Domingo, 2 de julio de 2006 | Hoy
VALE DECIR
El lunes pasado la proyección de la Sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín estuvo dedicada al programa de films mudos de Andy Warhol. Fue dentro del ciclo “Warhol, Burroughs & Brakhage: vanguardias neoyorquinas de los ‘60” que se está llevando a cabo por estos días. Y fueron dos funciones de 155 minutos cada una dedicadas a la serie Kiss, Blow job, Empire y Mario Banana. Pero la propuesta de destrucción de la narrativa clásica de los primeros acercamientos al cine del artista (1963-1964) fue, para muchos, una experiencia extrema. Todo fue más o menos bien con Kiss: besos y besos de parejas de toda inclinación. Y el entusiasmo creció con Blow job, primer plano de la cara de un joven sometido a una fellatio. Pero todo cambió con Empire, obra cumbre del período mudo de Warhol: 60 minutos de cámara fija en la porción superior del Empire State. A los diez minutos de proyección la platea se agitó en las butacas. “Hay algo mal”, “debe haber un error”, se escuchó tímidamente. Pero ante una pantalla imperturbablemente estática las quejas arreciaron. Hasta se escuchó algún chiflido reclamando la presencia de un acomodador para que pusiera las cosas en orden. Pero no se presentó nadie, la noche sobre el Empire ya era bien cerrada y los murmullos se transformaron en charla desembozada. “Shhhhhh”, se escuchó desde el centro de la sala. “Es así, qué esperaban”, debió explicar algún entendido. Mientras alguno salía a buscar algún sandwich, se escuchaban los primeros ronquidos, otros optaban por abandonar definitivamente la sala. “¿Y si pedimos que la pasen en cámara rápida?”, sugirió alguien. “¡Shhhhh! ¿Pero no saben qué vinieron a ver?”, insistía el fanático cada vez más encrespado. Mientras unas adolescentes modernas no controlaban las risas nerviosas, algunos se consolaban en voz alta: “Ya debe estar por terminar”. “¿Se pueden callar? Deberían leer a Rimbaud para poder opinar”, vociferaba ya sin pudores el apóstol warholiano. “¡Autoritario!”, se atrevió una voz anónima desde una butaca de adelante. “Autoritario serás vos que no me dejás ver la película”, retrucó el apóstol perdiendo todo glamour. Y eso que el film original dura ocho horas: Empire State desde el caer de la tarde hasta las primeras luces del amanecer. Para los que permanecieron en sus butacas, 140 minutos después hubo premio consuelo: Banana, primer plano de una travesti con pestañas divinas comiéndose una banana. Y cómo. Esta vez, no hubo quejas.
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