Domingo, 15 de abril de 2007 | Hoy
“Nos despertamos, algunos chicos que teníamos ocho o diez años. ‘Vengan, vengan, vengan para ver por última vez a los turcos cómo han prendido fuego’, nos dijeron y nos llevaron al balcón. Veíamos a las personas en la orilla del mar, que corrían. Veíamos porque no era muy lejos, a sólo media hora de donde estábamos, teníamos que cruzar el golfo nada más. Así iba, derecho. De embarcadero a embarcadero. Boom hizo, un fuego... algo impresionante. Nosotros con la boca abierta, veíamos. Después, ¿sabe qué han hecho estos turcos desgraciados? Zigzag han hecho. Para cerrar las calles, ¿me entiende? Para que no pudieran salir. A la una de la mañana era eso, una y media, cuando nos despertó el alemán. Entonces mi tío, el padre de Mary de dos años y Lucy de cuatro, cuando escuchó el boom se levantó, las agarró a ellas y a su mujer y salió a la calle. Al salir a la calle vio que había balcones con madera, con vidrios que caían con el boom, boom. Porque la ciudad era vieja también. Entonces no podían pasar. Porque las maderas se quemaban. Los vidrios eran... bien calientes, no podían. Retrocedió mi tío. Tomó otra calle. Pero también estaba tapada con maderas quemadas. Otra vez retrocedió para llegar al mar. Y después encontró una calle. No sé cómo. Y salió a la ruta, al mar. Y se salvaron. Era una cosa extraordinaria. Lo veo. Parece que recién que le hablo, señor, lo veo ahí. Boom, boom. Dice mi tío que se ha quemado mucha gente, se han carbonizado. A la una de la mañana duermen todos. ¿No es así? ¿Cómo se va a despertar? Dígame... Y otro día, ¿sabe qué? Un día estábamos con mi madre y mi hermana en casa y vimos en la calle –que era ancha, de vereda a vereda– un hombre atado al lado del otro. Y no solamente uno al lado del otro, de este lado también atado. Del otro también. Los tenían enjaulados. No podían esos veinte que estaban mandarse a mudar, ¿me entiende? Ya estaban todos hechos bolsa, ahí, uno con el otro, ay... el carnicero, ay... el otro, ay... éste, ay... este otro...”
Estos testimonios fueron recopilados por el Programa de Historia Oral de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, que gentilmente facilitó el material para la nota. En todos los casos, la reproducción fue editada, intentando mantener lo máximo posible su oralidad. Se preserva el anonimato a expreso pedido de las víctimas.Para aportar datos o participar del proyecto:Fundación Luisa Hairabedian (Roque Sáenz Peña 570, 2º piso, 4342-4696; [email protected]).Alejandro Schneider (Facultad de Filosofía y Letras, Puán 480, Subsuelo. Of. Historia Oral; [email protected]).
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