Domingo, 29 de mayo de 2011 | Hoy
> TODO EL TIEMPO, DE PABLO ACCINELLI
La obra de Accinelli es lacónica y concisa. Dos pantallas que muestran un paisaje en movimiento, la proyección de la vista que se tiene desde las ventanillas izquierda y derecha de un auto en marcha. “Es como si la misma persona estuviese haciendo los dos viajes”, explica Accinelli. El procedimiento es mínimo y simple: juntar dos experiencias visuales que se excluyen entre sí.
Enfrentada a la obra de Rondalini, queda claro que acá el tiempo no transcurre ni corroe. El tiempo se ha expandido, o se quedó quieto lo suficiente como para que podamos desandarlo. Tampoco hay un espacio distinguible. El paisaje que aparece es un poco campo, pero más bien es ruta y trayecto.
Y la propia obra de Accinelli funcionó dentro del espacio como una detención. En el medio de la sala, rodeados por proyectos que pedían ser entendidos antes que mirados, los dos paisajes de Accinelli obligaban a pararse y elegir una de las pantallas para focalizar la vista. Y si bien Todo el tiempo parecía (como el resto de las obras) resistirse a la sensualidad de la imagen, constituía, en palabras del artista, “un ejercicio de observación”.
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