Dom 23.12.2007
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LA NAVIDAD DEL YONQUI, ROBERT ZEMECKIS

Nieve o heroína

› Por Carlos Gamerro

Se acercan las fiestas y, como es su inveterada costumbre de todos los años, la Disney nos regala otro de sus engendros navideños: en este caso, nada menos que la adaptación del clásico de William Burroughs La Navidad del yonqui, que nos llega precedida del record histórico de espectadores de una película navideña para el primer fin de semana.

El relato breve original, recordemos, sigue las peripecias del yonqui neoyorquino “Danny el limpiacoches” en su desesperada búsqueda de la dosis de heroína que le permita pasar las fiestas en paz. Tras intentar robar unos paquetes del interior de un auto (su especialidad, de ahí su mote), tras encontrar una valija en la calle y empeñarla después de retirar de su interior los trozos de una mujer descuartizada (“¿Por qué huele tu valija de esa manera?” le pregunta el reducidor Skimpy tras pagarle unos míseros tres dólares, “¿Qué es, cuero mexicano?”) finalmente logra convencer a un médico alcohólico de soltarle una exigua dosis de morfina. En la habitación que ha tomado con dos de los tres dólares que son su único patrimonio, a punto de inyectársela, temblando de anticipación, escucha gemidos en la habitación vecina. Yendo a investigar descubre que provienen de un joven con cálculos biliares, a quien el servicio médico ha abandonado (quienes hayan visto el último documental de Michael Moore, Sicko, no necesitarán explicación adicional alguna). Entregándose al espíritu navideño, “Danny el limpiacoches” le cede su ración y permanece a su lado, hasta que un sueño pacífico dulcifica los rasgos del joven dolorido. Por este acto de generosidad pura, Danny es recompensado, al regresar a su habitación, con el “fije inmaculado”.

El relato, convengamos, es ya de por sí uno de los más edulcorados que de la pluma del autor de El almuerzo desnudo hayan salido, pero la versión de Zemeckis se pasa de la raya en todo sentido. En ella, “Danny el limpiacoches” no sólo salva al joven dolorido sino que también obtiene el amor de la agradecida hermana, desbarata un atentado de integristas musulmanes contra el Rockefeller Center (un artefacto explosivo colocado bajo el hielo de la pista de patinaje), y por último ingresa en una clínica de rehabilitación, de donde emergerá –en una escena veraniega, seis meses más tarde– definitivamente “limpio” y convertido en un buen ciudadano.

En su film, el director Robert Zemeckis insiste –en honor al tema deberíamos decir, reincide– en el mo-cap, esa curiosa técnica de animación mediante la cual actores reales son capturados por una computadora que los modifica y que ya usara, con tan desastrosas consecuencias, en su anterior engendro navideño, El expreso polar. Allí, sin otro fin a la vista que el de ahorrar presupuesto, todos los personajes fueron interpretados por Tom Hanks, y luego convertidos por la computadora en el niño, la niña, el guarda, Santa Claus y hasta el reno. Aquí, previsiblemente, pues Hollywood nunca perderá la oportunidad de estereotipar a un actor en el rol que primero lo lanzó a la fama, obligando a Anthony Perkins a hacer siempre de psicópata y a Orlando Bloom de arquero (no de los que atajan penales sino de los que tiran flechas) –se reclutan los servicios de Ewan McGregor, como si desde Trainspotting no hubiera demostrado su aptitud para interpretar los más variados papeles (incluyendo al de James Joyce, en el film Nora, aun no estrenado en nuestro medio).

El film, por supuesto, gana en el formato para el cual fue diseñado, el Imax 3-D: “Danny el limpiacoches” parece pasarnos la gamuza por la cara, la sangre del cuerpo descuartizado gotea directamente sobre los espectadores, y la secuencia de la jeringa es particularmente impresionante: la heroína parece entrar en nuestras venas.

Zemeckis se muestra orgulloso del resultado: “Esta es la primera adaptación de Burroughs para el gran público. Los intentos anteriores han sido todos para un segmento muy limitado. Yo fui a ver la de Cronenberg y me quedé dormido”. Burroughs, en su opinión, ha gozado de una mala prensa totalmente injustificada. “A fin de cuentas, sólo por ser homosexual, drogadicto y haber matado a su esposa de un tiro en la cabeza jugando a Guillermo Tell, lo tachan de escritor maldito. Los niños, sobre todo, gozarán enormemente con este film.”

Parece ser que, desde Los viajes de Gulliver y Rebelión en la granja, el destino de los grandes textos satíricos es convertirse en literatura para niños. Así, se remueve su aguijón sin necesidad de censurarlos.

Nota madre

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