> COUTINHO EN PRIMERA PERSONA
› Por Eduardo Coutinho
Hay verdad en la mentira y mentira en la verdad.
A veces me dicen: ¿por qué no haces ficciones? Hace mucho que las hago. No hay fronteras entre ficción y verdad.
Abandoné la ficción por el documental para librarme de mí mismo, era la única posibilidad de olvidar mi propia historia.
El documental tiene un atractivo que jamás tendrá la ficción: no vive de ilusiones.
No es que mis películas sean como la realidad, sino que son sobre la realidad. Lo que pasa es que la tradición norteamericana del documental se basa en la escuela de la ilusión: los testigos hablan solos, ante cámara, y en la vida las cosas no son así: el tipo que habla solo es loco, se lo interna.
¿Qué es una película, un documental? Cada uno tiene un camino y lo descubre o no. En mi trayectoria personal yo descubrí que lo que me interesaba en el cine documental era la conversación con el otro, el encuentro, el conflicto con el otro siempre y cuando hubiese una cámara en el medio.
Ningún tema en especial me interesa. Los temas en sí mismos nunca me interesaron. El único tema que yo tengo es el propio cine, encontrarme con otra persona con una cámara.
Lo que me gusta es hacer un tipo de arte en el que el error es absolutamente inevitable, porque saca del trabajo cualquier idea de perfección o pureza.
Lo que amo en el cine es el acaso, el accidente, el azar..., la vida y el arte tienen azar.
Las cosas no son blancas o negras: son blancas y negras, y rojas, y azules... Eso es lo más importante para vivir.
Hago un ensayo sin teoría. La verdad es que no me gustan las teorías, es necesario eliminar la teoría.
La parte esencial del cuerpo va del torso para arriba. Lo que los brazos, los ojos, el rostro tienen para decirnos es esencial. Es por eso que me vuelvo loco cuando alguien filma una persona y enfoca exclusivamente sus ojos o su boca. Es una mutilación.
No podría hacer un film con la intención de cambiar el mundo, me parece suficiente que mis películas cambien la mirada de algunos. Cambiar el mundo es otro tema, y conocer el mundo es mucho más importante que cambiarlo.
Cuando hablas de tu infancia, serás más mentiroso que verdadero. No importa quién seas, puedes ser tú o puede ser Vladimir Lenin. Lo hacemos todo el tiempo. Los aspectos relevantes de la infancia siempre serán contados de una forma distinta dependiendo para quién los cuentes, cuándo y en qué situación.
Yo acepto, porque lo que me interesa es saber cuáles son las razones del otro, no las mías. Uno tiene que estar vacío para ser llenado por lo que dice el otro.
Es mucho más interesante mostrar a un esclavo que ama la esclavitud que mostrar a un esclavo que detesta la esclavitud, porque un esclavo que detesta la esclavitud es obvio, es normal, pero si encuentras un esclavo que ama la esclavitud e intentas comprenderlo, entender desde qué lugar habla.
Una persona que se ha formado con miles de experiencias de películas, de lecturas, cuando ve tu película está cargado de todo eso. No hay una película que haga de un racista un antirracista.
Conocer el mundo es la única razón para la existencia del cine. Incluso para conocer la imposibilidad de conocer al otro totalmente.
Si hay una cosa que he aprendido, por razones oscuras, es conversar con los otros. Con cámara, porque sin cámara no hablo con nadie.
La mayoría de los que hacen documentales hacen entrevistas, tienen un lado periodístico. Entrevistas y testimonios son cosas para la Historia. Yo trabajo con personas comunes. Tienen poco que perder y por eso son interesantes.
Hago cine sobre la gente que no sale en Google.
Una persona cuenta un hecho histórico y que ese hecho sea cierto o no deja de tener importancia.
En Edificio Master, una mujer me dice: “Yo viví con un alemán por diez años”. No voy a comprobar si fueron realmente diez o cinco años, o si él era argentino. Le pregunté si era feliz y me dijo que lo era. Eso es lo que me importa. La verdad de ese presente.
Trabajo en la incertidumbre, en la ignorancia, porque yo no sé lo que es la vida del otro. Lo que importan son las dispersiones, las vacilaciones, la reanudación de historias, los tartamudeos, los lapsos extraordinarios.
Mi gran sueño es transformarme en un niño de seis años que pregunta a su madre las cosas más obvias sin prejuicio alguno: ¿qué es la muerte?, ¿qué es Dios?, ¿qué es la vida?, etc.
Mi canción sería una canción barata y vulgar, porque me gusta lo vulgar. Encuentro algo muy hermoso en lo kitsch, soy un hombre sin prejuicios sobre la cultura de masas.
Me gusta pensar en el reportaje como en una de las bellas artes, aunque esa idea tiene en contra la banalización cotidiana que los medios hacen del reportaje. Hay chicos de la calle, por ejemplo, que ya tienen un discurso preparado para la cámara, que ya han hablado para la TV varias veces y que dicen lo que saben que se espera que digan.
Muchos documentales están hechos desde una suerte de mitología de la izquierda, por intelectuales que nunca aprenden nada, con discursos en los que no hay dudas, no hay conflictos. La realidad está llena de conflictos; a veces cuesta verlos porque la totalidad de la sociedad se corrompe durante una dictadura.
Originalidad, belleza y perfección son palabras abolidas en mi trabajo. Perfección hay en la muerte.
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