Dom 26.06.2011
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> SE VIENE LA COPA AMéSSICA: LA SELECCIóN DESPUéS DEL MUNDIAL

El ’86

› Por Angel Berlanga

El escritor Martin Amis se indignaba tiempo atrás durante uno de sus veraneos en Punta del Este porque los argentinos, decía, preferían la mano de Dios al mejor gol de todos los tiempos. No, Martin: a muchos el primero nos hace sonreír y el segundo, directamente, todavía nos eriza la piel. Aunque hay mucho ser inmaculado, también por acá, que dice ay, la caballerosidad, merecimos perder porque ese gol no valió, ñeñeñé. Bastante menos recordables resultan, a veinticinco años de esas dos obras de arte, las corridas de aquel cristo desangelado y desgarbado, sin poderes ni leyendas, que llegó desde la mitad de la cancha para abrazarse con el artista. Los dos habían surgido en Argentinos Juniors y eran titulares en aquel equipo de Bilardo que conseguiría el último campeonato del mundo para la Selección Argentina, pero sus roles ahí eran bien distintos: Diego Maradona ahí se consagró y Sergio Batista fue, a lo largo del torneo, el más cuestionado y criticado.

Como es sabido, desde hace un tiempo se acabaron los abrazos entre ellos. En medio de sus retiros ambos transitaron esa tierra entre la desesperación y la muerte y luego, como también es sabido, resurgieron de entre sus casi cenizas: no hará falta calibrar las diferencias de espectacularidades. Sus retornos como técnicos a la Selección no los vería juntos, pero sí revueltos. Como entrenador de planteles juveniles, Batista tuvo su hora de gloria con la medalla de oro de los Juegos Olímpicos de Shanghai en 2008, con un equipo que hizo rendir en simultáneo a Riquelme y Messi. El extraño alejamiento de Alfio Basile y la llegada de Maradona al frente de la Mayor, en plenas Eliminatorias, fue algo más agitado: Riquelme se enfrentó con el nuevo DT y se bajó del equipo, la clasificación fue áspera y agónica y fue imposible que Batista formara parte del riñón del cuerpo técnico. La ilusión de Sudáfrica destrozada ante Alemania Rêveriesin que Messi pudiera hacer un gol, la negativa de Grondona a renovar el cargo y el desembarco de Batista como sucesor le hicieron sentir a Maradona que había sido despojado de algo que le correspondía.

Es extraño eso: a quién debería corresponder el puesto. Ta, difícil. El fútbol se encarga de dar revanchas extrañas y de desmentir, muchas veces a traición, los mejores argumentos con resultados inesperados: mirar a Bielsa, si no, en 2002. Nadie da demasiado hoy por Batista, excepto él y sus jugadores, Messi incluido. Los manejos que la prensa hizo con Tevez y Palermo en estos días son el terreno minado para forzar su renuncia en caso de que no consiga la Copa América. No la tiene fácil: los seleccionados de la región tienden a equipararse, como quedó en evidencia en las Eliminatorias y el último Mundial. Batista aspira a que la Selección juegue parecido al Barcelona: no es poco. Salvo en la defensa, material tiene, quién duda.

Con los jugadores a disposición durante un mes para trabajar, Batista tiene chance ahora de mostrar qué puede hacer. Quizás esta vez Maradona, flamante técnico del Al Was de Dubai, no pueda resistir y vuelva a ver a la Selección: dejó de hacerlo, dice, desde que salió del cargo. Imaginarlos a los abrazos, como en el ’86, ya sería mucho pedir, aunque quién sabe.

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