Fue el hombre más rico de Estados Unidos durante veinte años, pero eso era lo menos peculiar: amaba los aviones, odiaba los microbios, vivía en hoteles, tenía dobles, prohibía que le hablaran, batía records y su lista de amantes –entre las que se cuentan a casi todas las estrellas de Hollywood– es más larga que una entrega de los Oscars. Por eso, Radar ofrece una pequeña guía para iniciarse en la figura del hombre que la película de Scorsese apenas empieza a trazar.
AVIONES. Su primer y único y verdadero amor. H.H. era un hombre mejor en el cielo. Y en la tierra era alguien que se la pasaba mirando hacia arriba. El veloz y ligero Silver Bullet, el espía y aerodinámico XF-11, el pesado y monumental Spruce Goose. H.H. sufre y disfruta varios accidentes aéreos: durante la filmación de Hell’s Angels decide ejecutar él mismo una maniobra que el mejor especialista de la época considera peligrosa. H.H. lo consigue pero se estrella, sale caminando, cae en coma, y se recupera milagrosamente tres días más tarde. Años después se estrella en un campo de remolachas luego de romper el récord de velocidad. En 1946 cae sobre Beverly Hills y casi muere. Quemaduras en el 75% de su cuerpo, pulmón perforado, huesos rotos, cicatriz en el labio que esconderá con un bigote. Contra su voluntad le administran enormes dosis de morfina y codeína, drogas a las que será adicto hasta su muerte.
BACTERIAS. Miedo, mucho miedo. Lo que no significa que haya que bañarse. Porque el problema son las bacterias de los otros. Es más: los otros son las bacterias.
BIO/AUTOBIOGRAFIAS. Hay muchas. Y H.H. siempre las odió, llegando a comprar todo el tiraje de la primera que le dedican. Las mejores: Empire: The Life, Legend and Madness of Howard Hughes de Donald L. Barlett y James B. Steele (1979) y Howard Hughes: The Untold Story de Peter Harry Brown y Pat H. Broeske (1996). La más bizarra: la autobiografía apócrifa –The Memoirs of Howard Hughes– con la que Clifford Irving estafó a medio mundo en 1971. H.H. la desautorizó vía conferencia de prensa radial. Aun así, está muy bien. La más original: la posmoderna novela-en-cuentos I was Howard Hughes de Steven Carter (2003), donde se cuenta la progresiva locura de un biógrafo que no demora en descubrir que lo que él quiere es ser H.H.
EMPRESAS. RKO, TWA, varios casinos de Las Vegas.
ENFERMEDADES. Contrajo la sífilis en la adolescencia y nunca se curó del todo. Sordera como resultado de una extraña enfermedad –otosclerosis– en la que los huesos del tímpano nunca dejan de crecer y producen un enloquecedor zumbido. Desde el punto de vista psicológico: desorden obsesivo/compulsivo. O algo así.
ESTILO. Fue H.H. quien escaló por primera vez esa cumbre absoluta del cool: smoking con zapatillas.
ESTRELLAS. En la cama, las estrellas. Una lista parcial: Katherine Hepburn, Rita Hayworth, Ava Gardner, Ida Lupino, Susan Hayward, Yvonne De Carlo, Joan Fontaine, Cyd Charisse, Ginna Lollobrigida, Janet Leigh, Barbara Hutton, Gene Tierney, Gloria Vanderbilt, Virginia Mayo, Marilyn Monroe, Jean Harlow y Jean Peters, con la que se casó (su primera y temprana esposa, la texana Ella Rice, no es más que una nota al pie de la leyenda). Bette Davis cuenta que se enamoró de él la noche en que, sin decir palabra, H.H. se levantó de una cena de famosos y desapareció y lo encontraron media hora más tarde masticando un sandwich en la cocina del restaurante.
ESTRELLITAS. Cansado de los caprichos de las famosas –tan incompatibles con sus famosos caprichos–, H.H. opta por el ensamblaje de un harén de starlets y recién llegadas a Hollywood a las que educa y entrena en planMy Fair Lady pero un poco más hard-core. H.H. las tiene siempre disponibles y listas y las visita sin aviso.
FICCIONES. H.H. es un personaje formidable para ficcionalizar porque su non-fiction supera toda fantasía. Así, en las novelas de James Ellroy -las magistrales American Tabloid, The Cold Six Thousand y la próxima Police Gazette– H.H. es una cruza entre Nosferatu y El Gran Hampa. En la película de 1980 Melvin and Howard de Jonathan Demme –Jason Robards es H.H.– el millonario es un buen tipo. El mejor H.H. hasta la fecha es el de Tommy Lee Jones en The Amazing Howard Hughes (1977). Dicen que Warren Beatty siempre quiso ser H.H. en la pantalla. Tal vez pueda hacerse cargo de El Aviador II. Y no olvidar esa simpática canción/reggae de The Boomtown Rats: “Me and Howard Hughes”, donde un atribulado valet “canta” los sufrimientos a los que lo somete su patrón.
