Dom 21.03.2004
radar

Un diablo anda suelto

POR MOIRA SOTO

Y no es precisamente Mel Gibson, aunque el hacedor de La pasión de Cristo bien podría ser considerado un idóneo emisario o vicario de Satanás en la Tierra, si se lo juzga por su manera viciosa de desvirtuar los pasajes evangélicos (pretende basarse sobre Mateo, Marcos, Lucas y Juan, amén de haber investigado ¡doce años!) referentes a las últimas horas de Jesús. Poco y nada de la caridad, la igualdad, la justicia que predicada y practicaba el Maestro de Nazareth han sido asumidas por el film de marras que, en cambio, convierte breves y concisas alusiones de los evangelistas (escupidas en el rostro en dos oportunidades, burlas cuando le ponen el manto escarlata y la corona espinosa, golpes en la cabeza, azotes ordenados por Poncio Pilatos, todas agresiones que suceden a partir del prendimiento de Jesús), desprovistas de todo detalle truculento y sin mencionar encarnizamiento, en largas sesiones de suplicio, con una variedad de látigos que habrían hecho empalidecer de envidia a cualquier torturador de la Santa Inquisición...
Pero la verdad es que la traición del integrista Gibson a los ideales preconizados por Jesús va aun más lejos, se extiende a su vida empresarial: el australiano, famoso por su intolerancia, además de hacer una película enferma que contamina, se conduce de forma semejante a los mercaderes que el llamado Hijo del Hombre arrojó del templo con un improvisado látigo. “Cueva de saqueadores”, los apostrofó indignado. ¿Qué no le habría dicho a Gibson que, además de embolsar millones a rolete con su orgía sanguinolenta, está explotando hasta los collares (a 12,99 o 16,99 dólares) hechos de réplicas de los clavos usados en la crucifixión (según MG)? Porque el tipo no parece nada dispuesto a cumplir las indicaciones de Jesús: “Vende tus bienes y da limosna a los pobres... Cualquiera que no renunciara a sus bienes, no puede ser mi discípulo...”. Eso sí, el guiñolesco realizador hizo celebrar misa diariamente durante el rodaje en Cinecittà según el rito tridentino (del Concilio de Trento, ¡1545!), y en California mandó construir una iglesia para efectuar la liturgia a su gusto ultraconservador.
El diablo del título fue soltado por Mel Gibson en su Pasión, que se pretende la mar de fiel pese a que ni Satanás ni ninguno de sus colaboradores directos son citados por los evangelistas desde que comienza la agonía de Getsemaní. Es verdad que Jesús aconseja a sus discípulos: “Oremos para no entrar en tentación”, y que en un arranque de debilidad (humanidad) clama: “Padre mío, aparte de mí esta copa”, pero enseguida se recompone: “Hágase tu voluntad y no la mía”. Acaso al leer esto, Gibson y sus secuaces interpretaron que el demonio, el Gran Tentador, el Adversario, andaba husmeando entre los olivos o camino al Gólgota. Imagínense si, tiempo después, los santos devinieron sus favoritos, justamente porque eran las almas más alertas –debido a que sometían sus cuerpos a crueles penitencias–, por lo tanto más difíciles de inducir al pecado, sin duda Jesús habría resultado el premio mayor para este ángel, rebelde y soberbio, según cuenta la mitología judeocristiana.
Pero lo cierto es que el diablillo blancuzco y pelado, de aspecto ambiguo y voz masculina –interpretado por la actriz Rosalinda Celantano-, que en el monte aparece solo y luego durante el Via Crucis con una cría feísima en los brazos, no asusta ni parece capaz de tentar a nadie. Y menos que menos al más pintado, incluso por Caravaggio, artista que, afirma MG, le sirvió de inspiración (se nota que estaba mirando a otro pintor, o que no vio nunca la Cena en casa de Getsemaní, con un Jesús lampiño, mofletudo y carnal, o La muerte de la Virgen...).
Satanás, jefe sedicioso, condenado a ser agente del mal por toda la eternidad junto con los ángeles que lo secundaron, jamás es descripto físicamente en ninguno de los Evangelios (sí en esa pesadilla churrigueresca que es el Apocalipsis, atribuida a Juan), donde siempre es mencionado como un espíritu. Sucede cuando tienta a Jesús en el desierto,antes de que éste se lance a predicar y luego de cuarenta días de ayuno, o al ser expulsado de algunos poseídos. Por caso, el mudo o la “pecadora pública” María Magdalena, que portaba siete espíritus impuros, pero fue liberada y perdonadas sus faltas por un profeta obviamente más indulgente, abierto y noble que el mercader Mel Gibson.

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