Domingo, 28 de octubre de 2012 | Hoy
Por José Pablo Feinmann
La escena de apertura de Dedos de oro era maravillosa. Creo que nunca fue superada. Y desbordaba humor cruel. Era así: luego de colocar explosivos plásticos en un cuartel cubano (o algo semejante; esto no importa mucho porque las películas de Bond no son anticomunistas, o no lo son, digamos, de un modo ostensible y burdo) 007 entra en una habitación en la que una mujer toma un baño con un calefactor eléctrico cerca de la bañera (¿un calefactor eléctrico en el trópico? Bue, no importa). Ella se cubre con una toalla (no hay desnudos totales en las películas de Bond), se le acerca, lo abraza y lo besa. Al separarse, Bond ve en la retina de ella la imagen de un hombre que está por acuchillarlo por la espalda. Se hace a un lado, veloz y sagaz. El hombre acuchilla a la mujer. Bond lo golpea. El hombre cae dentro de la bañera. Bond agarra el calefactor y lo tira adentro de la bañera. El hombre muere electrocutado. Bond se emprolija el smoking blanco y, entre el desdén y el elegante tedio, comenta: “Very shocking”. Sale y comienzan los títulos de la espléndida música de John Barry y la canción “Goldfinger” gloriosamente cantada por Shirley Bassey.
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