Dom 09.01.2011
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› Por Rodrigo Fresán

LA EPOCA Y EL LUGAR

¿Hacía calor? ¿Fue Back to the Future uno de esos grandes/estrenos navifindeañeros retrasados respecto a USA, en tiempos en que las superproducciones demoraban lo suyo en llegar porque no había riesgo de descarga y piratería? ¿Tuvo lugar –podría jurarlo– en el cine Metro, santuario donde llegaban los antiguos dioses griegos de la primera Clash of the Titans o Indiana Jones profanaba templos y reliquias? ¿Quién sabe? ¿Quién se acuerda?

De una cosa sí estoy bien seguro: yo iba mucho pero mucho más al cine y eran los fluorescentes años ‘80.

EL FENOMENO

Back to the Future –yo no sólo iba más al cine entonces sino que, como en este caso, podía volver a ver en el cine la misma película dos o tres veces– fue el film de mayor éxito de 1985, recaudó 380.000.000 de dólares en todo el mundo, fue celebrado por la crítica, ganó prestigiosos premios del ghetto sci-fi como el Hugo. El entonces presidente Ronald Reagan citó un parlamento del guión en su discurso del Estado de la Unión de 1986: “No necesitamos caminos para ir donde vamos”. Back to the Future suele puntuar fuerte en toda lista de las cien mejores películas de todos los tiempos trepando aún más alto en las categorías “ciencia-ficción” y “estudiantil”.

LA DECADA

Ahora, en perspectiva, muchos miran hacia los ‘80 y los definen como “los nuevos ‘60”. Por música y modas y por la explosión de vanguardias que estallaron luego de esos ‘70 de resaca que, de algún modo, se parecían tanto a los igualmente resacosos ‘50 luego de la excitación mundial y radiactiva de una guerra y de todo lo que ocurre antes y durante y después y al costado de esos momentos en que todos deciden matarse para, de paso, sentirse más vivos que nunca. En este contexto, la trilogía Back to the Future sería algo así como una extraña cruza de Antoine Doinel con James Bond con el Inspector Clouseau con los Beatles by Richard Lester... No, mentira. Nada que ver aunque mucho que mirar. Y mejor referirse a Back to the Future y sus secuelas como la primera gran película juvenil cuyo tema es, estrictamente, la edad y el envejecer y el modo en que no se puede ser por siempre joven...

EL ACTOR

...de ahí la certera y atinada perversión del casting (en un principio el elegido fue Eric Stoltz, pero fue reemplazado casi de inmediato por “falta de picardía”) de Michael J. Fox para el rol protagónico de Marty McFly. Fox –una suerte de Mickey Rooney perfeccionado– pertenece a esa curiosa raza de actores (Elijah Wood) eternamente niños a los que, luego de algunos intentos infructuosos de hacerlos pasar por adultos (Fox tuvo su momento de falso tour de force como el cocainómano urbano en la fallida adaptación de Bright Lights, Big City de Jay McInerney, otro hito ochentero; le fue mejor como ayudante junior de político en la sitcom Spin City), acaban languideciendo como falsos niños arrugados hasta que la muerte los separa. El Mal de Parkinson –para bien o para mal– le evitó a Fox semejante destino, no sin antes haber tenido la pésima buena idea de sugerirle y convencer al director Robert Zemeckis de que la tercera y última parte de Back to the Future tenía que ser un western. Zemeckis –no olvidarlo– es ese hombre que por estos días se dedica a filmar espeluznantes largometrajes con actores convertidos en marionetas o algo así.

LOS OTROS

Y las cosas –el futuro no fue lo que prometía ser– no le fueron mucho mejor al resto del reparto: Christopher Lloyd (para mí insoportable en su rol de “adorable científico loco” Emmet “Doc” Brown) sólo consiguió otro éxito como otro chiflado-serial en la piel de Fester/Lucas en las películas de la familia Addams; Lea Thomson (la madre de Marty Mc. Fly) fracasó a lo grande en Howard The Duck y desde entonces se pasea por producciones más bien dudosas; Thomas F. Wilson (el musculoso prepotente Biff Tanen) se ha especializado en poner su voz a dibujos animados que van de Batman a Bob Esponja; Claudia Wells (Jennifer Parker, novia de Marty) no volvió a pisar un set durante una década por problemas familiares, y Crispin Glover...

