> ENTREVISTA A ANA INéS LARRE BORGES, SU úLTIMA EDITORA
Ana Inés Larre Borges, además de ser su última editora y una estudiosa de la obra de Idea Vilariño, fue una suerte de amiga tardía, que la acompañó hasta el final de sus días. Cuando Larre Borges todavía era una estudiante de literatura, habló de su poesía en un programa de radio. Idea la escuchó y la invitó a tomar el té a su casa. Y ahí empezó todo.
Me resulta raro que te haya llamado así, ella que tenía tanta fama de distante.
–Ella lo que no daba era entrevistas. Yo tenía un proyecto loco en esos años que era hacer una entrevista por día. Idea me dijo “no, no, decile a Armonía Somers”. Fui a ver a Armonía y me dijo: “decile a Idea Vilariño”. Pero era muy fiel como amiga. Como con su amistad con Manuel Claps, que duró años. También podía ser malvada, irónica, terrible. Tenía cierta rivalidad con otras poetas. Pero creo que eso es por la inmensa seguridad que tenía en su poesía. Eso ya sorprende en sus primeros diarios.
¿Sería parte del mito, entonces?
–Yo creo que ese mito ya estaba creado en vida y parte de él es porque escribió una poesía desgarrada en la que se expuso mucho. Y si a eso le adicionás los elementos biográficos, su foto en París, su relación con Onetti y sus poemas para suicidas, todo contribuye. Pero creo que al final fue rompiendo con eso. Ya no escribía y empezó a hablar más, a dejar que se publicaran parte de sus cartas, de sus diarios. Y después lo pidió en su testamento.
¿Por qué te parece que finalmente quiso que sus diarios se publicaran?
–Supongo que por cierto narcisismo que les viene a algunos escritores en su vejez. A Onetti le pasó algo similar. Eran dos seductores. Y también creo que para demostrar su amor con Onetti. En el documental que hicieron Rosario Peyrou y Pablo Rocca, que dirigió Mario Jacob en 1997, se pasó hablando de Onetti. Por eso me gustó editar estos primeros diarios. Onetti todavía no estaba y creo que ella no lo necesitaba para ser quien era.
¿Pensás que la publicación de estos diarios va a cambiar su figura de autor?
–Sí, porque la vuelve más compleja. Un mito se hace con cuatro rasgos. Los diarios, las autobiografías, que en el mundo anglo o francés son tan comunes, en nuestros países no se dan mucho. Hay mucho conservadurismo. Y creo que está bueno desacralizar. Idea, otra vez, está innovando en ese sentido. Además, para mí echan luz. Saber cómo fue su educación, eso de “cómo se hace un poeta” que planteo en la introducción del Diario.
¿Hay que creerles a los diarios entonces?
–Yo creo que sí. En la lectura del diario siempre está la sospecha, pero yo creo que ahora leemos todo con sospecha. A lo único que le creemos es a la ficción, que te dice te estoy mintiendo. En las escrituras autobiográficas, importa. El pacto ahí es que estás leyendo la verdad. Es algo que está muy discutido, puede parecer una antigualla crítica, pero creo que en un diario importa.
También están sus fotos. ¿Tenía muchas?
–Sí, ella también fue una iconográfica del yo. Quien me lo hizo notar fue Pablo Uribe, que me dijo: “Todas las fotos están intervenidas”. Ella ponía rayitas con birome, las anotaba. Se las apropiaba. Después de copiar todos sus diarios, armó los álbumes. Casi como otra tarea de reescritura. Los organizó por temas: sus amores, su familia, sus amigos y luego las fotos de ella sola. Cuando le reprochaban que usaba siempre las fotos de sus treinta años, ella respondía que ésa era la edad de los poemas. Y tenía razón. El núcleo duro de su poesía es de los años ’50 y ’60. Y guardaba todo. Desde un pétalo en el que escribió algo, hasta un pedacito de tela importante. Todo está en su archivo. Les daba mucha importancia a esos detalles.
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