Domingo, 9 de marzo de 2008 | Hoy
Por Luciano Suardi
Desde 1879 no nevaba tanto en Nueva York como el 6 de enero de 1996, día en el que comenzaba en el Lee Strasberg Theatre Institute. Pero las clases se suspendieron, los subterráneos estaban paralizados, vi gente pasear por las avenidas con esquíes y los autos estacionados en las calles eran montañas blancas. Sentí esa particular sensación de la nieve al caer donde parece que el tiempo se detiene, los sonidos se amortiguan y el silencio es otro silencio. Días después trabajaba en clase “la nieve” en uno de los ejercicios de memoria sensorial y apareció la ventana por la que miraba la nevada de Rosario en 1973. No sospechaba el fascinante viaje al pasado que estaba iniciando en dos años de entrenamiento en el instituto.
Becado en Nueva York, sólo estudiando y buceando en las vivencias que los ejercicios me proponían, me resultaba también una detención en el tiempo, una suspensión para dejarse internar en el pasado, actualizar recuerdos olvidados, desde minucias cotidianas a situaciones más complejas. Además, esa ciudad tiene la particularidad de hacerme sentir pequeño e inexperto. Por eso me acerqué a la técnica sintiéndome así y también, asustado por el idioma. Y creo que es la mejor manera de aproximarse a un método, porque esto me hizo borrar los prejuicios. Confío en que para entender un sistema hay que entregarse por completo, ésa es la única manera de poder ver después, con tu propia síntesis, qué te sirve, qué te interesa, qué no. La escuela me dio una disciplina que no había experimentado, aunque al principio hacía todos mis ejercicios sin comprender demasiado hacia dónde iba. En el camino fueron despertándose algunas claves: un día, en pleno trabajo se le acercó a la profesora un alumno preocupado diciéndole que no sentía nada con el ejercicio. La profesora no entendía. Que no se emocionaba, aclaraba él. “¿Y quién le dijo que tiene que emocionarse? Nadie le pide al pianista que se emocione al practicar las escalas. Vaya y siga haciendo el ejercicio.” El había pensado, como tantos, que Strasberg era “para emocionarse”. Ahora tengo más claro que el entrenamiento ejercita la sensibilidad para poder crear en escena aquello que no está, crear y creer, y que el viaje a evocar las impresiones estimula la imaginación necesaria para vivir la situación en escena con verdad y autenticidad, para que el hecho teatral sea un hecho vivo, independientemente de los géneros o estéticas.
El año pasado nevó en Buenos Aires. Otra detención, en otros tiempos. Y recordé cuando terminando mi estadía, otro profesor me regalaba una llave: “Actúe siempre desde un dolor, decida desde qué herida va a encarar su personaje”. Lo pienso siempre aún. Y no es “memoria emotiva”. Es decisión de conectar algo propio para el personaje. Desconozco otro punto de partida.
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