Domingo, 8 de diciembre de 2013 | Hoy
Por Ricardo Bartís
Urdapilleta es un actor que desbordó los lugares que hasta ese entonces había en las obras. Se dio él mismo su lugar. Realizó un agenciamiento de espacios que se formulaban para la actuación. Por talento, por potencia, por energía, por intensidad. También poetizó los lugares de la autoría. Fue un extraordinario escritor, con bellísimos textos. Eran muy interesantes todos los trabajos, con construcciones que pulverizaban por poética los lugares distribuidos de manera industrial. Además de ser un actor de una técnica muy depurada. Con un aire extraordinario, de una plenitud expansiva. Por su ironía, inteligencia, fineza, lograba un humor extremo, agudísimo. Y por su sensibilidad, un nivel de emotividad inolvidable.
Obviamente en él hay una continuidad con el pasado. Ha tomado de los cómicos populares, de Antonio Gasalla mismo, o Pepe Arias, formas de decir paroxísticas, llevadas al extremo, pero con elementos muy reconocibles. Formas populares de la expresión. Que son en realidad intentos desesperados de la actuación de escapar de la solemnidad, de ser caretas, como habría dicho él, que serían ciertas formas de actuación social, ya capturadas y muertas. Cómo darle intensidad y tornar hiperbólico el gesto, escapar de esa trampa. Y a la vez rescatar la emoción de lo popular, de lo terrenal, de las emociones simples. Una emotividad muy varonil la suya. Popular y varonil. Cruzada por cosas más místicas, religiosas, míticas, vinculadas con la idea del misterio y de la fuerza.
Pensar hoy aquellas funciones de Hamlet en los ’90 presupone hacer alguna hipótesis. Pero en aquel momento era simplemente un privilegio y era una experiencia que queríamos transitar. Urdapilleta excedía todo marco. A nivel técnico era deslumbrante. Un cuerpo siempre muy habitado, muy adelante, como un mascarón de proa. Un trazo muy firme, muy erotizado y muy firme. Fundaba los territorios por donde circulaba. Y fuimos compañeros en el sostenimiento del lenguaje de la obra. Nosotros fuimos con Hamlet a Montpellier y a Barcelona. Y él defendió las funciones como un león. Esto en los viajes es muy difícil, hace falta mucha concentración. Tengo un recuerdo de su enorme cariño e impulso hacia el trabajo.
Era siempre muy simpático Urdapilleta. Aun su malignidad era muy simpática. Siempre era bueno después poder imaginarlo a él, tenerlo presente como una hipótesis de actuación. Eso es lo que construyó. Una posibilidad de apoyarse, una forma de nombrar a alguien que juega el juego muy bien, y un juego que uno siente como necesario y diferente al juego más convencional. Lo recuerdo de esa forma. Es todo muy tonto y triste lo que se puede decir. Más aún de él. El haría muecas tontas de cualquier comentario de este estilo que se hiciese.
Esa mezcla entre lo bajo, lo elevado, esa mescolanza que en la literatura se define como estilo, fue su naturaleza como actor.
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