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Domingo, 31 de enero de 2010

>EL úLTIMO HOMENAJE DE UPDIKE

Lo más parecido a un santo

 Por John Updike

La primera vez que oí de El guardián entre el centeno fue por un compañero de cuarto en Harvard, en 1952. Mi amigo leía partes en voz alta con enorme entusiasmo y no paraba de reírse a carcajadas. No leí el libro hasta 1955 y quizá ya fuera demasiado viejo para Holden. Pero me pareció admirable –divertido, agudo, vivido, actual– aunque menos útil y didáctico que los cuentos de Salinger que sí había leído en el college. Me parecía que en El guardián ya estaban las semillas empalagosas que más tarde crecerían con tanto vigor y lujuria. Me molestaba algo la actitud snob de Holden, su prédica de que uno tenía que ocultarse del mundo.

Para mí, Salinger era mucho más mágico en cuentos como “Justo antes de la guerra con los esquimales”. Nueve cuentos me enseñó a escribir acerca de la inmediatez de la vida, de lo que estaba ocurriendo ahora. Esa cualidad de apertura zen, el modo en que sus historias no cerraban con un definitivo portazo como las de, digamos, John O’Hara o Dorothy Parker; para mí eso era tan revolucionario como los cuentos de Hemingway o, más tarde, los de Barthelme. Hace poco leí la edición pirata de los primeros cuentos de Salinger. Me parecieron interesantes, me intrigó esa rara mezcla de ternura y elegancia. Pero, al terminarlos, me di cuenta de lo bien que había hecho Salinger al dejarlos de lado y negarlos dentro de su obra.

En cuanto a sus problemas con la fama, me parece que fue él mismo quien los inició con eso de desear que el autor de un libro que te gustó fuera tu amigo, alguien a quien llamar siempre que lo desees. Está en las primeras páginas de El guardián y recuerdo que al leer las palabras de Holden no pude evitar pensar cuán diferentes eran mis creencias; siempre he sostenido que el escritor te ofrece lo mejor de sí en su obra y que no hay nada mejor que dejarlo en paz.

Me alegra que Holden siga teniendo lectores adolescentes a través de los años y las generaciones. Quizá sea el mejor destino y, desde ya, lo convierte en uno de esos contados libros que trascienden su condición de papel y tinta. He oído que Salinger está escribiendo y, sí, mi curiosidad por leer lo que haya incubado en estos años es más que poderosa. Daría cualquier cosa por leer lo que ha estado escribiendo a escondidas. El mundo de la literatura lo extraña. El es lo más parecido a un santo que tenemos.

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