FREAK. Antes del H.H. más extremo ya estuvieron los “peculiares” Ford y Morgan (y Kane y Arkadin); pero es H.H. quien lleva a lo más alto la idea del tycoon “con particularidades” o del misántropo cum laude. Su influencia es inmensa y contagiosa: Dylan, Gates, Disney, Kubrick, Salinger, Jackson... y, por supuesto, Montgomery Burns de The Simpsons.
HEROE. El problema de El Aviador es uno y es evidente: H.H. no tiene madera de héroe sino metal de freak. Digámoslo: no era un buen tipo y, entre sus numerosos momentos oscuros, se cuenta el haber atropellado y matado a un peatón (el episodio fue prontamente encubierto y “solucionado”). La decisión de Scorsese –de cerrar con su declaración ante una comisión de “malos”– obedece a la necesidad de ennoblecerlo como a otro de esos americans que defienden la libertad. Es un final engañoso y, no, H.H. no es Tucker (recordar que H.H. aparecía en la biopic automotora de Coppola con la cara de Dean Stockwell). La escritora Joan Didion diagnosticó: “El que hayamos hecho un héroe de Howard Hughes nos dice algo muy interesante de nosotros mismos: el sentido secreto del dinero y del poder en América no pasa por las cosas que podemos comprar o dominar sino por acceder a la privacidad más absoluta”.
HOLLYWOOD. El enloquecido lugar perfecto para un loco.
HOTELES. El ecosistema ideal. El room service como credo existencial. Suites en Los Angeles, Las Vegas, Bahamas, Londres, Vancouver, Managua y Acapulco. Si no las ocupa él, para eso están los numerosos dobles de H.H. a sueldo.
KLEENEX. El mejor amigo del hombre.
LIQUIDOS. Champagne, leche, orina, combustible para aviones. Y helado: encaprichado con un sabor que la Baskin Robins había dejado de fabricar -banana con nueces–, H.H. pagó una pequeña fortuna para que le hicieran 2000 litros para su consumo privado y exclusivo.
MADRE/PADRE. Da a luz a Howard Robard Hughes II la Nochebuena de 1905 en Houston, Texas. Hay una sola. Por suerte. Es ella quien inyecta en H.H. el horror al mundo de los microbios. Muere en 1922. Dos años después fallece su padre: un playboy que en 1909 patenta una revolucionaria perforadora. De allí viene el dinero de la familia. Hughes Tool Corporation: perforadoras de petróleo. Y de ahí –luego de que el joven H.H. se hiciera con la mayoría del paquete accionario– a perforar Hollywood y a sus chicas.
MAGNATE. H.H. fue el hombre más rico de los Estados Unidos en los ‘60 y los ‘70. Afuera rugían Vietnam y Watergate. Mejor quedarse adentro mirando la tele.
MECANO. Arma y desarma. Su padre le niega una moto y entonces H.H. le injerta un motor a su bicicleta. A la hora de los aviones –entre otras muchas y revolucionarias cosas– inventa el tren de aterrizaje que sube y baja y el sistema de oxigenación de cabinas para vuelos de altitud.
MICROFONOS. Tecnología para espiar hembras propias y ajenas y ex propias y a punto de dejar de ser ajenas.
PECHOS. Parte favorita de la anatomía femenina. H.H. llega a diseñar un aerodinámico brassiere para Jean Russell en The Outlaw. Instrucciones para sus choferes: evitar baches cuando hay una mujer en el auto; los baches dañan el tejido de los senos y aceleran su caída.
PELICULAS. Produce Two Arabian Knights (con la que gana un Oscar), The Mating Call, The Racket, Hell’s Angels (que también dirige a lo largo de varios años y un presupuesto millonario para conseguir escenas aéreas que, todavía hoy, son consideradas magistrales), Bombshell, The Front Page, Scarface, The Outlaw... y siguen los títulos. En 1949 aconsejó a Robert Ryan sobre cómo actuar en el rol de “magnate paranoide” en Caught, de Max Ophuls.
PROHIBIDO. Hablarle, mirarlo a los ojos, fumar y beber en su presencia y todo consumo de queso roquefort, ajo, cebolla o cualquier tipo de receta italiana.
RECORDS. Muchos. En 1938 da la vuelta al mundo en avión: 3 días, 19 horas, 17 minutos.
VUELO (FINAL) Howard Hughes murió el 6 de abril de 1976 volando sobre el Golfo de México, en un avión que lo llevaba de Acapulco a Huston. Pocos días antes le había dicho a su viejo amigo Jack Real: “Tienes que ayudarme. Cuando me vaya van a aparecer todos esos biógrafos; y no quisiera que se concentraran en las chicas o en las películas... Yo sólo quiero ser recordado por mi amor a los aviones”.
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