> MUCHO MáS QUE UN DIBUJANTE
› Por Mariano del Mazo
Roberto Fontanarrosa le pregunta a Serrat qué significa “jugar a los chinos sin monedas”. En la cabecera el Flaco Menotti (¡Masotti!) se ríe de los jueces línea (“Y mi amor, ¿cómo te fue? –le pregunta la mujer cuando el tipo vuelve a casa el domingo a la noche–. Bien, bichín, ¡cobré cinco offsides!”). Alejandro Dolina conversa con Alfredo Casero; Ricardo Mollo está a los arrumacos con su novia, Erica García. Quino observa la constelación nacional y popular como un Buda, Crist toma vino... Ahí andan, todos alrededor de la mesa, Jaime Torres, Rodolfo Mederos... El anfitrión del dream team es Caloi, que pica aceitunas completamente ajeno a lo que proyecta Clemente. Lo raro es que se pusiera a tirar papelitos en el living. Se ríe Caloi ante el comentario bobo de los papelitos, con una media sonrisa infalible. Su mujer María mantiene un equilibrio justo entre el relajo de fiesta conversada y la preocupación porque no falte nada.
La escena ocurrió a fines del milenio pasado con la excusa de agasajar a Serrat en una de sus giras argentinas. A Caloi le gustaba invitar gente a su casa, una casa grande y todo buen gusto ubicada frente a Parque Lezama. Allí organizaba cada tanto unas tertulias musicales con la actuación de los artistas que veneraba: Horacio Salgán, Nelly Omar, Suma Paz, Peteco Carabajal. Esas memorables veladas de buena música y buen vino eran otra excusa, un pretexto artístico para el encuentro con gente que quería de lejos. Caloi tenía mucha gente que quería en (a pesar de) la distancia: el mismo Serrat, Crist, su hija Aldana. Aldana Loiseau está radicada en Humahuaca donde lleva adelante una titánica tarea pedagógica cultural a través de cursos de cine y proyección de películas en la Casa del Tantanukuy. Cada vez que podía, Caloi aprovechaba la celebración del Tantanukuy –que organizaba Jaime Torres– para visitar a su hija. Avión a San Salvador de Jujuy y de ahí auto alquilado hasta la Quebrada. Siempre con su mujer María de copiloto, surcaba valles y montañas del Norte argentino con pulso aventurero. Una vez se le quedó el auto a 4 mil metros de altura y no podía creer lo que le había dicho un baqueano: “El auto se le apunó”. Ya en Humahuaca la ciencia completó la idea: parece que a cierta altura algo ocurre con el agua del radiador. Le quedaba bien el Noroeste: al fin al cabo era un salteño camuflado de porteño.
Curioso nato, a fines de los ’60 se acercó a Almendra. Tenía unos 20 años y una pequeña productora publicitaria con Carlos Marcucci y Alberto Broccoli que se llamaba Humor Sociedad Muy Anónima. Cuenta Rodolfo García: “Nos propuso hacer un libro de Almendra con fotos, dibujos, poemas, textos. Nos reunimos periódicamente, juntamos material, pero al tiempo sobrevino la disolución del grupo. Se editó con lo que había”. A mediados de los ’90 se acercó a Divididos y les hizo el dibujo para la tapa de Otro le travaladna.
Amaba la música, se metía a fondo, discutía y al fin se mandó con un hermoso tango escrito junto a Raúl Carnota. Fue en honor al personaje desbancado por Clemente y es una prueba del manejo preciosista del idioma que tenía Caloi, un estilo melancólico hasta el absurdo que incurría en una poética recargada más como homenaje a los poetas sensibleros, a los hijos de Carriego, a los autores de folletines, que a otra cosa. “El tranvía de Bartolo” fue grabado por Bardos Cadeneros en el disco Las líneas de tu mano (2009) y hoy conmueve escuchar la voz de Hernán Lucero cantar esos versos de despedida al tranvía de historieta, proyectados inevitablemente hacia otro adiós. Caloi en su tinta: “Nadie le ha fijado el recorrido / Rodará hasta que una mano de asfalto fatal / Tache el camino, lo tumbe al fin”.
El epílogo sugiere el bandoneón de tango... Esquivemos la tristeza subrayada. Mejor poner de fondo el jazz beat de aquel Almendra que escuchó en su primera juventud; mejor “¿dónde estás ahora, Negro Caloi, que el viento borró tus manos?”.
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