Domingo, 11 de noviembre de 2012 | Hoy
> EL LIBRO CON SUS COLUMNAS SEMANALES EN UN DIARIO
Como colaboración en ocasión de la muestra, Mansalva y Malba coeditaron Proximidad del amor, una selección de las columnas de Tracey Emin para The Independent, seleccionadas y traducidas por Cecilia Pavón (que, en sus años, ya había traducido un poema corto de Emin para la revista de Belleza y Felicidad, junto a Sebastián Bonnet, visionariamente titulado “Putita”). El título del libro original, My Life in a Column (Rizzoli, 2011) anticipa el horizonte principal de los textos: una exposición desprolija y veloz de los momentos más tristes y más felices que se suceden semana a semana, entre 2005 y 2009, es decir, unos diez años después del arco de obras cubierto por la selección de videos. El reparto de temas posibles es amplio, pero recurrente: incluye borracheras casi continuas, reuniones sociales convenientemente salpicadas de nombres propios, viajes, propuestas de trabajo y una atención obsesiva sobre el sexo o, más bien, su ausencia. Pues uno de los temas del libro es la falta de ese amor que, en el título de la selección, se anuncia cercano. “Todas las fiestas, todo el glamour. Monte Carlo, Shirley Bassey, Donatella Versace, helicópteros, piletas de natación, Yves Saint Laurent, Valentino. ¿Pero dónde está la invitación a acurrucarse en la cama y ver televisión? Quizá la descarté hace mucho sin darme cuenta. Junto con el picnic en el campo sobre la frazada escocesa, o la ida al supermercado para comprar los ingredientes de esa cena íntima. Todas las mañanas, espero esa invitación.” Tracey, la protagonista de los relatos, está sola, a diferencia de los lectores, que no tienen Versace, Valentino ni glamour, pero posiblemente tienen alguien con quien gruñir por las mañanas. Y para que todo tenga más dramatismo, Tracey está vieja, y lo dice casi semana a semana. Y le falta sexo; no es un tema de oferta, según explica, sino de calidad. Porque así como puede entregarse al delirio, el bochorno místico y el insomnio, Tracey también puede examinar con distancia las cosas a su alrededor, ya sean pijas, drogas o conocidos metidos en drogas. Entonces deja de ser la protagonista victimizada y se convierte en la narradora que intercala frases con contundencia y aliento etílico en el relato: “La semana que viene, mi columna será una lista de toda la gente que me cagó. O tal vez ni siquiera valga la pena tomarme el trabajo. (...) O quizá me suba a mi auto y maneje muy rápido por la autopista. O quizá me vista muy elegante y cene con la reina. Tengo una vida maravillosa y he luchado contra cada momento malo, y me esfuerzo muchísimo para hacer que mi vida y el mundo en el que vivo sean mejores. Así que ahora, escúchenme, manga de pelotudos a los que no les gusta mi columna, si no les gusta, no la lean. Déjennos a mí y a los de mi clase en paz”. El juego entre un yo escritor y un yo escrito es, en la literatura occidental, tan viejo como San Agustín, al menos, y explica hallazgos tan fuertes como la memoria en oleadas de Proust y los parlamentos interiores de Montaigne. Pero más que una escritura íntima, la de Tracey Emin es una escritura moral, en la cual los hechos de la vida pública y privada de una mujer intensa y absorbente son contados por ella misma, para que el lector, además de emocionarse por sus penas y sonreír con sus alegrías, pueda sentirse reforzado en su vida llena de pequeños dramas: después de todo, también Tracey Emin se divorció y pudo superarlo. También ella sintió inseguridad con su trabajo, y también se emborracha un poquito más de la cuenta. La vida es difícil, como decía Warhol, y más debe serlo para las celebridades, que hacen de ella un objeto portador de valor. Pero este objeto, la vida, en su escritura es reapropiado por ella misma. A diferencia de lo que le ocurriera a Britney Spears o a cualquier otro escracho del sistema de la celebridad, Tracey Emin es capaz de contar y valorizar su vida ella misma, incluidos sus desastres, sin dejar nada en manos de los fotógrafos y, lo más importante, extrayendo enseñanzas morales de sus desventuras. Y en ello no sólo hay un gesto de conciencia e identificación empática, sino algo así como el punto de partida de un nuevo género: si la prensa de chimentos se caracteriza por su permanente escarnio (textual o fotográfico) de los famosos en problemas, la escritura de la celebridad parece capaz de reemplazar a la ficción didáctica. Siguiendo, semana a semana, los hechos de la vida pública y privada de una celebridad podemos sentirnos reafirmados en nuestros valores y en nuestros esfuerzos: individualistas y profanos, puede ser, pero no despojados de entrega, valentía o esperanza.
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