Domingo, 9 de marzo de 2008 | Hoy
Por Agustin Alezzo
Tuve oportunidad de conocer a Lee Strasberg en 1970 cuando, contratado por el teatro San Martín que entonces dirigía Osvaldo Bonet, vino a dictar un curso de actuación. Asistí a sus clases, y se dio la feliz coincidencia de que por esa fecha yo ensayaba en ese teatro Romance de Lobos de Valle Inclán, con Alfredo Alcón al frente de un reparto de 53 actores. Gracias a ello tuve la oportunidad de compartir algunas charlas y alguna cena en privado. Tres años después fui invitado a EE.UU. por mi puesta en escena de Las brujas de Salem. Estuve en Nueva York unas semanas. Casualmente Duilio Marzio estaba asistiendo a las clases del Actors’ Studio y vivía en la casa de Strasberg, así que no sólo pude asistir a sus clases sino que fui invitado algunas veces a su casa.
En ese viaje que junto a Héctor Alterio y Agustín Mahieu realizamos invitados por el Departamento de Estado, recorrimos distintas ciudades de EE.UU., y en el término de dos meses vimos una cantidad enorme de espectáculos, dos y hasta a veces tres por día si los horarios lo permitían. Cuando regresamos al final del viaje pasamos por Nueva York y visité a Strasberg para despedirme y agradecerle sus atenciones. Entonces me preguntó cuál era la impresión que me llevaba del teatro de EE.UU. Le respondí con franqueza que había visto algunos excelentes, otros no tanto y algunos pésimos, pero que partía algo desilusionado pues esperaba encontrar el nivel de calidad que algunos actores exhiben en sus trabajos cinematográficos. Se rió y me dijo: “Usted olvida que en el cine un actor en un día de trabajo realiza algunas tomas que implican dos o tres minutos y que se repiten 15 y hasta 30 veces. Luego se elige la mejor. En el teatro usted ve un espectáculo de dos o tres horas en el que el actor puede llegar a tener dos o tres momentos de verdadera inspiración en cada representación”.
En otro viaje a Nueva York, ya habiendo tomado la costumbre de al llegar solicitarle 10 minutos de su tiempo para que me orientara en la cartelera teatral, me reuní con él con esa finalidad. Me marcó algunos espectáculos, pero observé que no lo hizo con uno encabezado por una actriz que se había formado en el Actor’s Studio y que había realizado algunos trabajos en cine excelentes. Se lo hice notar y me respondió: “No vaya a ver eso”. “¿Por qué?”, le pregunté. “Es una excelente actriz.” Me contestó: “Era”.
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