El gran concentrador
Por Nick Nolte
Cuando te toca trabajar con alguien como Bobby De Niro está claro que vas a tener la obligación de esforzarte, de subir las apuestas. No de un modo competitivo sino, casi, por reflejo. Bobby tiene tanta intensidad y energía creativa que infecta a todos los que lo rodean. Lanza chispas y provoca incendios de las maneras más maravillosas y agradecibles. Y es dueño de la mayor concentración que jamás he conocido en un actor. Es cuidadoso hasta el más mínimo detalle. Cuando hicimos Cabo de miedo llevaba a todas partes una caja llena de cigarros, todos ellos consumidos en diferente grado de modo que ninguno tuviera la misma medida. Traía la caja al set y la abría y se quedaba mirando fijo durante largos minutos hasta decidir cuál era la medida de cigarro perfecto para esta o aquella escena. Entonces esperaba a que las cámaras se pusieran a filmar y, con un movimiento rápido de su mano, escogía el cigarro indicado. A veces se gastaba hasta un rollo entero de negativo y él ahí, parado, sin hacer nada, mirando la caja de cigarros. Era así de obsesivo. La gente tiende a pensar que De Niro es uno de esos actores que improvisa. Para nada. Lo tiene todo bien estudiado en su cabeza, se lo sabe de memoria. Todo está ahí adentro. Todo.
Nota madre
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