Dom 06.12.2009
radar

La telenovela familiar del neurótico

› Por Claudio Zeiger

En Vulnerables era el grupo de pacientes unidos por el terapeuta. Cada uno cargaba con su historia personal y familiar, cada uno llevaba ese paquete a la terapia y, entre todos, lo pateaban para adelante. En Locas de amor, el tratamiento de “externación” las enlazaba en un mismo hábitat. Compartían una vida porque compartían una forma de encarar la cura. Tratame bien parece recuperar la noción de que estamos sobredeterminados por la familia: los esposos, los padres, los hijos, vayan o vengan, se abran o se cierren, están condenados a la familia. Y ahí es donde interviene la terapia, individual, grupal o de pareja. Tratame bien nos recuerda que tenemos familia y, sobre todo, padres: vivos o muertos. Como hace poco se lo recordó el actor Damián De Santo a Mirtha Legrand desatando la ira y, sobre todo, la incomprensión de la diva de los almuerzos, quien descubrió que hay un crimen un poco más imperdonable que ser oficialista: ser parricida.

Más allá de su historia personal y de su humor negro, lo que vino a plantear De Santo es que la familia siempre es algo complejo cuando no oscuro, turbio. Y entre tanta cosa que dijo y horrorizó a los almorzantes, no se quitó el problema de encima. No dijo que la generación de sus padres eran así y que ya su generación iba a ser distinta y superada. Dio a entender que siempre, en todo tiempo y lugar, ser padres y ser hijos es algo tenso, algo que requiere de una genealogía y un aprendizaje, y que en eso estaba. Pero su “teoría” de necesario parricidio (simbólico, se entiende) fue desechada por complicada y tortuosa. Prohibido pensar en televisión. Prohibido ir un paso más allá.

Ir un paso más allá es precisamente lo que hace el psicoanálisis. Es lo que se invita a hacer en terapia. Parar el ritmo de la vida por una o dos horas. Pensar. Contar. Hacer entrar el pasado en la dimensión del presente. Eso es lo que plantea hace ya unos meses Tratame bien. Por eso es un programa hondo, que busca ir más allá de la exposición de las neurosis de sus personajes, los síntomas exasperados, irritantes y a veces divertidos. No es sólo un festival de síntomas y escenas enloquecidas. Eso también es Tratame bien, pero está el momento de reflexión: la entrada en estado de memoria, el fragmento de pasado en presente. Los padres, los hijos, la identidad, las generaciones. No importa ya a esta altura cómo se represente en la televisión a los terapeutas. Cuánto hay de estereotipo o de persona construida a través de un discurso, de un saber, que para el espectador tampoco ha de resultar completamente ajeno en un país tan psi como Argentina. Ya no importa mucho eso, como no importa mucho cómo es el detective en los policiales. Importa más el soporte, la estructura, el reconocimiento de que el diálogo terapéutico puede ser parte de la vida cotidiana aunque la solución de los problemas no sea mágica e inmediata.

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