Domingo, 6 de noviembre de 2011 | Hoy
Por MARC CAELLAS
“Pero incluso en ese momento de conexión máxima y triunfo conjunto y placer por conseguir que la mujer empiece a acabar, se abre un lapso de tristeza infinita, ese momento en que se pierden en sus propios ojos y sus ojos se abren al máximo y luego cuando empiezan a acabar y a gritar se cierran, los ojos, y tú sientes la diminuta y familiar aguja de la tristeza dentro de tu entusiasmo mientras ellas se encogen sobre sí mismas y cierran los ojos y notas que han cerrado los ojos para dejarte fuera.”
Entrevistas breves con hombres repulsivos
Hasta hace pocos días creía que David Foster Wallace (DFW) se había suicidado el 14 de septiembre de 2008, el mismo día en que yo cumplía 34 años. Dicha coincidencia confirmaba mi convencimiento de que DFW formaba parte de mi banda, aunque él no lo supiera. Ese grupo de afines desperdigado por el mundo que mantienen el nomadismo psíquico (y a veces físico) como bandera. Su muerte me afectó hasta el punto de inventarme conversaciones ficticias en las que le preguntaba por su afición a enfundarse pañuelos alrededor de la frente o a lanzarles mesas de café a sus novias. Ahora que sé que fue el 12 y no el 14, cuando se colgó, pienso que el mejor homenaje que se le puede hacer a un escritor que admiras es leerlo. Y una vez leído, releerlo; y después compartirlo, regalarlo. En privado o en público. Ofrecer un “teatro de la palabra”, como diría Passolini, con la idea de escuchar más que de ver, con el propósito de comprender mejor ciertas ideas o pensamientos íntimos, unas ideas que, de algún modo, terminan siendo los personajes de la obra.
Suelo referirme a este teatro que propongo como un teatro de la persona. Se trata de interpelar al espectador como individuo y no como asamblea. Se trata de buscar la comunicación directa entre actor y cada una de las personas del público. En este caso, Entrevistas breves con escritores repulsivos supone un intento de hablar de la condición masculina heterosexual sin tapujos. Hombres hablando de mujeres. Un tema que pudiera parecer bastante trillado, pero que en manos de DFW se convierte en un artefacto narrativo de alto voltaje, una serie de bombas dialécticas que parecen siempre a punto de estallar. Y es que para DFW “una obra de ficción es una conversación que permite enfrentarse a la soledad esencial que se da en el mundo”.
El hipotético tipo de público al que va dirigido esta propuesta teatral, parafraseando a DFW –de una mítica entrevista concedida a Larry McCaffery–, son espectadores con la suficiente experiencia como para darse cuenta de que el trabajo que el teatro serio exige del espectador tiene alguna recompensa; personas que hayan crecido con la cultura televisiva; espectadores capaces de aceptar como parte del juego teatral cierta hostilidad; espectadores dispuestos a entregar cierta energía en enfrentarse a las expectativas creadas por el director y a no quejarse cuando éste disfrute desilusionándole; espectadores que no sientan que el teatro es algo que ofrece soluciones sociales o políticas sino que admitan que el teatro trata sobre el ser humano; espectadores que, más allá de teorías y etiquetas, comparten el convencimiento de que “la literatura de ficción que no explora el significado del ser humano en nuestros días no es arte”.
La propuesta es despojar la escena de efectos especiales en forma de escenografías o vestuarios de época, incluso de nuestra época. Intentar atrapar los ecos de las paredes. Apropiarse del espacio en el que se lleva a cabo el rito y llenar la atmósfera con palabras, miradas, risas. Parodiar el género de las entrevistas en vivo, entrevistas en las que pocas veces pasa algo. El reto es lograr la intimidad de una sesión de terapia, como las del torturado Paul Weston, el personaje que interpreta con maestría Gabriel Byrne en la serie In Treatment. Al terminar la segunda temporada llegué a la conclusión de que la mayoría de la gente que va a terapia no mejora su vida. Como mucho acierta a intuir el porqué de sus neuras, o de sus taras, o de sus problemas. Pero entenderlos no implica casi nunca resolverlos. En gran parte porque no podemos cambiar a nuestros padres, ni nuestros orígenes, ni nuestra manera de ser. No dudo que a muchas personas les sirva conversar con un extraño una vez por semana. Cada loco con su tema, como cantaba Serrat. Cada cual carga su mochila encima y yo encontré una manera de soportar el peso. Moverme. Leer. Escribir. Viajar. Conocer gente. Montar obras de teatro. Son mis maneras de hacer terapia. Públicamente. Con amigos, cómplices, colegas. Están invitados.
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