Cómo era salir a comer con Welles
Comió, huyó y no lo pescaron
Dickson: A veces, cuando Oja estaba afuera, Orson me llamaba y me decía: “¡Ataquemos Cantor’s!”. Cantor’s era una reconocida tienda de delikatessen del barrio judío de Los Angeles. Tenían un mostrador lleno de pastelitos justo enfrente de la ventana. Yo tenía un convertible enorme, rojo, del que Orson podía bajarse y subir con facilidad. Su socios siempre le enviaban limusinas, pero él las odiaba porque le costaba mucho subir y bajar, así que me llamaba a mí para que lo llevara de acá para allá. También tenía un amigo que manejaba una camioneta de reparto de pizzas, así que a veces salía a atacar restoranes con él... Cantor’s tenía una buena playa de estacionamiento justo frente a la vidriera de los pastelitos, así que él se quedaba en el convertible mientras yo iba y señalaba las cosas del mostrador. Y él iba diciendo: “Sí”, “No”, “Sí”...
También nos veíamos en Ma Maison, la cafetería del estudio. No importa con quién tuviera que encontrarse, el procedimiento a seguir era el mismo: si la cita era a las 2, cuando uno llegaba él siempre estaba ahí, sentado a su mesa favorita, junto a la puerta de la cocina. Y durante la reunión
había ciertos trucos que marcaban el tiempo. Por ejemplo, alguien le mandaba un guión a la mesa. “Uf, todo el mundo me manda guiones”, decía. Y así sabía que ya habían pasado 30 minutos. Yo tenía que aparecer a los 45 minutos y pasar junto a la mesa. Entonces me hacía sentar para cortar la reunión y nos comíamos un postre y entonces me decía: “Abner, vamos a la cocina a agradecerle al chef esta comida maravillosa”. Y nos íbamos, dejándole al tipo el muerto de la cuenta. Y la razón por la que Orson se metía en la cocina era que le costaba mucho caminar –al final de su vida se movía en una silla de ruedas–, y como la puerta de la cocina daba directamente al estacionamiento, todo era más rápido, y podíamos escapar antes de que el tipo tuviera tiempo de salir del restorán.
¿Estaba con su poodle negro?
–¡Por supuesto!
Kiki.
–Kiki. Amaba a ese perro con locura. Todavía no entiendo
cómo no murió sobrealimentado: ¡nunca nadie comió tan bien!