
De aquel encuentro, Juan Ignacio Boido recuerda: “En cada entrevista que da, siempre hay por lo menos un momento en que Charly habla como si mirara a los ojos al que lo va a leer. Esa tarde que llegamos a verlo, nos abrió la puerta él mismo, como la abriría cualquiera de noso- tros, y nos invitó a pasar. Nunca deja de ser raro sentarse frente a una persona así. El aire era el de sus canciones: tenía luz. Escuchó las preguntas, pero sobre todo, charló. Habló del reencuentro con su propia obra, del tango, de la ciudad, pero también de salir a caminar por las plazas, de tomar té, de sus miedos. Charly nos miró a los ojos durante toda la entrevista. Quizá un par de veces miró para arriba, como siguiendo el humo del cigarrillo, pensando una respuesta antes de hablar. Fue sincero y se permitió dudar. El momento en que habló de la muerte de Spinetta fue uno de ternura y lucidez único. Cuando salimos del departamento ya era de noche. Sabíamos que teníamos una entrevista buenísima, pero no era lo más importante: habíamos visto a Charly mirarse a sí mismo con serenidad.” Y completa Mariano del Mazo: “La ansiedad, molesta, no llegaba a vencer la dicha amateur que sentíamos con Boido de ir caminando por Ugarteche –felices, apurados, simulando distensión– rumbo al Palacio de los Patos. La ansiedad se condensaba en un par de preguntas: ¿qué Charly nos espera? ¿quién es, ahora, Charly? La respuesta está ahí, en la entrevista, en esos destellos de un artista con la salud cascoteada que se perdía y se encontraba en el laberinto de una obra genial. Y que dejaba la historia clínica para zambullirse, con honesto dolor, en su propia historia. Después de tres horas, Ugarteche era pura sombra. La caminata de regreso hacia Santa Fe disolvió un extraño estado de conmoción.”
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