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Domingo, 20 de febrero de 2005

POR QUé LEO DICAPRIO ES LA ESTRELLA MáS RARA DE HOLLYWOOD

Atrápenme si pueden

 Por Mariana Enriquez

Leonardo DiCaprio es un personaje raro. Ya cumplió treinta años y sigue siendo objeto de la devoción adolescente, entre otras cosas porque parece un adolescente. En Atrápame si puedes tenía diez años más que su personaje –un chico de dieciséis–, pero el casting resultaba perfecto. No es sólo peterpanismo, porque el extraño caso del aspecto de DiCaprio también funciona al revés: en El aviador interpreta a Howard Hughes desde los 20 años hasta los 40, y sólo con un bigotito consigue el crecimiento. Su rostro y su cuerpo no tienen edad, y ese fenómeno desconcertante hace que no sea exactamente un galán o un sex symbol; al mismo tiempo, esa babyface se considera atractiva, pero no tanto... o por lo menos no aquí y ahora: Leo DiCaprio parece atrapado en las caracterizaciones “de época”, sea el rey Luis XIV, un estafador juvenil de los años ‘60, Howard Hughes, un polizón en un buque de principios de siglo, Jean Arthur Rimbaud o el líder de una pandilla en los orígenes de Nueva York.

También es peculiar su presencia mediática. Es muy famoso, pero no se nota. Después de la ultraexposición que significó Titanic (en 1997, todas las jovencitas del mundo estaban perdidamente enamoradas de Leo), DiCaprio se transformó en estrella de cine, pero nadie está harto de su cara (como se puede estar harto de las caras de Brad Pitt, Tom Cruise u, horror de horrores, Ben Affleck). ¿Por qué? No es que se ausente de la prensa amarilla: se sabe que le gusta salir de noche con sus amigotes y que tiene un romance con la supermodelo brasileña Giselle Bundchen. Pero sus correrías son apenas recuadros en revistas con tapas que se preocupan más por Jude Law o Colin Farrell, objetivamente menos famosos (y menos exitosos). ¿Tiene DiCaprio el don de la invisibilidad? No. Ha hecho algo muy astuto: filma poco. Después de Titanic, hizo apenas cinco películas: El hombre de la máscara de hierro (un robo que le permitió actuar –y de seguro divertirse– con John Malcovich, Gabriel Byrne, Gérard Depardieu y Jeremy Irons); La playa de Danny Boyle, Celebrity de Woody Allen, Pandillas de Nueva York y Atrápame si puedes de Steven Spielberg. Así se ahorra las promociones anuales y la prensa del escándalo que sirve como publicidad. Y también participar de bodrios celestiales. Cierto, gran parte de la crítica destrozó Pandillas de Nueva York. Pero se trata de un film que tiene defensores acérrimos y está dirigida por el todavía respetado y respetable Martin Scorsese; además, en perspectiva, Pandillas... no es comparable a S.W.A.T. o Daredevil, indefendibles y obligatoriamente megapromocionados desastres. Leonardo DiCaprio es quizá la única estrella de Hollywood que se piensa como un actor y no como un soldado más en el mercadeo.

Y como actor, el consenso crítico afirma que Leo DiCaprio es muy bueno. Ni excelente, ni asombroso, ni conmovedor: sólo muy bueno, como un alumno sobresaliente que siempre saca 10, pero jamás deslumbra al profesor. ¿Se trata de cierto temor a canonizar antes de tiempo? Algo de eso hay: DiCaprio hizo sus mejores actuaciones en ¿A quién ama Gilbert Grape? y Mi vida como hijo (junto a Robert De Niro) cuando todavía era un adolescente; da la impresión de que cuesta sacarlo de la categoría de actor juvenil. La cruel verdad es que a DiCaprio le tocó una época penosa de Hollywood. Puede que no esté a la altura de Pacino, De Niro, Hoffman o Jeff Bridges, pero también es cierto que Pacino tuvo su Michael Corleone y De Niro su Jake LaMotta; Dustin Hoffman protagonizó Midnight Cowboy, y Bridges, La última película. DiCaprio todavía no tuvo un gran papel porque apenas hay grandes papeles –y mucho menos grandes películas– en Hollywood. El aviador no hará historia, pero el trabajo de DiCaprio es impecable. Interpretar a alguien con graves problemas psiquiátricos es un pasaporte al tic y la sobreactuación, pero el Hughes de DiCaprio es un hombre que trata con todas sus fuerzas de ocultar sus síntomas, que se avergüenza y en ciertas escenas –cuando le habla a su ex novia Katharine Hepburn desde detrás de la puerta, desnudo, en pleno brote– también es un hombre que conserva su dignidad, no se resigna a ser, ni quiere ser, un freak. Algoparecido había hecho en ¿A quién ama Gilbert Grape?: humanizar a los personajes sin buscar la lástima ni la compasión del espectador, dotándolos de ternura y verdadera hondura, sin gesticular como un poseso ni echar mano de trucos baratos. Y no es poco: ni siquiera Robert De Niro en Despertares o Dustin Hoffman en Rain Man lo lograron.

¿Un gran actor en malas películas? Es posible. No es culpa de DiCaprio el fracaso de La playa, y en su momento parecía una buena elección trabajar con el director de Trainspotting. No es su culpa que Total Eclipse, la reconstrucción del romance de Verlaine y Rimbaud de Antonia Bird, fuera un fallido: ningún actor joven podría resistirse a interpretar al adolescente maldito por excelencia. Hace treinta años hubiera sido una muy buena noticia que Martin Scorsese lo eligiera como actor fetiche; pero hace rato que Scorsese dejó de ofrecer hitos cinematográficos como Taxi Driver. DiCaprio es lo que hay. Y se puede decir que es uno de los mejores actores –si no el mejor– de este Hollywood del nuevo milenio, devaluado, con pocas ideas, incapaz de cumplir la sencilla premisa de ofrecer buen entretenimiento.

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