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Domingo, 6 de abril de 2014

EL MALO DE LA PELÍCULA

Habla Miles Copeland, manager de Sting y The Police

En cualquier película imaginaria o no acerca de una estrella de rock, el papel de villano siempre recaerá sobre el manager. Y como buena parte de las veces las estrellas se creen sus propias películas, también en la vida real el representante ocupará un lugar poco grato. Sucede que el manager es un mal necesario, y si es un buen manager va a hacer más bien que mal, a la larga.

Existe cierto fundamento en la fábula del representante visto como un crápula que le chupa la sangre a la estrella, que busca dirigirle la vida, que la esquilma y que la hace trabajar más allá del límite conveniente, entre otras cosas. Ha habido representantes así, es verdad; verdaderos rufianes como el coronel Tom Parker, que digitó la vida de Elvis Presley a tal punto que lo transformó en una caricatura de sí mismo. Gente de avería como Allen Klein, que se hizo cargo de los negocios de The Beatles pese a la oposición de Paul McCartney, y que terminó siendo demandado por los que alguna vez lo defendieron (John, George y Ringo), a causa de su turbio manejo.

Pero también existen otras clases de manager, estrategas lúcidos que han llevado al éxito a un manojo de idiotas que no sabrían atarse el cordón de los zapatos aunque se lo propusieran firmemente. Representantes que obran como escudos de las frágiles estrellas, y a menudo las salvan de sí mismos y de un entorno codicioso. Managers que operan como padres bondadosos que aconsejan a los músicos y que defienden sus intereses a rajatabla, porque también son los suyos. Brian Epstein, el malogrado manager beatle, ha dejado esa impresión. Presintiendo la muerte quizá –la que aconteció en 1967–, dejó una última voluntad escrita en un papel: “Fundas marrones para Sgt. Pepper”, tratando de economizar desde el más allá.

Albert Grossman fue uno de los managers más poderosos de la historia del rock. Su visión hizo que se fijara en un jovencito de mucho talento y mala voz por el que nadie daría ni diez centavos. Dijo que era el nuevo Frank Sinatra, pero se quedó corto: Bob Dylan fue mucho más que eso. Grossman defendió los intereses financieros de una larga lista de músicos (Dylan, Janis Joplin, The Band, Richie Havens y Todd Rundgren, entre otros), bajo la siguiente consigna: “Si el pajarito no está contento, el pajarito no canta”. Peter Grant, manager de Led Zeppelin, era como un oso grizzly dispuesto a despedazar a aquel que se opusiera a los intereses de sus artistas. Cuenta la leyenda que un día recibió a un ofuscado conserje de hotel, que se quejaba de los destrozos que los músicos habían ocasionado a las instalaciones del establecimiento. Lo que más enfadaba al hombre eran los televisores que Led Zeppelin había arrojado a la piscina del hotel. Muy tranquilo, Peter Grant sacó de su bolsillo un fajo de billetes, pagó por las roturas, y le dijo: “Tome, tire una tele usted también, nosotros pagamos”.

Miles Copeland es uno de los pesos pesado de este negocio. Maneja a Sting desde hace 15 años, estuvo a cargo de The Police (su hermano Stewart fue el baterista) y fue manager de Rennaissence, Wall Of Vodoo y Wishbone Ash, entre otros. Pasó por Buenos Aires en 1998 para promocionar un disco tributo a The Police en el que participaron bandas de habla hispana. Su profesionalismo durante esta charla se hizo más que evidente: conversó con franqueza, pero a la vez brindó una visión de los acontecimientos que no desdibujara el perfil de sus representados. Habló de idiotas pero se abstuvo de revelar sus nombres. Admitió el consumo de cocaína de Sting, pero convirtió los años en meses –Sting mismo reconoció en innumerables reportajes lo larga que fue su adicción–, y mantuvo un tono cordial pero ligeramente paternal, cosa de que su interlocutor no se olvidara de quién estaba a cargo. En definitiva: todo un manager.

Por haber manejado a tantos grupos, usted tiene una idea muy clara de lo que es el estado de ánimo de los músicos y cómo manejarlos. ¿Cuál es la característica principal que debe tener un manager?

