Dom 28.10.2012
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> MI ESCENA DE BOND FAVORITA

Poética para matar

› Por Carlos Gamerro

James Bond se convirtió en un fenómeno cinematográfico, hoy por hoy casi del todo independizado de las novelas que le dieron origen (¿cuándo fue la última vez que vieron a alguien leyendo una de James Bond)? Los clasicistas que todavía proponen a Sean Connery como el Bond insustituible suelen apoyarse en la facha y la clase del actor (arquetipo del caballero inglés que por una de esas paradojas del arte y de la historia ha devenido líder independentista escocés) y la calidad de las películas, pero a eso hay que agregar que las de Connery son las últimas, quizás las únicas, películas de Bond que se parecen a las novelas que les dieron origen. Suele señalarse a Roger Moore como la cara visible de esta traición, pero quizás fue la magistralmente disparatada Casino Royale, con David Niven, la que decidió este divorcio definitivo entre letra e imagen. Soy, que yo sepa, al menos por estas tierras, uno de los últimos dinosaurios que accedieron al mundo de 007 antes por la letra impresa que por la pantalla de colores: en mi adolescencia me leí casi todas las novelas de Ian Fleming en inglés. Algo que suele olvidarse: están maravillosamente bien escritas, en un inglés tan elegante y helado como el mundo que recrean. Raymond Chandler, en una carta a Ian Fleming, lo caracterizó de “sádico”: creo que este ajustado diagnóstico se aplica menos a sus tramas y a su protagonista que a su uso del lenguaje: preciso, infalible, despiadado, neutral. Escribo estas palabras en un breve paso por Suiza, país que en mi opinión resume, más que su Inglaterra natal, la esencia de James Bond.

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