Domingo, 11 de noviembre de 2012 | Hoy
Por Alfredo Garcia
En la filmografía de Leonardo Favio hay dos películas que se podría decir van juntas, Juan Moreira y Nazareno Cruz y el lobo. Filmadas respectivamente en 1973 y 1975, fueron los dos mayores éxitos de público del director (y también los más grandes éxitos de taquilla del cine nacional) y justamente por su tema marcaban una tendencia popular y pueden verse como renovadoras casi hasta lo revolucionario.
Para empezar, Nazareno... es uno de los pocos intentos de cine fantástico argentino, basado en leyendas populares o folklore autóctono, y tal vez de ahí surja su enorme éxito. Es un film de licántropo, es decir de hombre lobo, pero en nada parecido al monstruo de la Universal encarnado por Lon Chaney Jr. El lobisón inmortalizado por Juan José Camero tenía todos los ingredientes gauchescos y autóctonos surgidos del radioteatro de donde fue adaptado por Favio, y todos esos detalles lo convirtieron (y aún lo convierten) en un film único con muy pocos antecedentes. Se podía decir que, de alguna manea, continúa con pulso más firme dos films argentinos anteriores, que intentaron hacer un cine fantástico recurriendo al folklore latinoamericano. Uno es la película de culto Embrujada, de Armando Bo con la Coca Sarli convencida que la acosa sexualmente el Pombero. Y el otro, una reelaboración más sutil de leyendas litoraleñas, es La hora de María y el pájaro de oro de Rodolfo Kuhn.
Claro que con el talento y la originalidad genuina de Favio, su historia de lobisón no crece como una narración fantástica, sino como una narración de Leonardo Favio que tiene hasta momentos que parecen surgidos de Pasolini, Fellini o alguna película europea de corte fantástico–surrealista, sobre todo en lo que tiene que ver con el descenso a los oscuros dominios del maligno, interpretado por un brillante Alfredo Alcón.
Llena de imágenes de una plástica tan inédita en el cine argentino como el tema del film, Nazareno Cruz y el lobo estaba plagada de escenas sólo posibles en un film de Leonardo Favio, empezando por el pequeño Marcelo Marcote repitiendo a los gritos una y mil veces “¡Qué bonita, Nazareno, qué bonita!” ante la visión de la realmente bonita Marina Magawli, objeto del deseo del protagonista.
Por otro lado, Juan Moreira transformaba totalmente la estructura del cine gauchesco. Las películas de gauchos ya desde los tiempos de Lucas Demare y La guerra gaucha o Pampa bárbara eran historias corales sin un solo protagonista, mientras el Moreira de Favio era un lobo solitario luchando para salir vivo de ese muro blanco donde, al final, lo achuraban los milicos de todos modos.
Moreira, que no “cantaba por patacones” y a veces usaba barba, era “vago y mal entretenido”, y algo interesante del estilo elegido por Favio era la semejanza con aspectos del spaghetti western tan de moda a principios de los ’70. Quizás esto haya sido algo inconsciente, debido simplemente a la época en la que se filmó Juan Moreira y las lógicas influencias del cine del momento, aunque hay un detalle que marca ese parecido con los films de Leone (basados en películas de samurais) y un Moreira en el que, según contó Favio años después, había elegido como protagonista a Rodolfo Bebán por su parecido con Toshiro Mifune, que para él era el mejor actor de todos los tiempos.
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