–Tenés que tener dos cosas. Primero, un cierto entendimiento de los músicos, y luego una piel muy gruesa como para bancarte el abuso (risas). Si sos sensible, no podés ser un manager. Tenés que poder bancarte que el artista sea un maníaco gritón y quedarte piola. Eso es muy necesario. A veces, viene un músico y te grita toda clase de cosas en una discusión y uno tiende a contestar: “Fuck you! Me voy a la mierda”. Ese no es un buen manager. Uno bueno dirá: “Ajá, ajá, ¿en serio?, terrible, bueno, está bien, me voy a encargar del asunto, vos tranquilo”. Aunque el músico esté absolutamente equivocado y sea un estúpido total. Tenés que tener una actitud muy calma.

¿Por qué las estrellas de rock se comportan como tontos?

–Eso es algo muy interesante. Las más grandes estrellas de rock no son ningunas tontas. Yo tuve una experiencia muy reveladora cuando hicimos la gira de Amnesty International. Estuve con Bruce Springsteen y su manager, Sting, Peter Gabriel, Tracy Chapman y los otros, durante todo un mes, volando juntos a todas partes. De manera que tuve la oportunidad de conocer muy bien a Bruce Springsteen. Y me quedé muy, pero muy impresionado con lo listo que era. En un sentido humano, no como un genio ni como un ingeniero nuclear. Pero su entendimiento de cómo trabajar con la gente, de comprender que hay que hacer lo necesario, entender que tiene que hacer entrevistas, hacer cosas que realmente no quiere hacer; todo eso me reveló a un gran ser humano. Y Sting es igual. Si ves a un artista que se comporta como un pelotudo, no va a durar mucho tiempo.

Hay muchos casos de grandes artistas que terminan devastados por no poder controlar el ego, las drogas, la fama, el poder. ¿Por qué cree que eso pasa tan a menudo?

–Porque el problema es que los tipos que se vuelven muy exitosos tienen al lado un montón de gente que dice todo el tiempo “sí, sí, sí”. Y eso provoca que te vuelvas loco muy rápidamente, porque nadie te para. Sting y Bruce Springsteen se dieron cuenta de que es necesario tener al lado a alguien que les diga la verdad. Y es por eso que estoy con Sting desde 1977, y lo mismo sucede con Jon Landau y Bruce Springsteen. Sting sabe positivamente que necesita al menos a una persona que le diga la verdad. Las drogas son muy peligrosas y es muy fácil verse envuelto en ellas. Sting nunca anduvo en las drogas, Bruce tampoco.

Pero Sting declaró haber pasado por un período de fuerte consumo de cocaína.

–Fue muy corto, dos o tres meses. Sting me llamó un día desde el estudio cuando estaba grabando el tercer disco de The Police. Me dijo: “Miles, va a ser mejor que vengas pronto para acá porque estamos tomando drogas como locos, el productor ya perdió la razón y te necesitamos para salvarnos de nosotros mismos”. Eso había estado pasando durante dos meses. Así que me fui al estudio; el productor había adquirido una fama repentina y además, como era médico, creía que podía tomar drogas sin tener problemas. Pero el grupo entendió que la cosa se estaba yendo de las manos. También entiendo que toda banda requiere alguien que se siente atrás y que comprenda toda la situación, y así se frenan esta clase de cosas. La presión es muy fuerte para todos y mientras más alto estás, la presión se incrementa. De lo único que tenés que estar consciente es de que te podés ir mañana. Y es increíble lo inseguros que pueden ser tipos como Sting o Springsteen. Pero esa inseguridad también los salva. Si el tipo dice: “Soy famoso, no voy a hacer un carajo de prensa”, está muerto, acabado.

¿Pero por qué hay tantos músicos inteligentes que no parecen darse cuenta de algo tan obvio?

–Porque no es tan obvio. Cuando comenzás a tener éxito, enseguida pensás “Ok, lo conseguí”. Todo el mundo te dice que sos grandioso, genial. Y comenzás a creértela, y te creés tu propia prensa. No hay un entrenamiento para este negocio; para ser un médico, tenés que ir al colegio durante doce años. Tenés que ir paso por paso, construyendo tu aptitud; antes de hacer tu primera cirugía de cerebro vas a estar diez años trabajando, para que cuando llegues a ese punto de tu carrera estés realmente maduro. El rock and roll te agarra cuando sos un chico, no sabés nada, hacés una canción y lo próximo que sabés es que llegó al primer puesto. Todo el mundo comienza a decirte que sos un genio; tu manager es un idiota que jamás hizo esto anteriormente; las chicas gritan cuando te ven; la gente te tira dinero. Quiero decir... ¡es una locura! No es tan difícil de entender por qué alguien de buenas a primera se vuelve loco.

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