Domingo, 19 de mayo de 2013 | Hoy
La nueva sede de la Fundación Elía-Robirosa en Barracas
Por Charly Gradin
“Era un baldío”, dice Alberto Elía abarcando con el brazo la terraza del edificio. El cielo de Barracas, atravesado por una bandada de palomas, luce de una placidez rural.
En una esquina semiolvidada, rodeada de casas, Elía acaba de inaugurar la nueva sede de su Fundación. Y la ubicación no podía ser más distinguida: a dos cuadras del Riachuelo, a pasos de uno de los paisajes más inesperados de Buenos Aires. En el mejor sitio desde donde salir a recorrer una zona de la ciudad a la que nadie echaba en falta, quizá porque muy pocos admitían –o admiten– su existencia.
Cuando Alberto Elía abrió su galería en 1980, la zona tradicional del arte en Buenos Aires era todavía el centro, en los aledaños de las calles Florida y Arroyo. Mientras que en Recoleta, en Plaza Francia, el Centro Cultural todavía no existía, y en su lugar seguía funcionando un antiguo asilo de ancianos.
Desde entonces, la galería surcó con éxito las aguas, a veces tenebrosas, de la economía argentina.
Más de treinta años después, Elía quiso alejarse de Recoleta. Y si le preguntan cómo fue que recaló casi a las orillas del Riachuelo, sonríe distraído como si no lo hubiera pensado. Y alega vagas historias de casualidades e inmobiliarias reticentes. De una tarde en que, dice, se vio parado frente a un baldío y recordó haber estado una noche, años antes, en un bar cercano, al que reencontró casi al tiempo en que lograba contactar al vendedor del terreno. El mismo, en el que hoy se levanta la nueva sede de su fundación.
Y aunque Elía se desentienda, no hay dudas de que el sur hace tiempo viene entrando en el radar de funcionarios e inversores. Pero la Fundación Elía-Robirosa abre sus puertas casi en los confines de la ciudad, donde ni los más optimistas se atreven, todavía, a augurar un futuro promisorio.
Desde la sede de la Fundación, bajando por San Antonio, se llega al Riachuelo. Aunque los porteños insistan en ver allí sólo una cloaca, el Riachuelo luce encantador. Sin basura flotante y despojado casi por completo de olores nauseabundos, los avances de la limpieza son evidentes. El paisaje invita a imaginar una ciudad con río: estamos en la mítica calle Lavadero. Acá se yerguen los últimos vestigios de la ciudad orillera; dos o tres casas de principios del siglo XX, construidas con vista al agua, que llevan a pensar en cómo habrá sido caminar por el arroyo Maldonado antes de que lo entubaran.
La Fundación Elía-Robirosa, encontró –¿sin buscarlo?– un lugar lleno de resonancias. A pocos metros, se alza el Viejo Puente Pueyrredón. Pintado de rojo y arreglado, es el mismo que cruzaron desde Avellaneda los manifestantes del ’45 para apoyar a Perón. Hoy sigue rodeado de fábricas y depósitos, y a su alrededor crecen cúmulos de maleza y árboles. Y desde hace unos días, ofrece una de las mejores vistas al Coloso de Avellaneda, el monumental Descamisado fabricado en chapas de hierro por Daniel Santoro y Alejandro Marmo.
Y como si fuera poco, a sólo un par de cuadras, se llega al Bingo de Avellaneda. Donde, entre mesas de black jack electrónico y tragamonedas, yacen todavía –en las paredes de su palier– los enormes frescos pintados por Antonio Berni en 1950, cuando allí funcionaba el cine San Martín.
Desde el Viejo Puente, se llegan a ver las grúas del puerto en Vuelta de Rocha, en La Boca. La galería Elía-Robirosa, con sus pinturas lánguidas y perturbadoras, invita a visitar el barrio con la misma predisposición panorámica. A eludir el pesimismo rancio que es marca registrada de los porteños.
Mientras el Riachuelo regresa –años después, como uno de esos artistas que fueron dejando de aparecer en las conversaciones de sus antiguos fans–, su regreso está lleno de obstáculos. A metros del Puente y la galería, la villa 21-24 espera los avances demorados en las tareas de relocalización, que se proponen urbanizar los asentamientos y despejar las orillas. Además de las tareas pendientes –de dimensiones ciclópeas–, la recuperación de la zona debe lidiar con periodistas incrédulos, un público ingrato y críticos sin entusiasmo. En este escenario que recién empieza a armarse quizás el arte ayude en algo a desandar el manto de mito y olvido que acabó por recubrir el Riachuelo.
La Fundación Elía-Robirosa puede visitarse los martes de 2 a 6, en Villarino 2310, Barracas. Para mayores informes, llamar al 5711-9131 o 153-000-1709, o escribir a [email protected].
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