Domingo, 23 de marzo de 2008 | Hoy
UN RECORRIDO POR LOS GRANDES HITOS DEL CINE DE ZOMBIES
En una nota sobre cine de zombies, el historiador Fernando Martín Peña recuerda que uno de los grandes antecedentes del cine de muertos vivos fue este film mudo del director francés Abel Gance (el responsable de la monumental Napoleón, de 1927). Pionero también del resucitado como centro de un discurso bien político, ¡Yo acuso! propuso la resurrección de los caídos en la Primera Guerra Mundial y, escribe Peña, “su doloroso desfile por las capitales del mundo, cuestionando con su espectral presencia las razones de esa masacre”. Gance recurrió a imágenes reales de la contienda para crear una suerte de manifiesto antibelicista, y los soldados que aparecen en la secuencia de esta “marcha de los muertos” eran veteranos verdaderos que habían dejado el frente cuando la guerra recién terminaba. En 1938, ante el advenimiento inevitable de la Segunda Guerra, Gance filmó una suerte de remake y actualización también titulada ¡Yo acuso! que potenció su idea original: el protagonista, el veterano de la Gran Guerra Jean Diaz vaticina que los muertos se levantarán de sus tumbas y demandarán explicaciones “a los políticos, a las esposas infieles de los soldados y a todos aquellos que se benefician con la guerra”. Al regreso de una misión suicida, los muertos de todas las naciones de la primera contienda regresan invocados por Diaz y marchan para oponerse al nuevo conflicto mundial. Sus intérpretes son nuevamente veteranos, abuelos de nuestros zombies, cuyos rostros exhiben los tajos y las cicatrices del daño sufrido en el frente.
En 1985 O’Bannon (uno de los creadores de la serie Alien) estrenó la primera entrada de la saga de esta parodia del universo creado por Romero que en realidad nació como proyecto para una secuela del film seminal de aquél. Su autor original era John Russo, el ex coguionista de Romero, pero luego la producción se decidió por otro rumbo y un espíritu más punk y de comedia negra. Todo empieza con una cita explícita al film de 1968, acreditando de este modo su filiación. El origen de la plaga zombie es un virus y un experimento militar que salió mal; el resto es lo de siempre: cadáveres caminantes que comen cerebros. Un gran chiste (“Manden más paramédicos”, dicen los zombies hambrientos) corona este experimento exitoso que tuvo cuatro secuelas. En una vena similar –esa mezcla de terror en serio pero con mucho y muy oscuro sentido del humor– esta idea fue actualizada y hasta superada con una pequeña gran película inglesa –-otra lograda alegoría sobre el vacío de la sociedad de consumo–, estrenada acá en DVD como Muertos de risa (Shaun of the Dead, de Edgar Wright, 2004), que lentamente va reafirmándose como un fenómeno de culto.
Aunque no son estrictamente películas de zombies, hay toda una vertiente que se relaciona directamente con éstos a través de adaptaciones más o menos oficiales de la obra del escritor H. P. Lovecraft. Re-Animator (Stuart Gordon, 1985) se inspira directa pero libremente en un relato en particular del creador de los mitos de Cthulu, abordando el tema de la resurrección de los muertos, en laboratorio y a manos de científico loco, con un espíritu paródico y sangriento y desde una perspectiva diferente, más cercana al Frankenstein de Mary Shelley: el de la demencial búsqueda de la vida eterna. Bastante de Lovecraft hay también en Diabólico (Evil Dead, 1981), ópera prima ultraindependiente de Sam Raimi, con sus libros de los muertos, aunque no se trate estrictamente de muertos-vivos. También responden al modelo del muerto revivido que camina torpemente instalado en el imaginario popular por Romero, las mascotas y el niño que resucitan en el santuario indígena de Cementerio de animales (Pet Sematary, 1989), gran película de la directora Mary Lambert sobre el gran libro de Stephen King.
En 1997, un grupo de amigos adolescentes de Haedo que llevaban un tiempo filmando cortos en video los fines de semana, pusieron en circulación de manera amateur su obra más “ambiciosa”: uno podía toparse con ellos en los pasillos de la feria Fantabaires o en el videoclub Mondo Macabro, vendiendo a diez pesos copias en vhs de su primer largometraje, que poco antes había sido dado a conocer en Radar como “la película de los 187 pesos”: es que ése había sido su presupuesto total. Más allá de su resolución no profesional –eran unos pocos chicos jugando a imitar voces de doblaje televisivo– había una enorme imaginación visual puesta al servicio de un género que no cuenta con una tradición en el cine nacional. Parés, Cornás, Muñiz, Sáez y Soria, integrantes de lo que a partir de entonces se conocería como Farsa Producciones, pergeñaron el argumento de unos invasores extraterrestres que “zombificaban” a los terrícolas para llevarlos a la autodestrucción, con el que parodiaban efectivamente muchas de las convenciones de este tipo de films. En 2001 completaron la más sólida y divertida Plaga Zombie 2: Zona Mutante.
