Domingo, 25 de noviembre de 2012 | Hoy
MARTíN LEGóN
Hundiendo su proyecto en una larga tradición que va desde Daumier hasta los Artistas del Pueblo, la obra de Legón (Buenos Aires, 1978) se propone como una reflexión sobre el mundo del trabajo y las imágenes que genera. En una sala ubicada en el primer piso, se multiplican en una gran pared cientos de dibujos que el artista consiguió a través de una agencia de recursos humanos. Son todas personas bajo la lluvia, esos tests laborales en los que se les pide a los aplicantes que se representen a sí mismos para diagnosticar su aptitud ante situaciones de conflicto. Enfrentando los dibujos, tres videos muestran a un psicólogo, un responsable de recursos humanos y a una curadora evaluando y seleccionando las imágenes.
Más allá, una segunda sala presenta una serie de pinturas, pequeños óleos en donde Legón imagina pájaros carroñeros, flores abandonadas, los restos de una fiesta y cielos tormentosos, una iconografía romántica y decadente que se cifra en la fragilidad y el sufrimiento. Colocadas en un pasillo empapelado, una especie de corredor doméstico, pero con aires de elegancia antigua, los cuadritos parecen la última adquisición de la señora de la casa. Es allí cuando la obra de Legón empieza a establecerse como una mirada descreída, pero atenta al arte como un sistema atravesado también por la lógica del producto, la mercancía y las leyes laborales, y parece ofrecer esas imágenes intimistas para su evaluación y consumo.
Si bien en Legón hay mucho del moralista que expone los vicios y la corrupción de las costumbres sociales, una actitud que ha hecho que su obra fuese descripta como cínica una y otra vez, en su trabajo hay una veta doliente que no incluye el humor ni la burla. Más bien, Legón parece mirar con distancia y piedad aquello en lo que nos hemos convertido.
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