EL OTRO

...Crispin Glover es otra cosa y es lo mejor de Back to the Future. Su George McFly –padre de Marty– es una creación digna de Oscar y su coraje y pocas ganas de repetirse (otros dicen que sus demandas salariales eran más bien delirantes) hicieron que no aceptara participar de las secuelas y que demandara a Zemeckis y a Spielberg (productor) cuando éstos utilizaron material de descarte de la primera parte para la segunda y maquillaran a otro actor con su cara. Glover ganó y continuó siendo fiel a sus impulsos más bien extraños: grabó discos, escribió libros, aterrorizó a David Letterman en una visita a su show, y puso rostro y cuerpo a una inquietante galería de freaks: el Layne de River’s Edge, el amante de los roedores en la remake de Willard, el fetichista capilar en la enloquecida Charlie’s Angels, y el computarizado monstruo Grendel en la inexplicable Beowulf de Zemeckis. Glover también ha tenido tiempo para dirigir una trilogía de films protagonizada por personas con Síndrome de Down o lesiones cerebrales. Imposible saber qué está planeando ahora mismo.

LA TRILOGIA

Y jamás se pensó en continuaciones de Back to the Future. Mucho menos en una trilogía. Pero el éxito hace pensar, siempre, en cosas que no se pensaba pensar y –gracias a eso– ese milagro que es Back to the Future II (1989). Una locura de cruces temporales, choques distópicos, alteraciones históricas y hasta leyendas urbanas (corrió el rumor, a partir de una broma del director, que los skates voladores existían pero no estaban a la venta por razones de seguridad) que iban y van de lo público a lo privado (con más de un guiño a Qué bello es vivir de Frank Capra) y dimensiones paralelas (por ahí se menciona a la Reina Diana) más cerca de las novelas de Philip K. Dick que ninguna de las adaptaciones cinematográficas más o menos directas de las novelas o relatos de Philip K. Dick.

LA MUSICA

Y, ah, “Back in Time” y “The Power of Love”. Y, ah, Huey Lewis and The News (y Huey, ese cantante con cara de vendedor de autos usados). Y, ah, The News (banda de alquiler con la que el debutante Elvis Costello grabó su My Aim Is True antes de formar a The Attractions).

EL AUTO

El DeLorean DMC-12 o de cómo un gran fracaso del momento con reminiscencias vintage à la Tucker muta a atemporal máquina del tiempo.

EL LUGAR

El pueblito all american de Hill Valley donde todo transcurre y la plaza central del Twin Pine Mall donde buena parte sucede y noches atrás, viendo televisión, lo que primero se siente como alusión enseguida (gracias, Wikipedia) crece a certeza y, sí, Hill Valley –ese elaborado set– es ahora Corthouse Square, lugar donde transcurre la edulcorada y sollozante y recientemente cancelada serie paranormal Ghost Whisperer con Jennifer “Pucheritos” Love Hewitt. Lo que no deja de tener sentido: no hay –invocándolo desde lo que ahora es, lo que ahora ya pasó, lo que ahora viene– fantasma más fantasmal que el pasado, lo que fue, lo que vendrá.

EL TIEMPO

No está en nuestras manos. Tampoco está cambiando. Pero una cosa es cierta: Back to the Future (y su segunda parte) es, a su muy personal manera y más allá de ese inquietante perfume edípico y alcohólico, una película muy valiente. Las fantasías temporales tienden, siempre, a proyectarse hacia el futuro como lugar repleto de posibilidades ominosas, tecnológicas o apocalípticas y tomorrow never knows. Y es que es tanto más fácil fantasear el mañana que reflexionar sobre el ayer. No sé si hay planes (aunque ya existe el inevitable y flamante video-game) para una nueva versión de Back to the Future. De haberlos, un puñado de humildes sugerencias: por favor, que Justin Bieber no tenga nada que ver con ella, que John Cusack sea el nuevo George McFly, que la canción emblemática corra por cuenta de los retro-modernos The Killers, y que –por supuesto, sincronicen sus almanaques– el ayer quede exactamente en 1985.

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