LOS OTROS GRANDES ASESINOS QUE JAMáS ENCONTRARON.
› Por Mariana Enriquez
Atacó por primera vez la noche del 22 de mayo de 1918: sus víctimas fueron Catherine y Joseph Maggio, una pareja de almaceneros que dormía plácidamente en su cama. Ambos recibieron golpes de su hacha hasta morir; también les cortó la garganta con una navaja de barbero que dejó a los pies de la cama. Abandonó el hacha en la bañadera, junto a su propia ropa ensangrentada. Ese año, atacó por lo menos tres veces más: dejó tres muertos —dos de ellos mujeres— y tres heridos. Casi todas las víctimas era inmigrantes italianos almaceneros, el asesino siempre atacaba de noche a personas dormidas y dejaba el hacha cerca: en la cocina, en el patio, cerca de la cama. En agosto de 1918 pareció detenerse. Pero poco menos de un año después volvió con ferocidad redoblada: mató a hachazos a Charles Costimiglia y su hija de dos años; la esposa sobrevivió. En seguida, el editor del diario Times Picayune recibió una carta del asesino: “No soy un humano sino un espíritu, un ángel caído del infierno, ustedes, estúpidos, me llaman el asesino del hacha... Ustedes tienen entretenido a Su Majestad Satánica... Me gusta el jazz y juro que voy a perdonar a todo aquel que esté tocando jazz en su casa la noche de mi siguiente crimen”.
La carta fue publicada; la noche anunciada era el martes 19 de abril. Desde la tarde, la ciudad de Nueva Orleans se preparó para una gran fiesta, el jazz sonó hasta la madrugada y el asesinó perdonó, como había prometido. El asesino del hacha atacó tres veces más ese año, y mató a cuatro personas. Se detuvo el 27 de octubre, con el asesinato de Mike Pepitone. Nunca reapareció.
En los años ’80, el barrio de Frankford en Filadelfia era famoso porque Sylvester Stallone lo había elegido para ambientar Rocky, pero también porque era el coto de caza de un asesino serial suelto e imparable. Su primera víctima apareció el 26 de agosto de 1985 sobre las vías del tren. Tenía 52 años, estaba desnuda de la cintura para abajo con los pechos expuestos; había sido violada después de recibir cuarenta y siete puñaladas. Hasta 1990, asesinó a siete mujeres, casi todas solitarias, o linyeras, o prostitutas, o enfermas mentales, habitués del bar Goldie’s, cerca de la terminal de trenes. La más joven fue Jeane Durkin, de 28 años, una mujer demente que vivía en la puerta de una panadería: su cuerpo apareció bajo un camión, con 74 puñaladas. La mayor fue Margaret Vaughan, de 66, asesinada en enero de 1988; estaba en la calle porque la habían echado de su departamento por no pagar el alquiler (casi exactamente cien años antes, en el otoño de 1888, Annie Chapman fue asesinada por Jack el Destripador en circunstancias casi idénticas: había sido echada del albergue donde dormía por no tener dinero). Hacia el final, violaba a sus víctimas con un pedazo de madera y les mutilaba los pezones. Hubo sospechosos, pero la identidad del asesino se desconoce.
El asesino más famoso y más misterioso de Italia atacó por primera vez en agosto de 1968, cuando asesinó a Barbaro Locci y su amante Antonio, que estaban haciendo el amor en un cementerio. Les disparó con una pistola calibre 22. Y tardó seis años en reaparecer: en 1974, asesinó a otra pareja en el Borgo San Lorenzo; el joven recibió sólo disparos, pero la chica, cuyo cuerpo estaba tendido al lado del auto, tenía los brazos extendidos, una rama de olivo insertada en la vagina y 96 puñaladas. Siguió matando parejas —en autos, en campings— hasta 1985; hacia el final, comenzó a llevarse la vagina de las mujeres, y el seno izquierdo. Incluso le mandó una carta con sangre de una de las víctimas a la fiscal del caso. Todas las víctimas habían salido de discotecas o centros nocturnos; siempre atacó los sábados, y en noches sin luna. La policía interrogó a 10.000 personas y consiguió un sospechoso ideal en Pietro Pacciani, un granjero semianalfabeto a quien le gustaba cazar y la taxidermia; ya había sido arrestado en 1951 cuando mató al amante de su novia, lo apuñaló y lo violó. Pasó trece años en la cárcel por ese crimen, y después pasó otra temporada entre 1987 y 1991, por golpear a su esposa y violar a sus hijas. Un candidato bárbaro, pero no tenían evidencia. Finalmente, el sospechoso murió durante el juicio. Thomas Harris, el autor de El silencio de los inocentes, estaba en Florencia cuando se hizo el juicio, y se inspiró para ubicar a Lecter en esa ciudad en su siguiente novela, Hannibal.
También conocido como “el asesino de los torsos”, se le escapó al mismísimo Elliot Ness. Atacaba en Kingsbury Run, una zona cerca del río en Cleveland donde se refugiaban los miles de desocupados de la Gran Depresión; una verdadera villa miseria. Ahí aparecieron los dos primeros cuerpos sin cabeza, en septiembre de 1935. Dos meses después, se designó a Elliot Ness como encargado de combatir la corrupción policial en la ciudad. El intocable recién se metió después de que apareciera el cuarto cuerpo desmembrado y degollado, seguro de que el autor debía ser una misma persona. La policía buscaba gays con tendencias sádicas, fumadores de marihuana y ofrecía una recompensa de 1000 dólares, una fortuna en esos años. Sólo dos de las doce víctimas —a todas les faltaban las manos— fueron identificadas; hubo 10 sospechosos y la investigación duró diez años. Los últimos cuerpos aparecieron en 1938. Todo terminó cuando Ness ordenó prenderle fuego al asentamiento de desocupados y arrestó a Frank Sweeney, un médico esquizofrénico de la lista de sospechosos. Hasta lo interrogó en forma “secreta”, pero el doctor negó todo. No había pruebas, además. Cuando se internó voluntariamente en un instituto psiquiátrico los crímenes se detuvieron, pero eso ni siquiera empieza a demostrar que fuera el asesino.
Otro asesino de prostitutas en Londres, y también de identidad desconocida. El estrangulador actuaba en las calles de barrios como Bayswater, Holland Park, Notting Hill y Chiswik en West London, todas paradas típicas de prostitutas y clientes en los años ’50. Atacó por primera vez el 17 de junio de 1959, cuando la prostituta Elizabeth Figg apareció sentada contra un sauce, con el vestido abierto que revelaba los pechos. Había sido estrangulada con sus medias. Hasta 1965 asesinó a otras ocho mujeres: todas eran prostitutas y tenía enfermedades de transmisión sexual. La policía recién le prestó atención a los crímenes cuando apareció el cuerpo de Hannah Tailford cerca del puente de Hammersmith, con los dientes arrancados y la ropa interior manchada de semen metida en la boca. Ella había participado de fiestas sexuales de la clase alta; estaba cerca el escándalo Profumo (1963) y se creyó que alguien había intentado silenciarlo. No fue así: se trataba apenas de la tercera víctima. La policía tomó 8000 declaraciones y llevó adelante 4000 interrogatorios. En el ’65, el oficial encargado, Du Rose, dijo que había atrapado al asesino, quien se había suicidado. En 1974, una investigación demostró que el policía mentía. Hoy no hay sospechosos.
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