Dom 07.06.2009
radar

Ojos de videotape

› Por Rodrigo Fresan

“¿Qué se puede hacer salvo ver películas?”, cantaba Charly García en algún lugar de 1977. “Te vas, el mundo gira al revés / Mientras miras esos ojos de videotape”, seguía cantando Charly García en 1983.

Pero entre una canción y otra, algo muy importante había sucedido: las películas habían salido de los cines y de las latas para entrar en las casas y en las cajitas y alumbrar largas noches blancas –en black and white o en technicolor– convirtiendo un rito público en algo privado y doméstico. Charly García todavía no va a tocar a tu casa, yendo de la cama al living, pero cualquier día de estos...

Ahora, me dicen, el VHS parte rumbo al ocaso y navega hacia ese cementerio al que también se dirigen las polaroids y donde giran aquellos efímeros Laser-Discs y resuenan las máquinas de escribir junto a los cassetes y los magazines y los televisores blanco y negro y los teléfonos de baquelita (el libro permanece y permanecerá para disgusto de los adictos al gadget y de los que prefieren leer mirando antes que leer viendo).

Y difícil que el VHS vaya a experimentar la resurrección entre snob y sónico-fundamentalista de la que por estos tiempos disfruta el vinilo negro con un agujerito en su centro. Nada justifica su retorno salvo como artefacto primitivo y embrujado de leyenda urbana en películas como The Ring.

Y, de a poco, uno fue volviendo a comprarse sus películas favoritas en formato DVD y, ahora, hasta en Blue-ray. Ya tengo 2001, Lawrence de Arabia, Qué bello es vivir, Apocalypse Now!... Pero voy al estante en que permanecen las viejas ediciones en VHS y –paradoja– descubro que una de las pocas que no dieron el salto, que todavía siguen en la otra orilla, es Sexo, mentiras y videotape de Steven Soderbergh. Aquella comedia negra sobre la desintegración de los afectos donde la cámara de video funcionaba como un revólver disparando a quemarropa –shooting– sobre los rostros y cuerpos de un puñado de yuppies desencantados del rol que les había tocado en la película de sus vidas.

Sexo, mentiras y videotape –estrenada en 1989– retrataba también, lateralmente pero en foco, una época en la que el videotape había dado el tiro de gracia al Súper-8 como formato ideal para capturar partos, bautismos, cumpleaños, bodas, funerales y, por supuesto, el momento verité con las puertas cerradas y las persianas bajas.

Allí, un joven y perversamente angelical James Spader (hace poco lo vi en un episodio de Boston Legal y, bueno, el muchacho ha cambiado un poquito con los años) era el demonio exterminador, el perverso coleccionista de emociones ajenas al que sólo parecía preocupar ese momento terrible –¿se acuerdan? A todos nos pasó más de una vez– en que la cinta se enredaba dentro del aparato.

¿Qué le debemos al VHS? Fácil y complejo: la posibilidad de, como césares todopoderosos con la sola ayuda de nuestro dedo, ordenar el REW, el FAST-FORWARD, el STOP, el FRAME BY FRAME, el PAUSE no sólo sobre clásicos del celuloide sino sobre escenas clásicas de nuestra propia filmografía.

Todavía hoy –en los DVDclubs a los que jamás dejaremos de llamar videoclubs– hay carteles que auncian “Se pasa de VHS a DVD”.

Nunca lo hice y me pregunto si no debería debutar con mi VHS de Sexo, mentiras y videotape.

Mejor no.

Mejor dejarlo y dejarla así.

Y hacer correr el rumor de que todo aquel que la mire –“Este mundo exclamará por siempre / La película que vi una vez / Y este mundo te dirá por siempre / que es mejor mirar a la pared”, canta ahora Charly García– será, de inmediato, rebobinado después del THE END y de la tecla EJECT.

Y ahora, sí, hay una nueva tecla: la tecla RIP.

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