“Soy un hijo de la guerra”
Paul Virilio nació en París en 1932. Estudió y enseñó arquitectura, dirigió la revista L’espace critique y fue director general de la Escuela Especial de Arquitectura. En 1975 organizó la exposición Bunker Archéologie en el Museo de Arte Decorativo de París. En 1987 ganó el gran premio nacional de Crítica de Arquitectura y en 1989 asumió como responsable de programas de estudios en el Colegio Internacional de Filosofía dirigido por Jacques Derrida. El año pasado montó en París Ce qui arrive, una muestra gigantesca sobre tecnología moderna y accidente. Actualmente, entre otros proyectos, trabaja sobre técnicas metropolitanas de organización del tiempo y en la construcción del primer museo del accidente. Desde principios de los años ‘80 publica una obra incesante y polimorfa, articulada alrededor del modo en que el progreso y las nuevas tecnologías transforman radicalmente los parámetros espacio-temporales que rigen la experiencia humana. Libros como Estética de la desaparición (1980), El horizonte negativo (1984), La máquina de visión (1992), Un paisaje de acontecimientos (1996), Cibermundo, la política de lo peor (2001) o La inercia polar (2002) dibujan un itinerario intelectual singular, a menudo polémico, signado a la vez por una curiosidad infatigable y un tono cada vez más apocalíptico.
“Soy del 32”, le dijo hace algunos años a la escritora argentina Luisa Futoransky. “Un verdadero hijo de la guerra. Mi padre –un comunista italiano que residía en Francia pero no era ciudadano francés– y mi madre –bretona– se mudaron conmigo a Nantes. En 1940 vi cómo desembarcaban las tropas alemanas en la costa. Pero lo peor aún no había sucedido. Y el 16 y 23 de septiembre de 1943 los aliados empezaron con los bombardeos. Ochomil edificios reducidos a cenizas, barrios enteros en llamas, la ciudad entera devastada. Yo tenía 11 años, y desde entonces me volví relativista. La guerra me hizo comprender cuán frágiles son las apariencias. Para un niño, las ciudades son indestructibles, y yo era un niño cuando vi esa ciudad reducida a cenizas, como Nerón había visto a Roma en llamas. La guerra me hizo comprender que el poder de destrucción es totalitario y pone en cuestión la realidad misma. Ya nunca volvería a confiar en mis propios ojos; todo se volvió falso para mí.”