Domingo, 2 de octubre de 2011 | Hoy
Por Adriana Lestido
En el año ’82, el Centro Editor de América Latina publicó una serie de fascículos sobre fotógrafos argentinos del siglo XX. Uno de esos fascículos estaba dedicado al trabajo de Carlos Bosch. Hacía poco que yo había empezado a hacer fotos y esos cuadernillos me parecían pequeños tesoros (todavía los conservo). A muchos de esos fotógrafos que tanto admiraba, después los conocí y me nutrieron también desde las relaciones personales (Sara Facio, Humberto Rivas, Juan Travnik, Oscar Pintor, Grete Stern, Annemarie Heinrich, Alicia D’Amico, Jorge Aguirre...). Sin embargo, Carlos Bosch, que me había impresionado profundamente, seguía siendo un misterio. Miraba esas fotos, salvajes, osadas, tan al límite, que me atraían tanto como me repelían, y me preguntaba cómo sería y dónde estaría esa especie de bestia que las había hecho. Las fotos estaban buenísimas. Pasó el tiempo, llegaron mis propias imágenes. Alguien me dijo en algún momento que Bosch vivía en España, luego en Luxemburgo y nada más... En el año 2008 supe que estaba en Buenos Aires y que había ido a ver mi retrospectiva. Me alegró. Al poco tiempo recibí un correo de él con una foto muy graciosa, donde se mostraba en un vagón de tren abandonado como vivienda, anunciando que había regresado. Inmediatamente hicimos contacto. Celebro la amistad que me une a este talentoso y oscuro hombre/niño, arrebatado, con una generosidad sin límite, tan entrañable. Que hoy a sus 66 años, flamante padre una vez más, sigue teniendo tanto para dar. Una alegría enorme que por fin se conozca aquí su trabajo.
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