No es sólo rock ‘n’ roll
POR MARTíN PÉREZ
“La primera vez que tocamos detrás de la Cortina de Hierro fue en Polonia, en 1967. Fuimos hasta allá para hacer lo nuestro, y no fue fácil. El ejército nos esperaba en el aeropuerto, de ahí fuimos a un hotel que era como una cárcel. Había mucha gente de seguridad, más o menos como en Estados Unidos. Y la cosa se fue pareciendo cada vez más. Viajamos invitados por el ministro de Cultura, en una visita cultural, y debíamos tocar en el Palacio de Cultura de Varsovia. Hacia allí fuimos. Honksi-de-boyski, boysk. Zee Rolling Stones-ki, anunció la voz del locutor, y salimos al escenario. ¿Y quiénes estaban en los mejores asientos de la sala, justo en las primeras filas? Los hijos y las hijas de los jerarcas del Partido Comunista. Estaban ahí sentados, con sus diamantes y sus perlas.... tapándose los oídos con las manos. A los dos o tres temas le dije a Charlie que dejase de tocar. Y les grite: Ustedes, pendejos de mierda, váyanse y dejen que los bastardos de atrás pasen acá adelante. Así lo hicieron. Más o menos cuatro filas de chicos se levantaron y se fueron. Todos nenes y nenas de papá y mamá. Afuera tiraban agua desde los blindados, todos los policías tenían cascos blancos y grandes palos, tratando de contener a unos dos mil chicos que no tenían entradas por culpa de ellos”.
Así recordó Keith Richards aquel concierto de Los Rolling Stones en un reportaje realizado en 1971, citado por Stephen Davis en Old Gods Almost Dead, su flamante biografía sobre Los Rolling Stones. El nombre de uno de los capítulos del volumen recuerda precisamente aquella época de fines de los ‘60 y los ‘70, en que los Stones parecían formar parte de la vanguardia y la revolución: “Che Guevara con una banda”. Pero aquélla es una época que ya no volverá. Junto con el rock, durante sus más de cuatro décadas de existencia Los Rolling Stones supieron ser primero irreverentes, revulsivos y energéticos, luego llevaron su mirada más allá del horizonte que les presentaba inicialmente su música, sucumbieron a todas las tentaciones y finalmente aprendieron a imitarse a sí mismos en su afán de no dejar de hacer lo que mejor sabían hacer y conservar el lugar que se habían ganado al hacerlo. Por eso es nadie puede imaginar que una escena como la que Richards recuerda haber protagonizado treinta y cinco años atrás en aquel show de Varsovia pueda llegar a repetirse cuando el grupo finalmente llegue a tocar en Pekín en marzo de 2003. Si es que todo resulta como lo planeado. Porque, más de dos décadas después de aquel intento fallido de desembarco que tan bien narra Chet Flippo en el texto que recuerda su extraño encuentro con Jagger, Los Rolling Stones comenzarán en Boston el próximo 4 de setiembre una nueva gira mundial que los depositará por primera vez en China. En la conferencia de prensa en la que anunciaron la nueva gira, realizada el pasado 7 de mayo en Nueva York, les preguntaron a los Stones qué era lo que los motivaba a tocar en China. El que contestó la pregunta fue Ron Wood, citando la canción “I Like Chinese” (“Me gustan los chinos”) del legendario grupo humorístico Monty Pyton: “Hay 400 mil millones de ellos en el mundo de hoy / mejor es que te quieran, te lo digo yo”.
Poco queda hoy en día del espíritu de rebeldía e incluso peligrosa decadencia que destila el texto aquí presentado. Cronista histórico de la revista Rolling Stone y actualmente editor de la revista musical especializada Billboard en Nashville, la capital de la música country, Flippo compiló en un libro titulado It’s only rock’n’roll sus crónicas de las giras de los Stones durante los años ‘70. Allí supo describir mejor que nadie la realidad del grupo en gira. “Con los años, los Stones han devenido en una especie de gobierno en el exilio con presencia internacional, y unos fieles seguidores mantienen llenas sus arcas y apoyan sin ningún cuestionamiento su régimen”, escribió Flippo. Pero lo cierto es que a nadie ya le pueden brillar los ojos imaginando lo que pueda suceder con la llegada de Los Rolling Stones a China. O a Rusia. Tal vez aún podía quedar algo de eso en Praga, donde tocaron allá por 1990, un año después de la caída del Muro de Berlín y de toda la Cortina de Hierro. El afiche que anunciaba el recital del grupo anunciaba: “Tanks are rolling out, the Stones are rolling in” (“Los tanques se van, los Stones llegan”). “Mejor tarde que nunca”, anunció Jagger desde el escenario del estadio Luzhniki, cuando finalmente los Stones tocaron en Moscú. Había intentado llegar hasta allí en el mismo viaje que los llevó a Varsovia, pero los comisarios culturales les dijeron niet. Por entonces los discos de los Stones eran pirateados en Rusia utilizando radiografías, sobre las cuales se estampaban los surcos del vinilo. Aquella lluviosa noche en el Luzhniki los Stones tocaron ante cincuenta mil fans que ya no eran nada jóvenes, según apunta Davis en su libro. “Cuando fui a la universidad era comunista”, declaró entonces Jagger, confirmando que los tiempos habían cambiado para todos. “Pero las cosas suelen fallar, y uno se va volviendo cada vez más pragmático”, agregó.
Más allá del inevitable pragmatismo, y aunque ninguno de los Stones llegue a atacar a los que estén sentados en las primeras filas –asientos que, al menos en la parte norteamericana del tour, saldrán unos 350 dólares cada uno–, su recital en China seguramente será memorable. Al menos para los chinos que tengan la suerte de estar ahí. Tan memorables como aquellos cinco estadios de River repletos que sorprendieron en 1995 a los Stones, un grupo que parece buscar su juventud corriendo detrás de públicos vírgenes. Como les sucedió en Argentina, como pasó en Rusia –donde tocaron finalmente en 1998– y como lo harán en China, a donde parecen estar llegando después de todos. Incluso el capitalismo parece haber ingresado a China antes que ellos. Mientras Bono se saca fotos en Ginebra con los líderes del FMI y gira por Africa con el secretario del Tesoro estadounidense buscando convencerlos de reducir la deuda externa de los países del Tercer Mundo, los sesentones Stones el año próximo viajarán hasta Pekín a seguir jugando el juego que mejor juegan: cobrar en efectivo por corromper a la juventud con sus canciones. Ya se sabe, pero no está nada mal repetirlo: es sólo rock and roll, pero les gusta.