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Domingo, 1 de octubre de 2006

El cine en dictadura

De un lado

Jacinta Pichimahuida se enamora (Enrique Cahen Salaberry, 1977).
Para dejar en claro la distancia entre la comedia pícara y cualquier manifestación transgresora, uno de los directores más exitosos del género (y uno de los más prolíficos de la dictadura, con nueve films en su haber) es el encargado también de dar forma a esta comedia moralizante que comienza y termina con la canción “Aurora”.

La fiesta de todos (Sergio Renán, 1978).
Con ocasión del Mundial de Fútbol 1978, Renán dirige la Olimpia (salvando las distancias estéticas) de la dictadura argentina; una película que alterna fragmentos de los partidos con escenas argumentales donde “el Contra” (Calabró) recibe “lo que se merece” y adustos testimonios de personajes públicos como Félix Luna, que cierra la película explicándonos a todos por qué aquel Mundial fue una verdadera “fiesta de todos”.

Los drogadictos (Enrique Carreras, 1979).
¿Cómo olvidar esta gema del cine “testimonial” protagonizada por Mercedes Carreras, Graciela Alfano y Juan José Camero? Torpe, vulgar e improvisada, su involuntaria comicidad no alcanza a parodiar la apología policial, si bien la escena de Alfano “fumando marihuana” anticipa con creces despropósitos posteriores como los spots de Fleco y Male.

¡Que linda es mi familia! (Palito Ortega, 1980).
Sólo apto para personas con estómago fuerte, el changuito cañero (siete películas en dictadura) no sólo perpetra apologías de las fuerzas como Dos locos en el aire (1976) y Brigada en acción (1977) sino también esta comedia familiar perversa –asesinato y silenciamiento simbólico de la gran Niní Marshall–, donde puede vérselo ingresar a la Catedral Metropolitana del brazo de las Trillizas de Oro cantando “La canción de la alegría”.

Comandos azules (Emilio Vieyra, 1980).
Reverenciado por los cultores del “cine bizarro” merced a desvaríos tales como Sangre de vírgenes (1967), en esta película –y su saga inmediata, Comandos azules en acción– Vieyra se encarga de dejar bien en alto el prestigio y la reputación de los grupos parapoliciales ¡en clave de comedia infantil! Curiosamente (no tanto, en realidad), en 1983 el mismo director es de los primeros en estrenar una película “crítica”: El poder de la censura.

La canción de Buenos Aires (Fernando Siro, 1980).
Además de la comedia pícara, Siro (quien llegó a dirigir 10 películas bajo la dictadura) cultivó también el género de la canción popular, como es el caso de esta comedia relativamente exitosa, con guión suyo y de Elena Cruz, estelarizada por Guillermito Fernández junto a Ricardo Darín y Manuela Bravo.

Mire que es lindo mi país (Rubén Cavalloti, 1981).
A pesar de las nobles intenciones de algunos de sus cultores –como Atahualpa Yupanqui y Eduardo Falú, entreverados aquí con el nefasto Argentino Luna–, este musical delata la afinidad entre el discurso “tradicionalista” y la ideología reaccionaria de la época. Su director llegó a dirigir entre 1995 y 1997 la Escuela de Cine del Instituto, que en ese momento estaba intervenido por Julio Márbiz, “presentador” del film.

Del otro

Los muchachos de antes no usaban arsénico
(José Martínez Suárez, 1976).
Estrenada a pocos días del golpe (el 22 de abril), el aislamiento, el encierro y la muerte conforman las notas dominantes y tristemente proféticas de esta extraordinaria comedia de humor negro que se cuenta, indudablemente, entre las pocas obras maestras del cine argentino.

El último amor en Tierra del Fuego (Armando Bo, 1979).
Mientras la comedia pícara fomentaba lo peor, el gran cultor de la “pornografía ingenua” se toma a la chacota todos los símbolos y valores predicados por la dictadura. La escena en que la Coca, maestra de frontera, iza el pabellón nacional en el confín más austral de la Patria, ataviada con un minúsculo guardapolvo, es de una exquisita y mamarracha ironía.

Tiempo de revancha (Adolfo Aristarain, 1981).
Ocultando su pasado, un ex sindicalista logra entrar en una empresa minera, donde un compañero lo convence de fingir un accidente laboral para cobrar la indemnización. Para muchos, este policial tenso y austero no sólo fue considerado una estupenda película sino también el comienzo de la apertura que continuaría, al año siguiente, con Plata dulce, de Fernando Ayala.

El ovni

Bárbara (Gino Landi, 1980).
Dejando de lado su atractivo como objeto kitsch, esta comedia musical protagonizada por Raffaella Carrá es emblemática del carácter caótico de las políticas culturales de la época. Aquí, la mujer lleva adelante la acción (impagable la escena en que Carrá desbarata a golpes de karate a una banda de maleantes ante la pasividad del galán), se ridiculiza a paramilitares y policías por igual y la inusitada moraleja es que el interés personal (en este caso romántico, desde luego) no debe subordinarse al bien del Estado. Una rareza total y absoluta.

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