> LA INDIA, EL ZEN Y LA DEPRESIóN
Corría el año 1998. Leonard llevaba cuatro años viviendo en el monasterio. Estaba flaco como un palo y las largas túnicas negras colgaban con holgura de su cuerpo. Durante sus incontables horas de meditación había tenido experiencias extracorpóreas y momentos en que “el cielo se abre y obtienes la palabra”. Durante su vida en Mount Baldy había habido períodos en que se sentía satisfecho y todo parecía tener sentido. Pero éste no era uno de ellos. Al levantarse de la cama en plena noche y, con los dedos entumecidos de frío, poner agua a hervir para preparar café, lo que sentía Leonard era desesperación. En la sala de meditación, donde se sentaba a escuchar la conocida voz de Roshi, que exponía el teisho desde el atril elevado, se daba cuenta de que ya no tenía idea de lo que decía su maestro. “Yo solía ser capaz de entenderlo, pero mi mente se había concentrado tanto en disolver el dolor, que mis facultades críticas habían quedado mermadas.” Pero la angustia, lejos de disminuir, se agudizó. Su médico le recetó antidepresivos diciéndole que al menos establecerían un suelo por debajo del cual no podría caer. “Pero el suelo se abrió –diría Leonard–, y me precipité a través de él”... Una fría noche de 1999 se dirigió a la cabaña de Roshi. “Tengo que irme –le dijo–. Voy a bajar de la montaña.” La nota que Leonard escribió a Roshi disculpándose por su deserción rezaba: “Siento no poder ayudarle ahora porque he conocido a esta mujer... Jikan, el monje inútil, inclina la cabeza”. Menos de una semana después de abandonar Mount Baldy, Leonard estaba en la India. No había dejado a Roshi para estar con una mujer, sino con un hombre. Ramesh S. Balsekar tenía 81 años, un joven comparado con Roshi. Cohen había sabido de las enseñanzas de Ramesh mientras vivía en Mount Baldy, en el monasterio le habían dado un libro llamado Habla la conciencia, una sesión de preguntas y respuestas con Balsekar, publicado en 1992. A Leonard le gustó el libro cuando lo leyó por primera vez, pero no pudo decir que lo entendiera. Lo dejó de lado, pero durante los días oscuros en el monasterio sintió el impulso de volver a él. Esta vez creyó entenderlo mejor, pero se trataba de una comprensión puramente intelectual, que no contribuyó a aliviar su tormento mental. Decidió viajar a Bombay para oírlo en persona... Algo le pasó a Leonard en la India. Algo, según le dijo a Sharon Robinson, se había “disipado”: el velo de la depresión a través del cual había visto el mundo hasta entonces. En el curso de varias visitas que haría a Bombay –en total estudiaría más de un año con Ramesh–- “de manera imperceptible aquel fondo de angustia que me había acompañado toda mi vida empezó a disolverse. Me dije que eso debía de ser relativamente cuerdo. Te levantas por la mañana y no es eso de: ‘¡Ay, Dios, otro día! ¿Cómo voy a aguantarlo? ¿Qué voy a hacer? ¿Hay alguna droga? ¿Hay alguna mujer? ¿Hay alguna religión? ¿Hay algo que me saque de esto?’ Ahora el fondo era muy sereno”. La depresión había pasado. Leonard era incapaz de precisar qué le había curado la depresión. Le parecía recordar que había leído “que las células cerebrales asociadas con la ansiedad pueden morir conforme se envejece”, pese a que en general se cree que la depresión empeora con la edad. Quizá fuera el satori, aunque de ser así, se había producido “sin grandes fogonazos ni fuegos artificiales”. Tampoco sabía decir por qué había ocurrido con Ramesh y su hinduismo esencial y no con Roshi y su budismo zen. Muy probablemente se debiera a una combinación de ambas, que simplemente había dado fruto bajo la mirada de Ramesh. Eso pareció dar a entender este último. “Lo has logrado muy deprisa” le dijo a Leonard y añadió que sus treinta años con Roshi no le habían hecho ningún mal. Lo que quedó en el hondo y oscuro agujero una vez desaparecida la angustia fue “un profundo sentimiento de gratitud, aunque ignoro a qué o a quién. Yo lo centré en mis maestros y amigos”.
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