Los zombis llegaron al videojuego y de ahí volvieron a la vida cinematográfica con una saga llamada Resident Evil y protagonizada por Milla Jovovich. La primera película se llamó acá El huésped maldito y sus creadores habrían estado en litigio con Romero por el “concepto”: sus zombies parecen directamente tomados de sus living dead de 1968; su idea de una humanidad en descomposición y la premisa de que la hecatombe puede haber sido producto de las irresponsables actividades de una megacorporación, también. Aunque con una sustancial diferencia que Romero no dejó de notar, casi con desconcierto: las rabiosas criaturas de Resident Evil se mueven a gran velocidad y articuladamente, lo que para Romero no tiene otra lógica que la de responder al formato videogame. Un comentario parecido hizo sobre la remake de su film El amanecer de los muertos, que el director Zack Snyder (300) estrenó cuatro años atrás, reeditando su trama ceñida a la resistencia dentro de un shopping center como presunta manifestación de esa especie de muerte-en-vida que serían, según esta saga, el conformismo político y la compulsión consumista.
Sin descaro, Boyle y su coguionista y socio Alex Garland (La playa) rapiñaron tanto el formato de las historias de zombies-versus–sobrevivientes de Romero como el argumento de Soy leyenda, de Richard Matheson, consiguiendo algunos momentos verdaderamente poderosos, como la postal de un Londres post-apocalíptico, sus calles imposiblemente vacías. El gran aporte a la cadena de zombies como alegorías políticas llega en su segunda mitad, pronunciando lo que ya estaba en El día de los muertos pero de manera sombríamente realista: el recurso de la “solución militar”, tópico inevitable de la ciencia ficción clase B de la posguerra y los ‘50 y ‘60, ahora para confirmar una certeza devastadora: la de que estamos solos, y las autoridades no pueden hacer nada por nosotros salvo empeorar nuestra situación. Su secuela, estrenada el año pasado, arranca con una crudísima escena en la que los vivos traicionan a sus seres más queridos cuando se ven acorralados por los muertos, aumentando el nivel de desolación propuesto en la primera película.
Les Revenants (2004), primer largometraje como director del guionista francés Robin Campillo (que escribió El empleo del tiempo, de Laurent Cantet) es un film de zombies que no sigue demasiado las convenciones gore del género pero sí se inscribe sutilmente en la corriente de “comentario social” que suele abundar entre los muertos vivos cinematográficos. Sin mayores explicaciones, un día los muertos de un pueblo rural francés vuelven a la superficie y se reintegran a sus vidas casi en el mismo punto en que las habían dejado. Los planteos emocionales y materiales que dispara esto, y sus intenciones alegóricas, son abundantes; para algunos críticos no funcionaron, pero no quedan dudas de que se trata de una bizarrada dentro del cine europeo más o menos adulto. En una clave totalmente distinta, con mucho sentido del humor, un par de años atrás nació el cine de zombies griego con To Kako (2006), del director sub-30 Yorgos Noussias, que se divierte soltando a su plaga de no-muertos errantes por las calles de Atenas. La escena final con todos los muertos cercando a los protagonistas en una enorme cancha de fútbol es sencillamente alucinante.
La tercera y más exitosa de las adaptaciones al cine de la novela de Richard Matheson (excepto por su muy cuestionado final, que traiciona la resolución perfecta que ofrecía el libro) terminó de poner en evidencia la línea directa que une a zombies y muertos vivos con fantasmas y vampiros. En el libro se trataba claramente de vampiros, con una alusión permanente al aristocrático Drácula de Bram Stoker. Pero la nueva humanidad “vampirizada” que narraba, había perdido la elegancia y el romanticismo del conde transilvano, bestializándose. En ese proceso y en ese libro fue que se inspiró justamente George Romero para sus muertos vivos, como él mismo ha dicho tantas veces. Ahora el ciclo se completa con la remake protagonizada por Will Smith, en la que los humanos infectados son como animales rabiosos que exhiben sólo ocasionalmente algún destello de inteligencia; es decir, son menos vampiros –ya no hay catolicismo, ni cruces, ni ajos; ni capas, ni castillos, ni amores truncos– que zombies. Romero le debe mucho a Matheson pero todos los que vinieron después le deben algo a Romero.
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